La tragedia de los casi 5 millones de venezolanos repartidos por todo el mundo no tiene precedentes en la historia del país, pero tampoco en la de las ciudades que los han recibido, sobre todo las latinoamericanas. Hay muchos hechos que hacen que esta inmigración forzada tenga características distintivas. Una de ellas es la xenofobia que ha despertado entre pueblos que dicen llamarse hermanos.
No basta con que organizaciones multilaterales o no gubernamentales reconozcan que los inmigrantes venezolanos tienen un alto nivel educativo y que aportan mucho de estos conocimientos a la vida cotidiana de los sitios adonde van a vivir. Siempre hay alguna autoridad local que prefiere generalizar para explicar fenómenos como el aumento de la delincuencia.
Es el caso de la alcaldesa de Bogotá, que hace unos días confesó que los venezolanos le tienen “la vida de cuadritos” al referirse al aumento de la delincuencia en la capital colombiana. Para ella la explicación del repunte de criminalidad se debe a la inmigración. Lo que demuestra la mandataria local es que no entiende de fenómenos sociales. Hacer acusaciones de esta manera, generalizar sobre índices delictivos y culpables, es mostrar un desconocimiento alarmante sobre la dinámica social bogotana.
¿No debería saber una persona que se dedica a la política y pretende gobernar los destinos de una población que la delincuencia es un asunto multicausal y que es muy difícil señalar específicamente a un grupo poblacional? Eso en lo que se refiere a las Ciencias Sociales, que debería conocer por lo menos de referencia para ser eficiente en su mandato.
Menos mal que hay gente que sí se ocupa de su trabajo y habla con propiedad, como Juan Francisco Espinosa, director de Migración Colombia, que rebate con números una aseveración tan irresponsable: de las 21.812 capturas en flagrancia en Bogotá, solo 1.874 son venezolanos. Y tiene mucha razón cuando afirma que el crimen es condenable, sin importar la nacionalidad del delincuente. Pero las generalizaciones malsanas envenenan la convivencia ciudadana.
¿Y dónde queda la empatía? Esa que se supone que los políticos deben ejercitar para ponerse del lado de los que sufren o de los más necesitados. Muchos de los venezolanos que viven en Bogotá se fueron para conseguir mejores condiciones de vida, como lo hicieron hace años cientos de colombianos que fueron cariñosamente acogidos en este lado del Arauca.
Parece que esos lazos y esa solidaridad no son importantes para la mandataria local. Si quiere obviar el pasado común, las raíces de hermandad, puede hacerlo, pero los venezolanos necesitados de refugio son seres humanos que necesitan una mano, no un grupo al que hay que rechazar. Es tan simple como entender que como alcaldesa todo lo que diga tiene resonancia en la gente. ¿Prefiere enseñar a odiar?