Hugh Grant odia a su Oompa Loompa. En entrevistas suele hablar del tema con desdén, por compromiso. Pero no será un papel estelar en su vida, en su carrera.

No es para menos. La pantalla lo expone como un meme automático para quemar en las redes. Problema del CGI y de parte de la ejecución del filme en su apartado de efectos especiales.

Lo digo porque veo mucho hype, de parte una prensa rosa, hacia la película, como si fuese un evento imprescindible.

No es el único despropósito conceptual de la cinta.

Hay una suma de dislates en el montaje final: unas coreografías monocordes y cutres de especial navideño, un desacierto musical digno del peor Tom Hooper, un humor cringe con el que cuesta conectar y reír, a no ser de una manera condescendiente y nostálgica, como cuando aparece Mr. Bean, quien es uno de los pocos que funciona dentro del esquema de comedia que propone el director sobrevalorado, Paul King.

Pero su Wonka, en propiedad, es la Cats de 2023, un largometraje harto fallido desde su reparto hasta su contenido edulcorado, que se envasa en una historia potable, políticamente correcta e inclusiva de una forma woke.

Anoten y añadan las respectivas cláusulas al contrato con las audiencias.

Timothée Chalamet da el tono de un Wonka insulso y sin garra, propio de una concepción estandarizada del nuevo star system, donde la imagen del referente se traga la posibilidad de dotar de identidad al personaje.

Básicamente es él disfrazado, en una costume picture, en una cosplay movie.

Se nota un compromiso, de mínimo esfuerzo creativo, por generar un protagonista estereotipado que encaje con todas las expectativas del fandom.

De manera que es puro servicio para los clubes y las barras bravas del joven histrión.

La realización tampoco logra romper con los esquemas de la película de origen, narrando una precuela que apenas asoma los ribetes más oscuros del Wonka original, y que Tim Burton supo dotar de mala uva, amén de una interpretación inquietante del cancelado Johnny Deep, del que se quiere ahora renegar, cuando su performance nos resumió la estética “Dreamland” de un Michael Jackson aniñado por siempre, envuelto en su nube de contradicciones.

Por ende, un Wonka full retroprogre el de 2023, que se contenta con diseñar una caricatura del privilegio y de la lucha de clases, como una versión barroca de un panfleto soviet contra el capitalismo, paradójicamente animado por las corporaciones del ramo de consumo, que pasarán de reventar la taquilla a monopolizar el mercado del streaming.

Así que la Fábrica de Chocolates ofrece un producto prototípico de la infantilización mediática, de la mediana y de la inocencia que Hollywood serializa, con un look vintage de última generación.

Wonka refrenda el anuncio descafeinado y desmejorado de su tráiler, cuyo mensaje se vehicula en un celofán sobrecargado de citas a los Monty Python, El Sentido de la Vida y Terry Gilliam, escondiendo una pedestre lección de autoayuda y de enfrentamiento a unos villanos de medio pelo, bajo la línea de una comedia musical que se diluye en la acción de un clásico filme de atracos, a lo Robin Hood.

Por tanto, un cuento moralista y binario de narrativa mesiánica, que Wonka instrumenta como adormidera y pastilla de la felicidad.

En la lista de las decepciones del año, de los reyes desnudos de 2023.


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