El llamado a dedicar la vida al servicio de los demás se puede desarrollar desde innumerables ámbitos. Algunos casi imperceptibles y otros más reconocidos. Todos pueden ser igual de meritorios. Estas líneas se refieren al servicio público, y más particularmente al servicio desde el poder público. En este sentido, uno de los daños más notorios que la hegemonía y sus satélites han infligido a la nación venezolana es que, en general, a las nuevas generaciones les parezca incomprensible el asociar la noción de servicio público con la realidad del poder.
La asociación, digamos que instintiva, es la contraria: el servicio público no es para servir sino para servirse de cualquier manera que sea posible, sobre todo dineraria. No se trata, desde luego, de un asunto nuevo en la trayectoria de Venezuela, pero su extensión y profundidad sí son fenómenos muy perjudiciales de estos años.
Los hechos constantes de latrocinio e impunidad por parte del poder establecido han hundido la esperanza en el servicio público, y han transmutado todo lo relacionado con ello en una especie de reino de los cínicos y depredadores de los recursos públicos.
El desconocimiento y el desinterés por la historia de nuestro país también contribuyen a tan fatales percepciones, porque, para muchos es inimaginable que hayamos tenido períodos positivos para el servicio público, que incluso se convirtieron en ejemplos de servicio democrático en América Latina.
¿Cómo recuperar el concepto y la práctica del servicio público en Venezuela? Al respecto solo puedo asegurar que es imposible con la hegemonía. Un elemento importante del cambio necesario es que el servicio público aflore con fuerza en el ideal de la juventud. Una razón adicional para que la conducción de la patria cambie de raíz.