El liderazgo expresado en la capacidad de motivar, de agrupar voluntades y pensamientos diversos en torno a propósitos compartidos y de realizar a través de diferentes acciones las máximas aspiraciones del ciudadano, deviene en factor de cambio político, de transformación personal y colectiva y de imprescindible adaptación del común de la gente a las nuevas tendencias y realidades nacionales e internacionales en materia económica, al igual que en todas las áreas de actividad –tengamos en cuenta que ya no existen comunidades autárquicas y por tanto inmunes al desarrollo de eventos que se fraguan en latitudes distantes de nuestro natural emplazamiento–.
El líder genuino está llamado a utilizar su poder de influencia de manera eficaz y ante todo responsable. El poder persuasivo en el largo plazo suele ser más efectivo que la imposición autoritaria que caracteriza la tiranía –estas se sustentan en el miedo, la represión y la manipulación mediática, reflejándose de tal manera el germen de su propia destrucción–. Y esto también tiene que ver con la evolución social y económica de los pueblos, con el surgimiento y consolidación de nuevas tecnologías que impulsan y mejoran ostensiblemente el desarrollo humano y enriquecen la calidad de vida –nos referimos al aumento de las opciones y aptitudes de las personas en función al acceso a la salud, a la educación y a la razonable obtención de los recursos indispensables que hacen posible un nivel de vida digno y sostenible en el tiempo–.
La Venezuela de nuestros días aciagos se desenvuelve bajo el agobio de conflictos sociales y políticos internos y externos, de las amenazas que entrañan las posiciones asumidas por regímenes autoritarios desafiantes de los valores cristianos y democráticos de occidente –aquellos que sin duda nos identifican desde que fuimos república independiente–, de la desvalorización de la cultura, del relajamiento de las buenas costumbres –para citar un claro ejemplo, no se respetan las señales del tránsito automotor ni se guarda la debida compostura en espectáculos públicos–, de la destrucción de la economía doméstica y de todos los problemas interconectados a la incapacidad de satisfacer las necesidades básicas de la población. En ese contexto, el factor aglutinante de las mayorías actuantes de buena fe es el deseo ferviente de reconstrucción de la unidad nacional que allane el camino de una salida franca de la crisis que nos envuelve –el cambio político que debe consagrar el restablecimiento de la república civil–.
El nuevo liderazgo que reclama el país está llamado a comprender las distintas motivaciones que atañen a los seres humanos según sea su condición sociocultural y económica. A cada situación corresponderá no solo una particular motivación, sino además una solución diferenciada respecto a los distintos grupos humanos que interactúan en la sociedad nacional. Cuestión distinta es el asunto de los principios y valores que determinan las formas de estado y de gobierno republicano. En este caso se trata del consenso mayoritario alcanzado alrededor de los derechos y deberes del ciudadano. Es el contrato social que reconoce la vigencia temporal de la autoridad –la alternabilidad en el ejercicio de la función pública–, así como del cuerpo de normas morales y del marco regulatorio al que se someten sin reservas. El líder debe inspirar respeto a ese contrato social –como tal deviene en referente fundamental de buena conducta, singular motivación de alcance general en una sociedad organizada–. Qué falta nos hace en Venezuela ese buen ejemplo que huelga entre nosotros desde 1999.
Se programan unas elecciones primarias que servirían al propósito de designar un nuevo liderazgo que habrá de inspirar, encauzar y concretar el cambio político deseado por la inmensa mayoría de los venezolanos. Impresiona el grado de confusión y desacierto de numerosos opinantes que se afanan en interpretar de manera sesgada, todo lo que acontece alrededor de las elecciones primarias y del proceso previsto para el año 2024. Dócilmente se acoge la narrativa que pondera unas inhabilitaciones que solo existen en el terreno metajurídico –no se cumplen los extremos legales y por tanto son inadmisibles–. Se habla igualmente de un infame orden de sucesión que validaría lo improcedente jurídicamente hablando, con lo cual quedaría denegada la voluntad de los electores depositantes de su confianza en el líder de las mayorías votantes.
Los venezolanos de buena voluntad han ratificado el deseo de cambio en la manera de conducir la política de las últimas dos décadas y ello concierne tanto a los actores del régimen como de la oposición. Una vez más se ha delineado el sueño de recuperar la soberanía nacional y de alcanzar el sano entendimiento entre todos los sectores de la vida venezolana. Para ello se ha ratificado como medio al voto popular, a ser ejercido con motivación y responsabilidad. De tal manera el nuevo liderazgo resultante de las elecciones primarias dispondrá de una base sólida para plantear, negociar y suscribir acuerdos fundamentales en beneficio del país y no de parcialidades políticas y sus cómplices, como ha sido el caso en lo que va de siglo. En definitiva, el nuevo líder debe vencer el abstencionismo político y asumir su papel en una cruzada que le exige ser creativo, conciliador, innovador, estudioso de nuestras realidades, optimista y luchador incansable por una mejor sociedad.