El propósito de Venezuela será moverse de una situación de pobreza inicial a un escenario de crecimiento productivo que conduzca a la riqueza. Deberá estar inscrito dentro de una gran estrategia de transformación que, desde el punto de vista metodológico y gerencial, maneje la transición entre un estado actual a uno futuro, de forma sustentable.
Como los tres soportes de una mesa, el desarrollo sustentable es un proceso que exige a los actores compromisos y responsabilidades en la aplicación de un modelo que establezca estrechas vinculaciones entre lo económico, social y ambiental. Esto supone considerar simultáneamente estos tres ámbitos, sin que el fortalecimiento de uno signifique el debilitamiento del otro. Cuando se comete el error de superponer una sobre las restantes, se direcciona a la nación hacia un rumbo incierto.
La estrategia de transformación, entonces, deberá pensar en satisfacer las necesidades del presente sin comprometer las capacidades que tienen las futuras generaciones, por lo que deberá cumplir con tres condiciones:
- Generar rentabilidad económica, retornando al capital aquello que invirtió para generar espacios prósperos
- Respetar al ambiente protegiendo sus recursos naturales con un manejo equilibrado, para que el desarrollo esté al servicio del ambiente y viceversa
- Priorizar lo social, colocando al ser humano como centro del desarrollo
Quien conduzca el país deberá mantener el equilibrio entre estos tres factores al tiempo en que orienta los recursos mediante políticas públicas, tomando acciones enmarcadas en un concepto de Estado sustentable, en un planteamiento estratégico para el país pero desde un punto de vista gerencial, que se desarrolle en el marco político –y no al revés– renovando la manera de hacer política.
Deberá saber cómo materializar la visualización (el “qué”), el objetivo de liberar a Venezuela de sus condiciones de pobreza y llevar a cabo el plan estratégico. El “cómo” precisamente ha demostrado ser la gran piedra de tranca, porque arrastra la gran brecha cultural de la corrupción, convertida en la base para tomar decisiones.
Para evitar desviaciones debemos pensar en la Venezuela productiva que queremos, aquella nación en movimiento y crecimiento resultante de una visualización asertiva del futuro; descifrando cómo acercarnos al país soñado a largo plazo –uno que cada vez se va haciendo más corto– y, pese a que se ameritan dos o tres décadas para ejecutar la estrategia en su totalidad, estableceremos que el horizonte de planificación serán los primeros cinco años, en aras de seguir una consecución coherente y efectiva que solvente los problemas coyunturales e inmediatos en paralelo.
Como todos los cambios –sobre todo los paradigmáticos– no ocurren de un día para otro. El manejo del cambio se vuelve más importante cuanto más inestable es la situación inicial. En este caso, la estructura organizativa del Estado no puede ser muy rígida al momento de encarar esas transformaciones rápidas y frecuentes. Más aún, requiere de una alta participación del recurso humano, como el verdadero promotor y articulador del proceso de cambio.
Para mantener el rumbo de la estrategia, el camino tiene varios límites que no habría que traspasar. Se trata de aquellos elementos que sirven como referencia permanente al momento de ejecutar la transformación y que deben adaptarse a las circunstancias para evitar dispersión de esfuerzos.
Los límites a la estrategia son el marco normativo, que incluye los hábitos y costumbres regulatorias, no necesariamente expuestas en la ley, pero sí practicadas con regularidad; y que agrega identificación y legitimación. La estrategia tomaría como frontera de acción la Constitución en su versión actual y una futura versión modificada. Así, la transformación se deslizaría entre un referente actual y uno futuro, tras la incorporación de nuevas modificaciones para convertir las regulaciones en algo viable y ejecutable.
Para incrementar la productividad del país, por ejemplo, cabría hacer una revisión del marco laboral, el cual en la actualidad coloca una serie de condicionantes sin considerar los bajos niveles de rendimiento del país.
Otro de los límites a considerar es el “benchmarking”, una técnica gerencial basada en la comparación que puede definirse como el proceso sistemático de identificar e introducir prácticas sobresalientes para obtener resultados de mejoría y que debe revisarse a medida que se avance en la estrategia. Se fundamenta en la evaluación de experiencias de otros países, exitosas y no tan exitosas, que nos permitan aprovechar los aciertos y descartar errores sin lanzarse al vacío de la absoluta improvisación.
Si bien hay un abanico importante de países a considerar, como sugerencia, Venezuela debería estudiar dos casos. El primero de ellos es Bangladesh, país con 164,7 millones de habitantes que alcanzó salir de la pobreza: duplicó su renta per cápita desde la independencia, ascendió su esperanza de vida y disminuyó la tasa de mortalidad de lactantes.
Con todo y que se trata de un buen ejemplo de la puesta en práctica de las finanzas inclusivas, aún no se ha deshecho completamente de la pobreza extrema. Sin embargo, Bangladesh es la prueba de que, aún en circunstancias que parecen las más críticas, hay maneras de avanzar si se aplican las estrategias correctas y se realiza la combinación adecuada de inversiones.
Este caso nos trae una de las experiencias más importantes y difundidas en el ámbito de las microfinanzas, replicada en unos 66 países: la política de microcréditos aplicada por el Banco Grameen –o Banco de los Pobres–, bajo la dirección del economista Muhammad Yunus, que otorgó préstamos a través de un sistema de confianza mutua y participación, descubriendo que prestar a la población con menos recursos de zonas rurales no resulta contraproducente sino, al contrario, son los clientes más confiables. La devolución de los préstamos, con un valor promedio de 160 dólares, superó el 95%.
El segundo a evaluar será Noruega, un país con solo 5,258 millones de habitantes que ha recibido reconocimiento internacional por el modelo que estableció para administrar el negocio del gas y el petróleo. En apenas cuatro décadas pasó de poseer poca experiencia en el sector y casi inexistentes reservas petroleras, a convertirse en uno de los mayores exportadores de estas dos materias primas, capaz de explorar, extraer y entregar a los clientes su producto al menor costo y con los más altos niveles de productividad posibles.
Así, los políticos se enfocaron en la creación de un sistema en el que esos beneficios económicos generados fueran transferidos a la sociedad y al desarrollo de una industria diversificada, al tiempo en que se ahorraban cuantiosos recursos para las futuras generaciones. Todo de forma sustentable y compatible con el medio ambiente.
Contrario a lo que hizo Venezuela –en contraste con la tendencia de 1960 cuando los países de la OPEP nacionalizaron su industria petrolera y excluyeron a las extranjeras–, Noruega adoptó una estrategia centrada en atraer a las multinacionales, pero con ciertas restricciones impuestas por sus marcos legislativos. Pero, ¿cómo lo hizo? ¿Cómo involucró al ciudadano? ¿Cómo evitó que la renta petrolera transformara y distorsionara el país? En realidad, este caso es lo más parecido a lo que Venezuela debió haber hecho y no hizo.
Continuando con los límites a la estrategia, después de los marcos normativos y el benchmarking, debe considerarse el entorno. Para construir un marco teórico sobre los acontecimientos en otros países resultará fundamental también el aterrizaje, cuyas características pone cercos a la estrategia. La realidad y cómo es percibida condicionarán nuestra planificación.
La identidad tiene una dimensión individual y una social, que no siempre suelen coincidir. La primera incluye las evaluaciones que las personas hacen de sus vidas, teniendo como referentes sus experiencias emocionales –positivas o negativas–, la posibilidad que tienen de desarrollar potencialidades y crecimiento personal, además de las herramientas para afrontar los retos vitales y el esfuerzo por alcanzar sus metas.
La segunda, agrupa la valoración de las propias circunstancias y del funcionamiento de nuestra sociedad, lo que supone una evaluación de la relación de las personas con su entorno, así como el grado en que se sienten pertenecientes a esa comunidad de la aldea global.
Entonces, ¿qué identifica a Venezuela? ¿De qué forma construimos lo que nos define como nación? Cuando respondemos estas interrogantes resulta imposible separarse de nuestra identidad petrolera y de los indicadores socioeconómicos, tanto los “duros” como los “blandos”. ¿Somos algo más que petróleo?
(tomado de mi libro Hablemos del futuro. La transición del asistencialismo al mercado).
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Lo que no fue noticia (y debería serlo)
- Que la dirigencia de oposición no ha comprendido que este no es el momento de la popularidad o la preferencia en las encuestas. Es el momento de una mente fría, de llevar a Guaidó como candidato, y darle todo el apoyo, para que después de un par de años de ordenar la casa, entonces sí poder realmente llamar a unas primarias que tengan sentido. Hoy las primarias son más una muestra de debilidad y falta de unidad, que de fortaleza. Maduro gobierna el país con un rechazo altísimo y una popularidad muy baja. Hoy, definitivamente, no es el momento de la popularidad o del rechazo.
- O que el gobierno debe considerar seriamente la devolución de las empresas tomadas –que son entre 400 y 700 según la cuenta que se saque- y comenzar a traspasar empresas del Estado al sector privado. Comenzando por el negocio eléctrico, que, tal como está, se va haciendo cada vez menos viable. Todo eso tiene que cambiar.
- Ni que los tiempos para la prescripción de los bonos en default se van haciendo más cortos; y si no se presentan recursos judiciales para extenderlos, pues los tenedores perderán oportunidades. Y el costo de abogados para las presentaciones parece alto si se toman los casos individualmente. La sugerencia es buscar agruparse para lograr una masa crítica que les dé mayor capacidad de maniobra… y de negociación, llegado el caso.
- Tampoco que si a la fecha ya el oficial superó los 15 bolívares por dólar, y aún faltan gastos y pagos por hacer, lo más probable es que las previsiones se queden cortas y terminemos el año con un nuevo piso alto para comenzar el 2023.
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