En su libro La inmensidad del mundo: una historia de cómo los sentidos de los animales nos muestran los reinos ocultos que nos rodean, ganador del premio Pulitzer, Ed Yong, escritor de ciencia, cuenta que todos los mamíferos, peces e insectos —todas las formas de vida terrestre— están «encapsulados en burbujas sensoriales únicas, donde solo perciben una pequeñísima parte de este inmenso mundo». Esas burbujas sensoriales son los Umwelt de cada criatura, la «parte de su entorno que cada animal puede sentir y experimentar: su mundo perceptual». Dos criaturas pueden «estar en el mismo espacio físico» y, sin embargo, «tener Umwelten completamente distintos».
Eso nos lleva a una pregunta de fundamental importancia: ¿todos los humanos compartimos el mismo Umwelt o nos es imposible compartir experiencias?
El mundo perceptual de cada animal depende de cuestiones específicas relacionadas con sus sentidos. Por ejemplo, los tiburones usan el olfato para detectar presas a kilómetros de distancia en el océano, la vista cuando ya las tienen en su campo de visión, un órgano sensorial conocido como el línea lateral para detectar el movimiento, y pulsos eléctricos sobre el final, para guiarse en el ataque. Los pájaros pueden ver en las plumas marcas ultravioletas invisibles para los humanos, por lo que hembras y machos que para nosotros son idénticos, para ellos son muy diferentes. Los murciélagos «ven» al mundo gracias a la ecolocación y algunos peces usan la «electrolocación».
Los perros usan principalmente el olfato para mapear su entorno; la vista y el oído son para ellos sentidos secundarios, solo ven tonos de amarillo verdoso y azul violáceo. Si un humano está junto a un perro captará muy pocos olores, y verá ese mismo entorno en tonos de rojo, verde y azul. Esto implica algo fundamental: el perro y el humano no ven simplemente lo mismo de manera diferente, como cuando dos humanos discuten si algo es gris verdoso o verde grisáceo. En este caso, lo que para la experiencia de uno resulta central, está completamente ausente del mundo del otro.
En cuanto a los humanos, la mayoría nacemos con los mismos sentidos básicos: vista, oído, olfato, tacto y gusto. Por supuesto, algunos tienen una vista más aguda o su audición es peor que la de otros; hay quienes prefieren sabores más dulces o salados, o son más o menos sensibles a ciertas sensaciones. Todos experimentamos al «mundo» que rodea nuestros cuerpos —y también, de hecho, dentro de nuestros cuerpos— de manera diferente.
De todos modos, solemos creer que las diferencias son cuestiones de grado. Nuestras capacidades perceptivas, similares en gran medida, implican que por lo general podemos imaginar las experiencias sensoriales de otros humanos.
Supongamos, sin embargo, que las diferencias de grado entre nuestras geografías, culturas, experiencias de vida, entornos de noticias e historias familiares fueran tales que se convirtieran en diferencias de tipo, de modo tal que nuestras burbujas sensoriales fueran imposibles de percibir para otros grupos de humanos. ¿Es posible que, a través del tiempo o como resultado de una crisis específica, esas distintas percepciones del mismo mundo produzcan Umwelten diferentes? Si eso es posible, bien podría ofrecernos valiosos conocimientos sobre desacuerdos aparentemente insolubles, empezando por el conflicto entre israelíes y palestinos.
Muchos de ellos ven a sus contrapartes, antes que nada, como miembros de la especie humana que se adaptan de manera comprensible a las circunstancias particulares que les tocan. Se han creado profundas conexiones personales y sociales a partir de las características y experiencias que comparten ambos bandos, especialmente, el dolor y la pérdida. Grupos como Women Wage Peace, Standing Together y Whispered in Gaza desafían los estereotipos de la enemistad eterna.
Pero es muy posible que las reacciones de millones de israelíes y palestinos correspondan a Umwelten diferentes: muchos israelíes solo son capaces de percibir la amenaza, ya que su conciencia responde a siglos de trauma, persecución y genocidio. Y muchos palestinos solo pueden sentir la opresión, ocupación y expulsión; el área que rodea a Gaza y Cisjordania se les presenta como un gran depredador acechante, que tapa la percepción de cualquier otra cosa.
Los enfoques diplomáticos para resolver el conflicto tienden a centrarse en tratar de persuadir a la contraparte para que vea las cosas, al menos un poco, desde nuestro punto de vista. El lenguaje es, en este caso, revelador. No solo se supone que ambas partes poseen los mismos sentidos, sino también versiones similares de ellos. Se espera entonces que sean capaces de compartir las mismas percepciones… es solo cuestión de ponerle suficiente empeño.
Pero si los Umwelten de las partes son diferentes —si cada una habita un mundo sensorial distinto, sin puntos de contacto entre sí— es necesaria una estrategia diplomática diferente, tal vez centrada en persuadir al otro del abismo que las separa. «Tu visión del mundo es correcta, para ti y la mía, para mí», pueden decirse unos a otros. «Así como ustedes son el otro para nosotros, nosotros somos el otro para ustedes. No podemos entender lo que ven y sienten, lo más que podemos hacer es reconocer que ustedes tienen las mismas limitaciones para entendernos».
Puede parecer una conclusión sombría, ya que rechaza la universalidad de nuestra humanidad común, pero aceptar que otro grupo no puede ver las cosas desde nuestro punto de vista —no porque no quiera hacerlo, sino debido a una suerte de laguna sociobiológica— reduce la presión emocional. «Unirse» es imposible, al menos de momento, al igual que obligar a la otra parte a que comparta la manera en que entendemos la realidad. Pero tal vez si aceptamos nuestras profundas e insalvables diferencias sobre el pasado y el presente podamos encontrar puntos en común para el futuro.
Los israelíes y palestinos aman a sus familiares, comunidades y culturas. La gran mayoría desea el fin de la matanza y la destrucción. Quieren que los criminales de guerra y quienes perpetran atrocidades rindan cuentas. Quieren vivir en paz, con libertad y prosperidad. Esas son metas que comparten, cada uno de su lado.
Para alcanzarlas, ambas partes pueden acordar aceptar la visión del mundo del otro siempre que la otra parte acepte la propia. Podemos crear una paz fría: lloraremos a nuestros muertos por separado; reconstruiremos cada uno por nuestro lado; y, con suficiente ayuda externa, crearemos instituciones y culturas que permitan a nuestros hijos y nietos pequeños recuperar los sentidos que perdimos».
Traducción al español por Ant-Translation
Anne-Marie Slaughter fue directora de planificación de políticas del Departamento de Estado de EE UU. Actualmente se desempeña como directora ejecutiva del gabinete estratégico New America, es miembro de la Academia Estadounidense en Berlín, y profesora emérita de Política y Asuntos Internacionales de la Universidad de Princeton. Escribió Renewal: From Crisis to Transformation in Our Lives, Work, and Politics [Renovación: de la crisis a la transformación de nuestras vidas, el trabajo y la política], (Princeton University Press, 2021).
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