No es ese el dilema. El dilema es, más bien, a qué hora me levanto para ir a ejercer mi derecho al voto. Para colocarme en la cola y esperar que abran el centro e inicie el proceso.
Al venezolano le fascina votar, aunque a algunos les duela desde ya, y más les va a doler el domingo en la noche, tarde, seguramente, o el lunes en cualquier momento, después del café. Habrá voto castigo, voto favorable a la oferta de cambio y, sí, algunos votos propios de las lamentaciones y reconcomios de quienes pretenden conservar este desastre humano y material.
Desgraciadamente, los cercanos a cuatro millones de compatriotas regados por el mundo, como consecuencia del accionar del régimen instalado en Miraflores, no podrán, ni en un diez por ciento, manifestar su opinión. Esos no votan. Pero quienes estamos adentro sí. Seremos sus representantes al momento de ponernos frente a la máquina.
Pero votan los familiares de los presos políticos: madres, padres, tíos, abuelos, sobrinos, hermanos, cuñados, nietos. Esos votan con mucha conciencia. Lo harán también los trabajadores mal pagados, los humillados con bonos sin sueldos, sin protección social garantizada. Ellos depositarán con suma alegría su papeleta, después de lidiar con la máquina. Estudiantes creciditos y profesores votan, médicos y enfermeras, militares, empleados públicos. Todos esos son votos muy duros. Porque existe el voto con el que se castiga el accionar de varios lustros que pensaban eternos.
Ah, votan los jubilados y pensionados. Los adultos mayores, maltratados económica y hasta verbalmente desde el poder. Esos votan, desde luego, algunos asistidos, pero con suma claridad de pensamiento. Las amas de casa que no pueden con el peso aligerado de la bolsa que reparten al mes, votan.
Algunos no votan: quienes prefieren, como otro modo de castigo, quedarse en casa para no ser trasladados en carros rojos que parecen fúnebres. Esos se darán de baja. Quienes estando allá, de aquel lado, han sido maltratados permanentemente con trabajos miserables en nada recompensados, esos no.
Visto así, habrá muy seguramente una altísima participación, como todos deseamos. Incluyendo la de aquellos que tienen todavía algo que defender, algún buen sueldo, alguna dádiva generosa, algún amor de granate corazón. Corazón del pueblo como llaman en atención a telenovelas fenecidas. Después de los gastos desmedidos del erario público en propaganda, unos votamos y otros no. Quienes votamos lo haremos con la firmeza del deseo democrático; quienes no, que se queden en casa esperando. Votar o no votar es un dilema, sí, para quienes han visto movilizaciones y opiniones. Para nosotros no. Porque yo iré tempranito a votar. ¿Y tú?