«Esta es», se ha repetido desde el comienzo de la campaña e incluso antes, «la elección presidencial más trascendente de nuestro tiempo… tal vez de nuestra historia». Y no es hipérbole.
Trump no es un presidente de, y para, todos los estadounidenses. Nunca ha intentado serlo. Su ejercicio se ha caracterizado por su efecto divisivo de Estados Unidos, traficando con una retórica y una conducta política divorciados del discurso civil y democrático. Ha intentado normalizar la mentira y atentado contra el consenso de la ciencia con procedimientos que socavan los resultados de las políticas públicas y las instituciones; y esto lo ha hecho en asuntos tan delicados como el manejo de la pandemia o la urgencia que impone el cambio climático. Hace poco dijo que la razón por la que no se pone de acuerdo con la mayoría demócrata, sobre el segundo paquete de estímulos económicos, es porque no está de acuerdo con inyectar recursos federales a los estados y municipalidades gobernadas por demócratas: quiere discreción absoluta en la direccionalidad de los recursos.
Esto sería suficiente para dejar claro cuán cruciales son estos comicios, de cuyas consecuencias nadie está al margen. Pero hay más. Estados Unidos tiene ante sí cuatro importantes desafíos.
Primero, regresar con fuerza del impacto del COVID-19. La crisis de salud pública está lejos de terminar, los impactos económicos son significativos y las inequidades sociales que han reflotado constituyen un llamado a la acción.
En segundo lugar, Estados Unidos debe lograr que la democracia y la economía de mercado funcionen, una vez más, ofreciendo oportunidades para los jóvenes, las clases media y trabajadora. La falta de dinamismo en la movilidad social y el estancamiento económico de las familias estadounidenses son hoy dos cuestiones que exigen atención. Incluso, la escala de remuneraciones en los sectores medios y obreros se mantiene paralizada, a pesar de incrementos significativos en la productividad, con una concentración de riqueza sin precedentes por el 1% más privilegiado de la sociedad.
En tercer lugar, tenemos que navegar por las necesarias transiciones económicas y energéticas hacia el puerto de la sustentabilidad medioambiental. La ecología como prioridad es asunto existencial, inevitable y exigente, puesto que el cambio climático es una amenaza real para nuestro planeta, residencia de la humanidad.
Y en cuarto lugar, pero no menos importante, Estados Unidos está llamado a restaurar su liderazgo global y sus alianzas históricas, en consonancia con el nuevo panorama mundial. China está ganando poder e influencia, no solo en las finanzas y el comercio, sino con innovaciones que impactan todos los aspectos de la sociedad. La influencia china es, pues, geopolíticamente muy relevante, de lo que es prueba palmaria su presencia creciente en espacios, como América Latina, donde durante décadas Estados Unidos dio por sentada su influencia. Construir alianzas y reafirmar el liderazgo estadounidense en el mundo, de forma colaborativa, encontrando fuerza y una agenda común con nuestros aliados, será fundamental en las próximas décadas.
Estos objetivos demandan una sociedad estadounidense compacta, con importantes acuerdos políticos y legislativos bipartidistas de largo plazo. El éxito exige vencer la división interna, para co-liderar en el mundo.
Y aquí surge un quinto imperativo: lidiar con Rusia. El objetivo de Putin es socavar la fuerza de Estados Unidos y sus instituciones desde adentro. El líder ruso ha evitado un conflicto convencional (consciente de que en esas arenas lleva las de perder), y ha optado por la estrategia de alimentar los temores, la fractura y la confrontación entre estadounidenses, a través de una sofisticada intervención desde las redes sociales. Desafortunadamente, estas narrativas son amplificadas por influencers y ciudadanos dominados por miedos y prejuicios; o peor aún, explotadas por dirigentes que han detectado ese tráfico como su único camino hacia el poder. Junto con esta interferencia en nuestro proceso político, Rusia y otros se han erigido en una amenaza de ciberseguridad. Al terrorismo tradicional se han sumado estos nuevos retos de seguridad nacional y global, que debemos enfrentar con aplomo y presteza.
El primer paso, ante este conjunto de desafíos, es votar. Con madurez. Con compromiso. Debemos cambiar de rumbo en estos tiempos difíciles, para que nuestro gobierno y líderes acaten el mandato de reunificar el país y trabajar con los mejores entre nosotros. No solo la mayoría de los estadounidenses aspira a un cambio. El mundo interpela a Estados Unidos para que retome la defensa de los valores democráticos, de la libertad y la justicia social.
Digámoslo de una vez, el mundo necesita el liderazgo estadounidense. Es evidente por dondequiera. Por lo tanto, si aún no lo ha hecho: ¡Vote!, no permita que nadie tome tan vital decisión por usted.