Los años noventa en Venezuela fueron de acciones vanguardistas sorprendentes. Nuevos nombres, agrupaciones y obras redimensionaron en ese momento los alcances de la danza contemporánea del país. Esta inquieta década traería una visión alternativa ajustada a los momentos que corrían en los centros mundiales de la experimentación y la investigación del movimiento. América Latina, Norteamérica y Europa fueron entusiastas receptores de una emergente danza nacional.
Claro resultado de los noventa fue Rajatabla Danza, hermana del celebrado grupo de teatro Rajatabla, codirigida por Andreína Womutt y Luis Armando Castillo, convertida en una voz diversa dentro de la danza contemporánea venezolana. Una fusión de técnicas corporales, desde las más establecidas hasta las más experimentales, y una atrayente irreverencia ideológica como orientación, no exenta de rigor interpretativo y escénico, caracterizaron esta experiencia que se extendió durante una década.
Las obras No me pidas tanto en el primer intento, Hombre par, El asombro del pájaro, En vivo vivo y El amor quiere un amante son algunas especiales referencias del singular mundo de situaciones y vivencias de este ensamble singular.
Espacio Alterno, iniciativa artística creada y liderada por Rafael González puede ser asumida como una consecuencia del desarrollo de una escuela venezolana de nueva danza, de la cual es uno de sus primeros y más representativos exponentes. El final del decenio anterior había traído un nombre que apareció tímido dentro de los noveles coreógrafos de danza contemporánea del país, aunque dando claros indicios de su norte ideológico y estético: la danza como un hecho esencialmente visual.
Sorprende la fidelidad de González a sus intereses creativo iniciales, los cuales ha desarrollado de manera consecuente, ubicándolo hoy como un director de sólido y riguroso oficio, especialmente destacable por el depurado abstraccionismo formal de sus obras ejemplificadas en Quattuor, Triduum, Coordenadas, Séptimo, Fuga, Aqua, Progresiones, Translúcidos y 3 puntos lineales planos.
Dramaturgia y movimiento son dos palabras que sintetizan el ideal de Miguel Issa y Leyson Ponce como creadores. Juntos partieron de la integración lúcida de ambos conceptos para proponer un proyecto creativo que tendría altas repercusiones. Interesados en manifestaciones artísticas disímiles, y formados dentro de procesos educativos distintos, coincidieron en su apuesta definitiva por el ámbito inagotable del cuerpo expresivo. Issa proveniente de la música y Ponce de la danza contemporánea, unieron sus expectativas sobre lo escénico y se plantearon una aproximación al movimiento y al gesto desde una dimensión unida al sentimiento humano y alejada de racionales abstracciones. A través de Dramo, la plataforma por ellos concebida, propiciaron una alternativa que partió de los parámetros universalizados del arte escénico expresionista, dotándolos de personales sentidos de identidad, diferentes en cada director, que, sin embargo, supieron conciliar.
Los aportes de Dramo se sintetizan en un conjunto de obras reveladoras que ya integran el patrimonio escénico nacional y configura una escuela venezolana de danza neoexpresionista poseedora de postulados conceptuales y estéticos que le otorgan particularidad y trascendencia: Gastone, Meraviglioso, Ella, María Callas, Nosferatu, ladrón de cuerpos, Medea material, El divino Narciso, Pascua, La divina comedia, Los siete pecados capitales, Canción de los niños muertos, Esperando a Godot, El Mistral y El vuelo del ilusionista, entre ellas.
Los años noventa fueron decisivos en la diversificación y proyección internacional de la danza contemporánea venezolana. Rajatabla Danza, Espacio Alterno y Dramo representan genuinos proyectos institucionales de ese tiempo. La impronta de sus directores aún se hace sentir.