La fuerza no viene de una capacidad física sino de una voluntad indomable, decía Gandhi. Los pueblos del mundo están dando fe de ello.
Desde el 22 de febrero de 2019, el pueblo argelino retomó las calles en un movimiento histórico contra las intenciones de Abdelaziz Bouteflika de literalmente “morir” aferrado al poder y no las ha abandonado a pesar de su renuncia formal en abril, pues aspira a una verdadera democracia.
Algo parecido sucedió en Sudán en contra de Omar al Bashir. Los manifestantes soportaron valientemente una brutal represión del gobierno para continuar exigiendo sus derechos. No contentos con la dimisión de Bashir (11 de abril de 2019), quien llevaba casi treinta años en el poder, insistieron de manera creativa hasta hacerse oír por el Consejo Militar que ocupó su lugar, al que obligaron a dar paso a una junta cívico militar.
Las protestas que desde junio han tomado por asalto a Hong Kong en contra de una legislación orientada a permitir la extradición de personas a la China continental, lograron su cometido. La norma que hizo temer por la independencia judicial de la ciudad y la vida de los disidentes fue retirada. Y las manifestaciones se mantienen para exigir una investigación sobre las denuncias sobre los presuntos excesos represivos de la policía y más democracia.
El paro de octubre en Ecuador finalizó con Lenín Moreno derogando el polémico Decreto 883 que eliminaba el subsidio a los combustibles.
Como estos casos, muchos otros con menos cobertura. La historia, que normalmente leemos como una sucesión de conflictos armados, tiene otra cara: una cronología de luchas no violentas con protagonistas y causas tan diversas como la humanidad misma. Según una reconocida base de datos de la Universidad de Denver, su porcentaje de éxito, a pesar de una pequeña remisión en los últimos años, es casi el doble del de fracaso (Stephan and Chenoweth, 2015).
¿Cómo es esto posible? ¿Cómo se explica su mayor eficacia relativa? Si aceptamos el axioma que dice que en la política “el poder nunca es dado, siempre es tomado”, la conclusión obvia es que los movimientos no violentos han triunfado porque, de algún modo, ejercieron un poder mayor al de
sus oponentes. Tienen “una fuerza más poderosa” que las armas.
Por supuesto, el poder del que hablamos no es un poder monolítico, fijo, definido en términos tradicionales como dominio sobre el otro, del cual solo cambian sus representantes ubicados en el tope de la pirámide social. Las teorías alternativas se centran en sus aspectos relacionales y en la fuerza de los débiles, promoviendo la idea de un poder “pluralista”.
Se considera que, en última instancia, el poder reside en el consentimiento de la gente común, ubicada en la base, a someterse a determinadas reglas. Y que cada una de esas personas, en cualquier momento, puede cambiar de parecer y negarse a obedecer, ejerciendo, individual o colectivamente, la cuota de poder que le es inherente. Así, el poder deja de ser una cosa rígida que “pertenece” a una minoría y puede ser redistribuido tantas veces como sea necesario.
Esto se vincula con la visión constructivista de la paz, la cual no se equipara con la ausencia de conflictos de intereses, inevitables en sociedades complejas, sino con la resolución pacífica de los mismos (Galtung, 1996).
La paz de Maduro es una paz negativa, que apunta a la supresión de los conflictos sin cambiar en nada el escenario de violencia estructural. La paz a la que aspiramos pasa por la resolución de esos conflictos mediante la superación negociada de todo tipo de violencia, una paz positiva, nacida del consenso.
La resistencia civil está moldeando sociedades y gobiernos alrededor del mundo. Los movimientos exitosos no solo les dicen a las personas que son poderosas, sino que demuestran el poder de la gente al establecer objetivos claros y alcanzables para luego documentar y difundir sus
victorias. Estás al inicio pueden ser limitadas, pero suelen tener un efecto inflamable.
Por ejemplo, el movimiento por los derechos civiles de Estados Unidos comenzó por combatir la segregación en los autobuses de Alabama entre 1955 y 1956 y en terminar con la segregación de los mostradores de las cafeterías de Nashville.
La campaña de Gandhi en la India entre 1930 y 1931 enfocó
sus esfuerzos en boicotear las Leyes de la Sal y otras consideradas igualmente injustas. Objetivos modestos en comparación con la gigantesca tarea de derrocar la segregación en los Estados Unidos o ganar la independencia de la India.
Sin embargo, no hay que restarles importancia. Fueron la chispa que encendió el fuego libertario. Estas victorias le mostraron a la gente que sus acciones importaban y podían hacer la diferencia, lo que impulsó la participación y propulsó a estos movimientos a nivel nacional e internacional.
¡Adelante, Venezuela! Rebélate contra el hambre, contra la escasez de medicamentos y el mal funcionamiento de los hospitales, contra la sentencia 0324, en defensa de la autonomía universitaria, en fin, por un país vivible y la posibilidad de reencontrarnos como nación. Demuestra tu voluntad indomable, virtud y honor.