Después de unos cinco años de confrontación intensa, presión, sanciones al país, hacia los jerarcas del chavismo, familiares y aliados, Estados Unidos ha decidido apelar a su pragmatismo.
Aun cuando todavía faltan algunas lunas para ver una normalización completa de relaciones, ya podemos decir que existe una correspondencia entre la Casa Blanca y el Palacio de Misia Jacinta. Dos visitas de delegaciones norteamericanas a tierras venezolanas, una a inicios del mes de marzo de este año y otra hace apenas una semana, dan cuenta de tres cosas: la oposición aglutinada en torno al interinato dejó de ser un interlocutor efectivo entre el gobierno norteamericano y Nicolás Maduro; las condiciones al reconocimiento de Juan Guaidó y las exigencias para flexibilizar sanciones han variado; Estados Unidos es un país de pragmatismo que siempre pondrá los intereses de su nación primero, aunque esto signifique soltarle la mano al “hermano torpe”, quien no supo aprovechar todo el apoyo que en su momento le entregó.
En mayo de 2021 y en febrero de 2022 escribí dos artículos, respectivamente, donde hacía referencia a la necesidad de abrir un canal de conversación directo entre autoridades de ambos países, no por un deseo personal, sino simplemente porque la oposición del interinato no tiene el nivel ni la capacidad de generar incentivos, presión o interés en el chavismo para alcanzar una verdadera negociación. Hoy, gracias al pragmatismo norteamericano hay comunicación directa y la diplomacia vuelve a retomar la idea original para la cual fue concebida: alcanzar entendimientos de paz sin convertirse en parte del conflicto.
Pragmatismo consiste en reducir «lo verdadero a lo útil». Pero, no siempre esta forma filosófica de abordar los hechos agrada a todos. Tenemos declaraciones de figuras políticas y parte de la opinión pública nacional e internacional, expresando su descontento con la administración Biden por los acercamientos y gestos con el gobierno de Nicolás Maduro. Algunos afirman que el pragmatismo estadounidense y su preocupación energética está por encima del compromiso adquirido con la democracia en la región; otros detractores, principalmente republicanos, asumen esto como una excusa para justificar la reversión de la política de máxima presión establecida por Trump.
Ahora bien, corresponde contextualizar la situación. En un video reciente, el senador Marco Rubio coloca a la administración de Joe Biden como “traidores” a los venezolanos que “se han opuesto a Maduro y han perdido tanto”. Esto, dependiendo del cristal con que se mire, pudiera aceptarse; pero la verdad es que los principales traidores y defraudadores en esta historia son precisamente quienes recibieron todo el dinero, poder, reconocimiento y respaldo de Estados Unidos junto con otros 50 países del mundo y no lograron nada porque mintieron en el plan, en la estrategia, en la acción; su mayor apuesta estaba en la “intervención de fuerza” por parte de la comunidad internacional para hacerles el trabajo de desalojar a Maduro de Miraflores sin ellos ensuciarse la ropa; se embriagaron de triunfalismo, arrogancia, y corrupción.
En este inning del partido está demostrado que el interinato no representa posibilidad de cambio para Venezuela. Siendo esta la radiografía del “Plan Guaidó”, donde el mayor logro contable en su “gesta” es haber fortalecido y relegitimado al chavismo, es válido preguntarse: ¿bajo qué argumentos la administración estadounidense debe seguir cargando con esta rémora improductiva para los venezolanos, la comunidad internacional y la democracia?, porque by the way, ¿cómo utilizas de aliados en la “redemocratización” a personas y partidos políticos carentes de valores y principios democráticos?
Una reflexión similar debe estar haciéndose Francia por las recientes declaraciones de Macron; Portugal, que acaba de enviar embajador, y otros países decididos a otorgar el reconocimiento a Nicolás Maduro. Esto obviamente desagrada a muchos, pero es muy fácil condenar a los aliados en retirada después de que le dieron todo el respaldo posible.
Por ahora, la usurpación ha cesado y no precisamente porque lograron acabar con Nicolás Maduro, quien logró sobrevivir, fortalecerse y relegitimarse. Al interinato solo le quedan los recursos y activos de la República, los cuales siguen consumiéndose sin dar cuentas; las negociaciones con el gobierno; las elecciones de 2024; y como siempre tienen una “aventura” bajo el brazo, por allí andan rezando el rosario para la victoria de los republicanos en noviembre y hasta la posible vuelta de Donald Trump.
El pragmatismo viene acompañado de la diplomacia. Ver al embajador James Story sentado con diferentes factores políticos del país, no en Bogotá sino en Caracas, es el mejor síntoma de que, aun cuando el costo político impida reconocer abiertamente un giro en las relaciones con el gobierno de Nicolás Maduro, la real política indica que estamos en presencia del inicio del fin del interinato, lo cual no es el fin de Venezuela ni de la lucha por una democracia plural, incluyente y tolerante para todos, por el contrario, se abre una nueva posibilidad para el reacomodo y depuración de la adolescente política venezolana.
Buen momento para que Estados Unidos y la comunidad internacional entiendan algo fundamental. Apoyar a Venezuela en su proceso de resolución de la crisis también significa reconocer a otros actores políticos y sociales del país más allá del “G4”. La democracia, las negociaciones y el diálogo es un asunto de TODOS los venezolanos, quienes deben reencontrarse y entenderse como hijos de una misma patria.
Costó la vida de venezolanos y mucho dinero para que los políticos, hoy reunidos en la Plataforma Unitaria, entendieran que la vía es democrática y con elecciones. Les deseo suerte en la escogencia de su candidato, les recomiendo que rindan cuentas y le pidan a Dios que la memoria corta del venezolano no les pase factura. Al resto de la oposición le pido madurez, si bien no veo la solución saliendo del “G4”, los factores agrupados en la Alianza Democrática y otras organizaciones emergentes todavía no dan señales de cuál es su propuesta de cambio, están tarde y en deuda.
Con respecto a México, la incógnita sigue recayendo en lo que pueda acordarse sobre Alex Saab. Mi gente, repetiré la última línea de mi artículo de mayo de 2021: “Aunque no lo queramos admitir, la última palabra sigue estando en el 1600 Pennsylvania Avenue NW y en la Av. Nte. 10, Caracas 1012”.