Esta es mi última columna desde Nueva York en este proceso electoral con un resultado tan contundente que ha sorprendido a todos menos al propio Trump. En los círculos de la alta sociedad neoyorkina el chiste del pasado miércoles por la noche era que ya están en marcha negociando la transición entre las dos administraciones y que el primer acuerdo va a ser que Biden dé un perdón presidencial a Trump en el último día de su Presidencia por las causas que tiene pendientes y que Trump dé un perdón presidencial en el primer día de su segunda Presidencia a Hunter Biden, el hijo del presidente, por las causas que él tiene pendientes. Esto no es más que el mal perder de la élite neoyorkina, esa izquierda caviar que ha vivido completamente al margen del auge de un movimiento popular que les ha rodeado por todas partes.
La tentación de los demócratas después de una derrota tan humillante será recurrir al chivo expiatorio, el animal que es el mejor amigo del hombre, según magistral definición de Carlos Rodríguez Braun. Echarán la culpa al deterioro de Joe Biden, a la incapacidad de Kamala Harris u otra vez a una supuesta injerencia rusa. Pero no, como ya he dicho anteriormente, los demócratas deben buscar las responsabilidades en sus propias políticas a lo largo de los últimos cuatro años, cuando han dejado de ser el partido de la clase trabajadora. Los miembros de esa clase trabajadora eran considerados la espina dorsal de Estados Unidos cuando votaban al Partido Demócrata. Ahora que cada vez lo hacen menos, son considerados basura por los demócratas. Y, por cierto, después del incidente en el mitin de Trump en el Madison Square Garden en el que un supuesto humorista llamó basura a Puerto Rico, la elección de gobernador el pasado martes la ha ganado… la republicana Jenniffer González, partidaria de Trump.
Los análisis por grupos sociales, raciales y de cualquier tipo muestran un ascenso espectacular de Trump y su partido. Y hay muchas formas de demostrar por qué ha ocurrido eso. Entre los hispanos ha molestado mucho que el «wokismo» haya empezado a referirse a ellos como «latinx» porque «latino» es demasiado masculino y opresor. Para muchos eso es un imperialismo iletrado de las élites y sin duda ha tenido un peso enorme en que Trump haya ganado 46% del voto hispano que llega a 55% entre los hombres, según los sondeos a pie de urna.
Trump creó su movimiento electoral para 2024 oponiéndose a las políticas de Biden y Harris en materia económica, en las fronteras y en lo woke. Frente a todo ello, su Make America Great Again. Y con dos tercios de los americanos convencidos de que el país iba en la dirección equivocada, se convirtió en el candidato del cambio.
A primera hora del miércoles Trump prometió: «A todos los ciudadanos, yo lucharé por vosotros, por vuestra familia y por vuestro futuro.» Se comprometió: «Hasta mi último aliento, no pararé hasta que hayamos logrado la América fuerte, segura y próspera que merecen nuestros hijos». Si el nuevo presidente concentra su energía y la inmensa legitimidad que le han concedido sus compatriotas en ese objetivo, puede tener grandes logros en los próximos dos años. Pero si su prioridad es hacer ajustes de cuentas con sus rivales —como dijo en la campaña que haría— malgastará el poco tiempo que es un mandato presidencial y el valiosísimo capital político que le han otorgado los norteamericanos.
Una reflexión que deberían hacer muchos es por qué no han sido capaces de percibir el cambio profundo que se estaba engendrando. Los millones de norteamericanos que estaban mudando su respaldo no fueron detectados por unos sondeos electorales que cada vez se hacen con muestras más pequeñas y por los que los medios de comunicación cada día pagan cifras menos competitivas. Sumemos a eso el que, viendo las dos grandes cadenas de noticias, CNN y Fox, aunque las dos hablaban permanentemente de ese «empate técnico» la CNN sacaba una y otra vez indicios aparentemente positivos para Harris y Fox solo emitía indicios positivos para Trump. Y así era muy difícil tener una idea objetiva de lo que estaba ocurriendo.
Y mi última reflexión es sobre el futuro de este sistema bipartidista. El Partido Demócrata ya sabe que ha seguido unas políticas catastróficas a las que no ha sido ajeno Barack Obama, el gran promotor de Hillary Clinton y de Kamala Harris. Ante la decadencia física de Bill Clinton y el deterioro cognitivo de Joe Biden (a Jimmy Carter, que a sus 100 años está en cuidados paliativos, no hace falta considerarlo a estos efectos) Obama es la única persona dentro del Partido Demócrata con la auctoritas necesaria para llevar a su partido a volver a luchar por el centro del espectro político, donde siempre lograron sus grandes éxitos electorales. Veremos.
Artículo publicado en el diario El Debate de España
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