En su carta a los accionistas de Berkshire Hathaway Inc., fechada el 27 de febrero de 2021, Warren E. Buffet, presidente de la junta, muestra, tal como lo ha hecho tradicionalmente desde hace cualquier cantidad de años, dos métricas tan imbatibles como irrefutables.
La primera es el retorno compuesto anual de la acción, en dólares, entre 1965 y 2020 comparado con el mercado visto este a través del Índice Standard & Poor’s 500 (S&P 500): 20,0% versus 10,2% respectivamente. La segunda es el retorno total de la acción entre 1964 y 2020, mismo que compara también con el S&P 500, 2.810.526% versus 23.454%. La segunda métrica revela que el retorno total de la acción de Berkshire Hathaway ha sido 120 veces mayor que el del mercado.
La carta en cuestión es una rendición de cuentas sobre el año 2020 y está escrita en un estilo narrativo muy simple y de tipo conversacional, personal y anecdótico. De los muchos temas que allí toca Warren Buffet (son 14 páginas) hay uno que me llamó la atención y que no hubiera podido ser escrito tan llanamente si el estilo de la carta hubiera sido, digamos, tipo «cuartetas de Nostradamus» tal como es el caso de la lecturabilidad –que no legibilidad– de algún informe de auditores independientes con asuntos clave de auditoría.
Berkshire Hathaway colocó en su balance y estado de resultados una afectación (deterioro) por 11.000 millones de dólares en 2020, casi que todo el monto debido a una inversión que hizo Buffett en 2016. Se trata de la compra de la empresa Precision Castparts (PCC), por la que Buffett dice que pagó “demasiado”.
En palabras de Buffet en la carta: «Nadie me engañó; simplemente era demasiado optimista sobre el potencial de ganancias de PCC. El año pasado, mi error de cálculo quedó al descubierto por acontecimientos adversos en la industria aeroespacial, la fuente de clientes más importante de PCC».
Continúa Buffet: «Creo que tenía razón al concluir que PCC, con el tiempo, obtendría buenos rendimientos sobre los activos tangibles netos desplegados en sus operaciones. Sin embargo, me equivoqué al juzgar el monto promedio de las ganancias futuras y, en consecuencia, me equivoqué al calcular el precio adecuado a pagar por el negocio».
Con el texto anterior, una carta pública para sus accionistas y la historia, el bueno de Warren E. Buffet admite que se equivocó y para que el lector tenga idea de las consecuencias del error así reconocido, puedo decirles que el monto del deterioro es casi el doble de las reservas internacionales de Venezuela finalizado el mes de enero de 2021, comparen ustedes: 11.000 millones de dólares versus 6.300 millones de dólares en reservas internacionales, según lo reportado por el BCV.
Por allí hay también una anécdota sobre Bill Gates, quien estuvo en la junta de Berkshire Hathaway hasta marzo de 2020. En una oportunidad regañó a sus subordinados directos en una reunión de revisión de desarrollo de productos. Según cuenta un director de Microsoft que estaba allí presente, Gates les dijo: “¡No están fallando lo suficiente! La próxima vez, quiero ver cuatro veces más fracasos… y lo que han aprendido de ellos».
Precisamente, allí reside gran parte del valor del error: en la oportunidad de aprendizaje que suministra, por supuesto, cuando se comete sin mala intención. Otros elementos que añaden valor al error son que cuando se admite o reconoce en público se gana respeto, se predica el ejemplo, se construye y afianza una cultura de confianza –que no de engaño y trampa– y la persona, lo estamos viendo con el ejemplo de Buffet, se inserta positivamente en la historia.
Mi punto con este artículo es que hay que establecer diferencias en cuanto al uso y la valoración que se le otorga al error. Por ejemplo y según Victor Valera Mora dixit, Warren Buffet y Bill Gates «viven en el error» porque además de ser «implacable e invencible», les permite aprender, corregir conductas y crear más valor.
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