No está de más repetir y recordar que la gira internacional de Guaidó en su condición de presidente encargado de Venezuela fue un éxito sin precedentes. Recibido como jefe de Estado por los jefes de Estado de los países más importantes de Europa, consolidó el compromiso de los mismos y de la Unión Europea en su conjunto con la recuperación de la democracia venezolana, amén de su participación estelar en Davos, en la cumbre económica más importante del planeta. El único escollo, derivado de la decisión del presidente del gobierno español de no recibirlo, que produjo un candente debate en la política española y en medios políticos venezolanos, fue solventado positivamente con una ratificación de Pedro Sánchez de su reconocimiento a Guaidó como presidente de Venezuela.
Su visita a Canadá para reunirse con el primer ministro Trudeau no fue de menor importancia para su estrategia diplomática global. Pero sin duda, el éxito de la gira se coronó con la invitación del presidente Donald Trump a la presentación del discurso de la Unión ante el Congreso de su país. La unánime ovación recibida se situó por encima del crispado clima de polarización existente entre demócratas y republicanos. Además, fue recibido con honores de jefe de Estado en la Casa Blanca por el presidente de Estados Unidos, se reunió con distintos personeros del gobierno norteamericano y también con Nancy Pelosi, presidente de la Cámara de Representantes, destacada adversaria del presidente Trump, así como con el secretario general de la OEA, Luis Almagro.
Difícil encontrar en una misma gira tanta distinción a un jefe de Estado, acorde por cierto al empeño que las democracias del mundo han puesto para encontrar una solución a la grave crisis de nuestro país. Que recuerde, ningún presidente venezolano, ni Carlos Andrés Pérez que en sus dos mandatos tuvo gran resonancia internacional, ámbito al que dio gran importancia y además ofreció sustancial cooperación, ni Hugo Chávez, quien se dedicó a repartir por el mundo los petrodólares venezolanos para cumplir su delirante sueño de líderazgo planetario, ninguno, repito, obtuvo en una gira tantas distinciones. Agreguemos que Guaidó no fue a ofrecer sino a solicitar ayuda. Solos no podemos fue su leitmotiv, que en pocas palabras dibujó la dimensión de la dificultad de deshacerse de este régimen oprobioso que tiene secuestrada a Venezuela.
Tratando de contrarrestar tan avasallante éxito, el gobierno de facto, lejos de asestar el golpe y reflexionar sobre la necesidad de abrir espacios para buscar soluciones, contrapuso la visita del canciller de Rusia, Serguéi Lavrov, en coincidencia con el impresentable Rodríguez Zapatero, únicos actores internacionales que ha reconocido la delictiva asamblea de Parra, a quienes le armaron reunión con integrantes de la mesita, oposición fabricada a la medida del régimen para avalarla y respaldar la celebración de elecciones parlamentarias en las condiciones impuestas por Maduro, polarizando más, también internacionalmente, el cuadro político venezolano.
Las 56 democracias del mundo que reconocen a Guaidó como su legítimo líder apoyan una salida electoral democrática, a las cuales condicionan cualquier apoyo o crédito posible, son desafiados por una pequeña y poderosa élite cívico-militar que tiene secuestrado el poder con el apoyo visible e irrestricto de Rusia, país de poca potencialidad económica, importante poderío militar y desmedida hambre de potencia, unido a los otros menos visibles como Irán, Cuba y Turquía, con cuyo apoyo Maduro mantiene el poder fáctico, sin posibilidades de avance sino de sostenerse al costo del descuartizamiento del país.
Con este cuadro se encuentra Guaidó a su regreso. Como líder indiscutible de la oposición tendrá que asumir la conducción serena y descarnada de la discusión sobre las ventajas y desventajas de las elecciones, tal como las tiene programadas el régimen. Es urgente que los distintos grupos políticos de auténtica oposición entiendan que si solos no podemos, divididos menos, por lo cual es importante un debate serio, sin vociferaciones ni pases de factura.
Otras cartas siguen sobre la mesa, como negociar sin pruritos con quien sea necesario siempre que se tenga la certeza de que ayudará a resolver esta crisis y devolvernos la posibilidad de construir un país, y quién quita que haya alguna debajo de la mesa.
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