“La idea de toda cosa causada depende del conocimiento de la causa de la que es efecto” Spinoza (Eth. 2, 7, dem.)
La filosofía de Spinoza es como una mina inagotable de objetos preciosos. Por más diminuta que sea la pieza encontrada, su rica luminiscencia logra siempre avivar la llama del pensamiento. Lo que equivale a decir que Spinoza es uno de esos -auténticos- filósofos que suscita la incesante transformación de lo pensado en pensante, de la cómoda y “segura” positividad en el desafío de la acción recíproca del sujeto-objeto idéntico, cabe decir, de la praxis. Como ha afirmado Luciano Espinosa en su estudio introductorio a la edición Gredos de la Ethica, “se trata de alguien que no aceptaba distracciones, consuelos ni componendas, y que estaba dispuesto a jugarse la vida por usar la razón en libertad, esto es, por defender la tolerancia y oponerse de lleno al fanatismo de las minorías y a la ubicua superstición de la mayoría. El delirio, la ignorancia y el miedo van de la mano, pero hay que dirigir la crítica filosófica contra sus cristalizaciones”. Por eso mismo, la afirmación que sirve de epígrafe a las presentes líneas recoge, en gran medida, el significado más hondo de lo que el propio Spinoza llama Amor intellectualis Dei, como resultado directo del “tercer género del conocimiento”, al cual, por cierto, no resulta fácil arribar, dado que -entendimiento abstracto mediante- el sistema de instrucción oficial está estructurado de tal manera que hace prácticamente imposible que, efectivamente, el educador eduque al educando y el educando eduque al educador. Lo cual confirma, in der Praktischen, la imperiosa necesidad que tiene la sociedad del presente de dar el salto cualitativo desde el segundo al tercer género del conocimiento. Y es por eso que, precisamente, la razón instrumental -literalmente, el brazo armado del segundo género de conocimiento- confunde el acto de votación con el libérrimo acto de la elección.
Un político, un periodista, un profesional promedio, cabalmente instruidos bajo tales premisas doctrinarias, no pueden más que afirmar que no existe otra salida que la de votar por un “candidato sustituto” al que se le permita inscribirse oficialmente, con lo cual se estaría garantizando la preciada unidad de toda la oposición -léase, de todos los partidos políticos que conforman la llamada Plataforma Unitaria-, condición sine qua non para poder derrotar por la vía “democrática, pacífica y electoral”, como suele decirse, y bajo las condiciones establecidas en el acuerdo de Barbados, al régimen gansteril que mantiene bajo secuestro a la expoliada Venezuela desde hace veinticinco años.
No resultará inapropiado recordar –immerwieder– que en la Ethica Spinoza distingue tres grados -o tres géneros- de percepción: 1) el conocimiento “de oídas” o “por experiencia”; 2) el conocimiento analítico, que va de las causas a los efectos; 3) el re-conocimiento, que va desde los efectos hasta la causas. El primer grado o género percibe las cosas con base en representaciones mutiladas, confusas y sin orden para el entendimiento, “por eso suelo llamar a tales percepciones -dice Spinoza- conocimiento por experiencia vaga”, “opinión o imaginación”. El segundo grado percibe mediante el entendimiento abstracto: “a este modo lo llamaré razón y conocimiento del segundo género”. Y finalmente, “aparte de estos dos géneros de conocimiento se da otro tercero, que llamamos ciencia intuitiva. Y este género de conocimiento procede desde la idea adecuada de la esencia formal hasta el conocimiento adecuado de la esencia de las cosas”.
Cada uno de los grados o géneros de conocimiento caracterizados por Spinoza forman parte constitutiva del proceso de construcción de la verdad y la libertad, comprendidas como “conciencia de la necesidad”. En una palabra, no es posible llegar al saber objetivo de las cosas si no se efectúa el tránsito desde el conocimiento de lo inmediato y aparente a las formas instrumentales propias del entendimiento abstracto y, desde estas, hasta la conquista de la superación -y conservación- de lo uno y de lo otro, a la luz de su proceso reconstructivo. Para decirlo con Hegel, “no nos contentamos con que se nos enseñe una bellota cuando lo que queremos ver es un roble, con todo el vigor de su tronco, la expansión de sus ramas y la masa de su follaje”. Quien posee un conocimiento construido sobre la base de presunciones y opiniones o bien por seguir a pie juntillas la metódica, el modelo, “el librito” aprendido a lo largo de su experiencia vital o de su ejercicio profesional, sin duda tendrá a su favor un aspecto, una parte cumplida del proceso, pero no tendrá una comprensión completa y concreta sino una abstracción. Esa es la diferencia, por cierto, que existe entre votar y elegir.
Se puede votar siguiendo las pautas del primero o, incluso, del segundo género del conocimiento. De hecho, muchos votan por una opción determinada porque “de oídas” o por “experiencia vaga”, es decir, sometidos a los criterios previamente establecidos y fijados por los medios de difusión e información, se disponen a transitar “la espiral del silencio” de la que hablaba Elisabeth Noelle-Neumann. También se puede seguir creyendo que sólo uniendo las piezas de ese rompecabezas, al cual se le ha dado en llamar “unidad”, es posible enfrentar y derrotar al gansterato, porque “la experiencia chilena”, los “instrumentos de análisis”, las “metodologías científicas”, la “bibliografía correspondiente” y los “expertos y especialistas” en estas lides así lo indican. No obstante, es en virtud del reconocimiento del propio y específico proceso cumplido y de la persistente labor de transformar conscientemente la idea de votar en una real elección que exprese clara y distintamente el deseo colectivo de cambio y transformación lo que, al final y como resultado, dará término al largo calvario que durante los últimos veinticinco años han padecido los venezolanos.
La unidad no es exclusiva de un conglomerado de siglas. La unidad de verdad está compuesta por la rica diversidad que configura la sociedad civil, la cual, durante los últimos tiempos, se haya más organizada de lo que muchos imaginan. Esa sociedad civil que, por su propia condición, se ha propuesto resolver esta crisis orgánica mediante la vía electoral, ciertamente no posee más que el poder de su voluntad de cambio. Pero cabe recordar que -si lo que dice Spinoza es cierto- la consciencia y la voluntad se identifican. Por eso mismo, conviene afirmar que lo que el gran pensador holandés denomina la ciencia intuitiva o el amor Dei intellectualis puede llegar a convertirse en una poderosa fuerza material, una vez que se enseñorea de las grandes mayorías. De ahí la “Ley Antifascista” de los fascistas. De ahí el grotesco reclamo del Esequibo. El pánico de los jerarcas del cartel se ha desatado. Delirio, ignorancia y miedo. Por eso quieren justificar una represión que no tiene justificación. La Corte Penal Internacional va cerrando las trochas de la delincuencia. El ejemplo del mayor general Cliver Alcalá pesa como una afilada espada de Damocles pendiendo de un cabello sobre sus cabezas. Y hasta los viejos aliados comienzan a voltearles el rostro. No van quedando opciones y se acaba el tiempo. Lo más conveniente sería satisfacer la exigencia de todo un pueblo. No porque quiera votar sino porque quiere elegir consciente y libremente.
@jrherreraucv