Con resultados definitivos, que confirman “el sentimiento de la nación” de tres tercios grosso modo, a la chilena, podemos ya empezar a especular seriamente sobre la sucesión presidencial de 2024: el pasatiempo nacional de la clase política y de la comentocracia mexicanas. A la posibilidad de arrancar con dicha especulación viene como anillo al dedo el reportaje de The New York Times a propósito de la tragedia de la Línea 12 del metro. Como lo dice el propio artículo del periódico neoyorquino, el derrumbe no solo fue de las vías, si no de una o más carreras políticas sucesorias.
Dejemos a un lado las idioteces sobre si el Times le dedicó meses y decenas de miles de dólares a investigar los motivos de la muerte de 26 personas para favorecer o perjudicar a un posible candidato o a otra posible candidata de Morena para 2024. Hagamos a un lado también la discusión sobre el origen de la información recopilada y analizada por los periodistas de Nueva York. Es obvio que todos los datos provienen de una combinación de fuentes: documentos públicos que ya se conocían desde 2014, si no es que antes; documentos internos de las distintas empresas o dependencias que algo tuvieron que ver con el diseño, la construcción, el mantenimiento y la operación de la Línea 12; entrevistas on o off the record con distintas personalidades involucradas; y desde luego filtraciones del Ayuntamiento, pero también de otras posibles fuentes.
Como señalé aquí hace un poco más de un mes, a los presidentes mexicanos que buscan apoyar a un sucesor más que a otro -es el caso de casi todos ellos, por lo menos desde los años treinta- en algunas ocasiones los dioses les sonríen y sus planes se cumplen. En otras ocasiones, se les “cae” su gallo y deben de conformarse con una alternativa: alguien en quien no confían del todo, que no era su preferido, y que impulsaron o designaron o apoyaron como un mal menor, no como una bendición.
Cuando eso sucede, o bien recurren a quien siempre tenían pensado como posibilidad -la menor de las veces- o bien buscan entre los posibles -por ley o por conveniencia- a quien menos les incomoda y a quien más les dice su intuición que no se le voltearán. A algunos le fue bien hasta cierto punto: a López Portillo con De la Madrid, de alguna manera a Fox con Calderón. A otros les fue muy mal: a Díaz Ordaz con Echeverría, a Salinas con Zedillo, y a Calderón a su manera con Peña Nieto.
Nadie está muerto en política hasta que no lo entierren. El artículo de The New York Times y el peritaje oficial inminente sobre la Línea 12 no destruyen para siempre la posibilidad de que Ebrard sea el candidato de Morena. Eso depende de muchos factores, entre otros, y singularmente, de la voluntad de López Obrador. Pero todo parece indicar que si era una carta de López Obrador, se está cayendo o se cayó. No sabemos si los desastrosos resultados electorales de Morena en la Ciudad de México y en las zonas aledañas del Edomex, borren las probabilidades de la jefa de gobierno; de nuevo mucho depende de López Obrador. Pero lo que ya resulta evidente, a partir de las elecciones, de la Línea 12 y del pasmo reformador en el que se va a encontrar el gobierno de aquí a 2024, es que están a la orden del día el fuego amigo o patadas bajo la mesa, y la búsqueda de otras cartas por parte de Morena y de su jefe.
López Obrador ya mencionó a tres: Tatiana Clouthier, Esteban Moctezuma y Juan Ramón de la Fuente. Sobra decir que nadie tiene la menor idea de si habla en serio o si fue una ocurrencia mañanera más. Pero sí es evidente que esos nombres, y otros -Delfina Gómez, por ejemplo, o Ricardo Monreal, o incluso Arturo Zaldívar, según salgan las cosas- van a ser a la vez objeto de escrutinio por parte del que decide las cosas dentro de ese partido, y de golpes bajos o no tan bajos por parte de sus rivales, posibles o reales. Lo bueno es que nos vamos a divertir mucho. Lo malo es que las sucesiones en México siempre dejan accidentados, ensangrentados, devaluados o muertos, a muchos mexicanos.