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Xóchitl: balance poselectoral

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Foto EFE

Ofrezco tres aclaraciones antes de comentar lo que considero algunos de los principales errores de la campaña de Xóchitl Gálvez a partir de junio de 2023. En primer lugar, fue la mejor candidata posible de la coalición PANPRIPRD-sociedad civil organizada, dado el acuerdo de 2022 entre PRI y PAN, según el cual la candidatura presidencial de 2024 le correspondía a Acción Nacional. De esto, no guardo la menor duda, ni arrepentimiento por haber abogado a favor de su postulación, tanto en público como en privado con ella. Tratándose de una elección de Estado, y en vista del margen de triunfo de Morena, es evidente que ni Xóchitl, ni Obama, ni nadie, hubiera podido ganar. Pero ella fue la mejor opción. En segundo término, a partir de la decisión de Xóchitl de buscar la candidatura, no tuve ningún contacto con ella. No nos encontramos, no nos vimos, no nos escribimos, y sólo intercambié un par de llamadas telefónicas protocolarias con ella. No formé parte de ningún círculo de su campaña, no le dirigí ningún memorándum de ideas o consejos, ni participé en ningún ejercicio de discusión, preparación o investigación de dicha campaña. Por último, las sugerencias que formulé en mis escritos públicos, o mis dichos en radio o televisión no sólo no fueron solicitados; tampoco fueron atendidos, ni tenían por qué serlo. No siguió ninguno de mis consejos, ni tenía por qué hacerlo. Lo que algunos pueden haber confundido como acciones de ella que se parecían a ideas mías, se hicieron bolas: o no entendieron lo que yo propuse (guerra sucia, ataques en los debates, no centrar la campaña contra AMLO, etc.) o me expliqué mal. Para bien o para mal, no tuve absolutamente nada que ver en la campaña de Xóchitl, lo cual por cierto me permite opinar y compartir información sin sentirme para nada comprometido con dicha campaña. Voté por ella, y punto.

El primer error ocurrió al arranque de la campaña de Xóchitl dentro del Frente (de entonces). Cuando el 21 de agosto, Santiago Creel declina a favor de Xóchitl como aspirante por el PAN, de inmediato la candidata virtual nombra al exsecretario de Gobernación como jefe de campaña. Ahora bien, la hipótesis de trabajo de la candidatura de la hidalguense consistía en un hecho incontrovertible y contradictorio en sí mismo: Xóchitl era la candidata de los tres partidos, pero no pertenecía a ninguno de los tres partidos. Por tanto, se requería en la cabeza de la campaña una doble función: coordinar la campaña de la candidata, y coordinar a los tres partidos, negociar con ellos, en su caso pelearse con ellos, y ser el intermediario cotidiano entre ellos y la candidata. Se trataba de dos tareas diferentes, complementarias sin duda, pero imposibles de cumplir por una única persona, por talentosa y experimentada que fuera. Creel seguramente podía asumir cualquiera de las dos funciones, pero no ambas. Y sus innegables habilidades se inclinaban más a ser el gozne entre Xóchitl y los tres líderes, sobre todo en vista de su excelente relación con Alito Cortés.

La lógica indicaba que Creel se encargara de eso, y alguien más de ser jefe de campaña, más bien un priista. Desde finales de julio, y de nuevo en varias ocasiones posteriormente, se barajeó el nombre de Miguel Riquelme, gobernador saliente de Coahuila, pero nunca prosperó la idea. Tal vez porque su predecesor, Rubén Moreira, no estuvo de acuerdo, o porque el propio Alito lo vetó. No sé si Xóchitl designó a Creel para agradecerle su declinación, o si Santiago lo pidió, pero en todo caso allí surgió un vicio de origen. Al final de la campaña se resolvió el dilema con el nombramiento de Cortázar como vice coordinador, título que sólo iba a aceptar un político de segunda fila. Demasiado tarde. Xóchitl debió haber esperado unos días al saque, pensar más el asunto, consultar a personas con experiencia, y no reaccionar de botepronto. Lo volvería a hacer. Y este primer error incluyó un segundo como derivado.

Si Creel era coordinador de campaña y también de facto enlace con los partidos, menos podía fungir como estratega de la campaña. Nunca hubo. Al principio, Carlos Mandujano, que manejó las campañas de Graco Ramírez en Morelos, y Silvano Aureoles en Michoacán, medio ocupó el cargo. Con el tiempo fue desplazado/rebasado. En agosto, después de mucha discusión interna, la campaña contrata a Matthew Dowd como consultor extranjero, junto con su publirrelacionista James Taylor (no confundir con el cantante exmarido de Carly Simon). Dowd era un republicano que trabajó en las campañas de George W. Bush, anti-Trump y colaborador de CNN. Xóchitl se entrevistó con él en varias ocasiones por Zoom, y por lo menos una vez personalmente en Washington, en febrero de este año. Dowd propuso una estrategia basada en empatía firmeza, que se tropicalizó como Corazón y Fuerza, en que no atacaran a López Obrador sino a Claudia Sheinbaum, y parece, en la consigna ¡Mereces Más! No fue escuchado, y al concluir los meses de la pasividad de la campaña, entre septiembre y diciembre, dejó de pesar como estratega.

En enero de 2024, la campaña contrató a varios consultores que trabajaron años atrás en Cambridge Analytica, entre ellos Alistair MacWilson, escocés, un tal Martin, cuyo apellido desconozco, de origen esloveno o eslovaco, y Fernando Gaona, de Torreón. A diferencia de Dowd, se medio instalaron en México, encomendaron varios estudios caros (ya disponían de algunos) y propusieron varios cambios. Ingresaron al cuarto de guerra de Xóchitl, pero para abril de este año, también fueron alejados. Ana María Olabuenaga se acercó también en esos tiempos, y fue la autora de la palabra “Verdad” dentro del tríptico Vida, Verdad y Libertad. No cuajó tampoco, y ya para finales de abril se casi oficializó la verdadera verdad: Xóchitl nunca tuvo estratega, y la campaña nunca tuvo estrategia.

El segundo error grave que cabe mencionar aquí se refiere a la respuesta (o no respuesta) de Xóchitl a los ataques de López Obrador y de sus secuaces contra su integridad, honestidad y rectitud como funcionaria federal, senadora, y delegada. Sí negó las acusaciones; AMLO sí ejerció violencia de género contra ella en las mañaneras del verano de 2023; es cierto que Xóchitl no tuvo tiempo entre el momento que decide ser candidata (alrededor del 14 de junio) y cuando se produce la embestida de López Obrador. Pero su primera tarea antes de empezar lo que fuera debió haber sido pasarse ella misma a la báscula, por un despacho de abogados y contadores independientes, pero confiables, que destaparan cualquier anomalía, cualquier irregularidad, cualquier debilidad, en sus contratos, negocios, gestiones, o decisiones como funcionaria. De dichas pesquisas habrían saltado las vulnerabilidades (que todos tenemos) así como las posibles defensas correspondientes. Ejemplo, mucho tiempo después: el video de su hijo, divulgado por sus adversarios antes del primer debate en abril. O bien Xóchitl ya sabía del video, y debió haberlo publicitado ella, mucho antes; o bien no sabía, pero cualquier entrevista/interrogatorio de un buen abogado con su hijo lo hubiera descubierto. Cuando se le sugirió a Xóchitl no sólo el remedio -pasarse a la báscula- sino también el trapito -el despacho idóneo- rechazó la idea. López Obrador la retrató, la caricaturizó, la “definió”, en el lenguaje de los consultores, ante el electorado. Como lo demuestran las encuestas levantadas poco antes de los comicios, nunca pudo deshacerse de la imagen que él creó de ella de esas primeras escaramuzas. No digo que el autoescrutinio hubiera cambiado radicalmente el curso de los acontecimientos, pero era como de cajón: saber lo mismo sobre sí misma, que sabe el adversario gracias a su “opposition research”.

Sobraban entonces los integrantes del cuarto de guerra. Estaban, en ocasiones, los de fuera, los de los partidos, Santiago Creel y sus colaboradores, y los de Xóchitl: Pico Covarrubias, Aldo Campuzano, Juan Pardinas, Max Cortázar, Alonso Cedeño, al principio Arne Aus den Ruthen, Jorge Suárez Vélez, al principio y por Zoom Ricardo Anaya, y muy en ocasiones Guido Lara. Pero todos ellos tenían funciones diferentes a las de un estratega, y ni sumados conformaban un diseñador de estrategia.

El tercer error, de menor importancia que los dos anteriores, pero sintomático de una cierta ceguera política de la campaña, fue la relación incestuosa y promiscua con el calderonato. Nunca la entendí muy bien. No la puede haber sugerido Santiago Creel, cuya distancia con el expresidente era notoria, ni Ricardo Anaya por la misma razón. Pero poco a poco, entre una cosa y otra, tal vez de manera inconsciente, o no pensada, tal vez como una política deliberada, la candidata se fue rodeando de calderonistas.

Primero estuvieron las mujeres -Josefina Vázquez Mota, Margarita Zavala, Consuelo Sáizar- luego Cortázar, Guillermo Valdés y algunos más. Sólo faltó García Luna. No digo que algunos de ellos no poseyeran más méritos que otros, ni que todos ellos guardaban ahora la misma relación con Felipe Calderón que tuvieron en otra época. Pero asociarse con ese personal no podía más que ahuyentar a quienes o bien ya nos habían ahuyentado, o bien no podían evitar escamarse ante el conservadurismo implícito o explícito de esa generación de panistas. Era perfectamente evitable, ya que en ninguno de los casos es posible saber con precisión qué aportaron a la campaña. Ni si eran los únicos que podían cumplir las funciones que ellos mismos asumieron por cuenta propia, o que les fueron encomendadas. La derechización de la campaña no ayudó, aunque de no haber sucedido, tampoco se puede suponer que se alcanzara el triunfo. Pero fue un factor adicional.

Xóchitl tuvo muchos aciertos en su campaña, y también se cometieron otros errores además de estos. Ningún error, ningún acierto, fue decisivo. Con una diferencia de casi 20 millones de votos ningún factor único explica todo. La única diferencia entre estas equivocaciones y otras es que por lo menos en mi caso fueron señaladas explícitamente y a tiempo. Muchos otros los mencionaron también. Por eso conviene volverlos a describir.

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