En los mejores tiempos de la democracia venezolana los periódicos nacionales y locales solían abrir sus ediciones por estos días con la cifra de la población estudiantil que regresaba a clases. Era un dato que daba pistas de la temperatura del país, al igual que la cantidad de barriles de petróleo que se vendían, la tasa de desempleo, la subida de los precios. Ahora de lo que se trata es de que efectivamente los niños y jóvenes vuelvan a clases, que los maestros regresen también a las aulas. Es decir, que haya clases, más allá de si su calidad es regular, buena o deficiente. La educación fue por décadas un ascensor en la vida social de inmensas capas de la población.
Junto a los estudiantes y los maestros, que son el centro del proceso educativo, también son indispensables otros regresos: el de la electricidad de manera permanente, el agua, que el Programa de Alimentación Escolar se acerque a la cobertura que alguna vez tuvo, y que el salario de los maestros se pueda llamar verdaderamente salario, que cubra las necesidades básicas de quien se dedica a formar a la niñez y juventud venezolana y no tengan que “rebuscarse” con otros empleos, como abiertamente han promovido las propias autoridades estatales ante la imposibilidad de mejorar su mísera remuneración. La mayoría de las escuelas públicas, por tanto, imparten clases dos o tres días a la semana.
Los datos de la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi, 2023, de la Universidad Católica Andrés Bello) sustituyen, de alguna manera, aquellas noticias saludables, aunque no exentas de limitaciones, que marcaron por años el engranaje educativo del país. En 2020, la demanda estudiantil de 3 a 24 años era de 10,9 millones de personas y la población escolarizada de 7,7 millones (70%), el año pasado la demanda alcanzó los 11,5 millones y la población estudiantil de 7,6 millones (66%), y representó una mejora con respecto a los años inmediatamente precedentes. En 2016, la cobertura fue de 76%. Pero además del retroceso de los números, 40% de los estudiantes asiste de manera irregular a clases.
Las causas de la inasistencia son múltiples: 30% por huelgas del personal docente, 18% por inasistencia de los docentes, 19% por enfermedad, 14% por fallas de los servicios públicos, 10% por falta de comida en el hogar o en la escuela.
Los rasgos característicos, entonces, de la situación educacional son: un porcentaje muy importante que no está escolarizado y, entre los escolarizados, el fenómeno del rezago escolar: ligero en un porcentaje superior al 30% entre las edades de 7 a 11 años y severo entre 7% y 18%, y más notorio en ellos que en ellas. Los datos del rendimiento académico, según mediciones de instituciones privadas, son absolutamente decepcionantes en la educación pública. El promedio es menor a 10 puntos, lo mínimo requerido para seguir avanzando en el proceso educativo.
¿Hay soluciones? ¿Es posible y realista pensar que el curso 2024-2025 será mejor que el anterior? ¿Puede este Estado, sin institucionalidad y a la deriva, acometer el rescate de la educación venezolana?
El sacerdote jesuita Luis Ugalde, exrector de la Universidad Católica Andrés Bello, lleva tiempo proponiendo una gran alianza por la educación, que haga renacer las escuelas. “La educación solo se salvará, ha escrito, si la sociedad toma conciencia de su responsabilidad educadora”. Como en otros ámbitos de la vida nacional, la sociedad civil puede ser un motor para hacer realidad la “tríada solidaria”, en palabras de Ugalde, entre familia, Estado y sociedad, que está en el preámbulo de la Constitución y se niega en la práctica.