El “cara a cara” de Vladimir Putin con Xi Jinping la semana pasada fue el encuentro número 40 entre los dos líderes y se cumplió así la octava visita dispensada por el chino a su par ruso. Con anterioridad a este encuentro China ya había asumido, en dos documentos distintos, una posición frente al conflicto ucraniano. En ellos intentaba acercarse a una solución a la guerra y pedía respeto por la soberanía de Ucrania y la protección de los intereses de seguridad nacional de Rusia. En ambos también dejaba clara su oposición al uso de sanciones unilaterales como las de Estados Unidos y Europa en contra de su vecino.

¿Qué tiene China que ganar y cuánto está arriesgando al asumir de manera espontánea el rol de mediador entre Rusia y Occidente? China y Rusia comparten un afán común que tiene que ver con su deseo de preeminencia frente al mundo occidental. Un afincado deseo de dominación o de reconocimiento a su liderazgo pudiera ser lo único que comparten en lo político estas dos naciones.

Veámoslo desde la óptica de cada uno de ellos. Para Putin el apoyo de Pekín es fundamental de cara al mundo donde no le queda casi ningún aliado para liberar a su país de las consecuencias de la guerra emprendida hace un año. Hasta ahora Xi le ha estado sacando las castañas del fuego al absorber una parte sustantiva de sus exportaciones de hidrocarburos, con lo que ha conseguido aliviar parcialmente el daño ocasionado por el boicot occidental a sus productos.

En el caso de China, desde antes de la guerra Rusia estaba siendo tratado como un socio de alguna significación para armar un eje de acción de mayor calibre en lo económico en la región Euroasiática. Ello es útil no solo para el colosal programa de infraestructuras de la Ruta de la Seda sino también para ser sumado al poderío chino que se contrapone al de Estados Unidos y de Europa en la escena global. Pero solo hasta un punto… Si se cree lo que China afirma hoy, sus autoridades han sido reticentes a dar el paso de sostener el espíritu bélico de Putin con cooperación de carácter militar.

Pero aun así, su apoyo estratégico y económico, su alineación política y su continua declaratoria de “amistad sin límites” con Moscú han servido para elevar la tensión en su contra en todas partes, por las nefastas consecuencias de la guerra para todo el planeta.

La realidad es que Xi se mueve en una línea de actuación muy arriesgada de cara al resto de sus socios en el mundo. La salud de su economía depende en mucho del consumo de Occidente y un bloqueo comercial a sus productos podría dar al traste con los esfuerzos denodados que las autoridades chinas recién renovadas emprenden, en este momento, por recuperar su crecimiento, resolver sus debilidades internas, lograr las metas de “prosperidad común” al interior de sus fronteras, por reposicionarse en el espectro de las relaciones económicas planetarias y dar la batalla frente a Estados Unidos en los temas tecnológicos.

Lo que menos necesita el timonel chino a esta hora es una guerra en la esfera geopolítica mundial. Esto explica su determinación a involucrarse. Solo que, por ahora, el gran Xi no logra dar en el clavo.


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