“Bares en los que la calma y la cerveza salvan nuestra vida y mi cabeza». (Ismael Serrano. KM 0 ).
No es la primera vez que hablo de los bares, lo sé. También sé que corro el riesgo de ser tildado de bebedor. Me gustaría decir que nada más lejos de la realidad, aunque algo de esto hay también.
Me gusta el bar. Sin más. A veces, cuando ya no puedo más, que es a menudo, solo me quedan dos opciones razonables; el Orfidal y el bar. Así que, remodelando el dicho de que “la masturbación está bien, pero follando conoces gente“, se podría decir que los antidepresivos hacen su función, pero en el bar le puedes contar tus cuitas a otro, aunque sea el camarero. De esta manera, te ahorras una hora de diván y, con lo que le ibas a pagar al psicólogo, echas la mañana.
Si además de esto, tienes un bar, del que eres devoto habitual y en el que te sientes como en casa, miel sobre hojuelas.
Esto de los bares nos influye más allá de lo que pudiéramos, o quisiéramos pensar. Tengo un amigo que ha puesto en venta su casa en la playa porque le han cerrado el bar de abajo, y ahora tiene que recorrer al menos trescientos metros hasta el más cercano. Esto es estrictamente cierto, como lo oyen.
Por si acaso, ya se ha comprado otra casa, esta vez en la zona de bares, no vaya a ser que, con la crisis, se tenga que mudar cada tres meses.
Yo, cuando viajo, habitualmente con mi mujer, siempre escojo una ciudad con una amplia reputación de tapeo. Es cierto que esto solo se da en España. Por este motivo, conozco la gran mayoría de las capitales españolas y, por supuesto, su zona de bares, aunque en el caso de España no hay que buscar mucho para encontrar un bar.
Entre el top ten de las capitales del tapeo, sin duda alguna, se encuentran gran número de capitales norteñas, sin bien el sur tampoco se queda corto. No obstante, soy un amante del norte. Yo cojo el coche y cuando paso el túnel de Guadarrama ya se me ponen los pelos de punta, que me dan ganas de llorar como Vicky el Vikingo.
Por mencionar algunos de estos tesoros, sin duda la calle Laurel de Logroño, en La Rioja, es una de mis favoritas. Con el añadido que allí pides un vino y lo mínimo que te sirven es un rioja crianza. Si esto no es medalla de oro, que baje Dios y lo vea.
En el número dos, para mí, estaría sin duda Pamplona, con su calle Estafeta. Una vez que pasan los toros, acudimos los cabestros a llenar las tabernas. Gusto exquisito en todas ellas y tapas pantagruélicas. Nunca he ido en San Fermín. No soportaría no poder entrar en los bares por el aforo completo.
Con el número tres tengo mis dudas, pero Valladolid podría ser perfectamente la medalla de bronce. La zona de la plaza mayor es, sin duda, un espectáculo.
Burgos y la zona de la catedral, Santiago de Compostela y su calle del Franco, la calle La Gascona de Oviedo, El Paris Dakar en A Coruña, Paseo de Pereda en Santander, Casco viejo de San Sebastián. En fin…
Para ser honestos, una gran ciudad de tapas es, sin embargo, Granada. Pasear por el Albaicín, con sus vistas de la Alambra, ese mirador de San Nicolás. Un regalo, sin duda, para los sentidos.
Almería, Salamanca. Todas ellas excelentes, sin duda.
Y por buscar cerca de mi querido Madrid, Alcalá de Henares y su calle Mayor y libreros. Toledo, ciudad Imperial y pródiga en maravillosos bares y, en la capital, innumerables lugares. Mi favorita la Cava Baja y calle del Almendro en la que, además, tuve el privilegio de nacer y vivir.
Es cierto que, cuando uno acude al bar, no solo busca saciar su sed o su hambre. Yo, al menos, acudo al bar a acallar los malos espíritus que me susurran al oído sin piedad. A veces, este murmullo es tan fuerte e insoportable que solo el ruido del molinillo de café y el rumor de las conversaciones ajenas pueden silenciarlo. Brevemente, si, es cierto. Pero la felicidad, en su propia naturaleza, lleva implícita la fugacidad, lo efímero. Nadie puede ser feliz todo el tiempo, pero del mismo modo, nadie puede ser infeliz permanentemente. La tensión te hará romperte y ya no habrá solución.
Así que, entre tanto esta felicidad efímera no se escape de mis manos, vuelvo al bar.
Sean felices.