OPINIÓN

Vitrina Venezuela: Una estrategia para Venezuela (parte 2)

por Benjamín Tripier Benjamín Tripier

Pese a que contamos como país con una riqueza petrolera bajo la tierra, tampoco se puede pensar que ésta volverá a ser el ancla estratégica para nuestras generaciones futuras. Debemos considerar al petróleo como uno de los puntos de palanca para nuestro desarrollo, sin que eso lo convierta en la base de nuestro desarrollo.

Debemos pensar más en una economía post-petrolera donde el conocimiento, la tecnología y la innovación, sean la base del aprovechamiento de nuestros recursos naturales (ventajas comparativas), para convertirlos, junto con nuestros recursos humanos, en ventajas competitivas que se conviertan en diferenciadores que nos den un espacio en nuestro “patio” geopolítico.

Tenemos que transformar una sociedad insatisfecha, triste y frustrada, en una proactiva, dinámica y creativa, que pueda hacer que, a la vuelta de unos años, se convierta en una sociedad satisfecha.

En el caso de los empresarios, verdaderos héroes de la supervivencia (no nos referimos a los pseudo empresarios, enchufados y oportunistas que lucraron en la pobreza del pueblo), acostumbrados a trabajar en condiciones adversas y con restricciones, debemos acompañarlo a través de políticas públicas proactivas para que se conviertan, por primera vez en nuestra vida republicana, en competidores globales capaces, no solo de innovar y desarrollar tecnología, sino de participar en alianzas y asociaciones con otros actores locales e internacionales.

Otro de los elementos que requieren de madurez, y hasta de cambio generacional, es el referente a la política, los políticos y cual entendemos que debe ser su rol en nuestra sociedad. Si se considera que el partido político debiera ser la unidad celular de la manifestación política del pueblo, y que la gran masa de la población venezolana ha perdido confianza en la política, los políticos y los partidos; deben pensarse en una vuelta a las bases del ejercicio de la política y que cada partido elija a sus líderes “desde abajo hacia arriba”, y que esa representatividad deba ser renovada con más alta periodicidad que la de los ciclos institucionales.

El gobierno, por su parte, nos ha mostrado una tendencia a aislarse y “fabricarse” su propia realidad virtual, con el solo propósito de mantener el poder en el partido o coalición gobernante y, dentro de esta, en la persona que lo ostenta. La transformación debe llevar a un gobierno que sea capaz de administrar, armónicamente, las distintas variables (a veces conflictivas entre sí) que hacen a la vida ciudadana, y buscar no perder el contacto con las bases que han demostrado ser la mejor realimentación para mejorar una gestión de gobierno.

La estrategia de transformación debe contar con referentes que la hagan viable; por ejemplo, la experiencia de Brasil, para lograr, en el seno de una sociedad capitalista, sacar de la pobreza a grandes masas de gente, o de Argentina, administrando su propio “post-chavismo”, cuyo daño mayor consistió en el daño moral de la cultura del “no trabajo” y del “todo es gratis”.

El proceso de reconstrucción ético, moral y cultural, será uno de los grandes desafíos para Venezuela y Argentina, como uno de sus referentes puede aportar experiencias. Aunque en forma tardía, Noruega es un ejemplo a imitar en cuanto al manejo de la riqueza petrolera, la distribución directa de las ganancias petroleras (sin el gobierno como costoso intermediario) entre la población, así como del manejo disciplinado y no corrupto de los fondos de esterilización y estabilización macroeconómica.

El otro elemento para mantener vigente y actualizada la estrategia de transformación tiene que ver con no perder de vista los cambios y las transformaciones de la sociedad venezolana, origen y destino de toda la acción de gobierno. De igual forma, la reputación táctica y estratégica con la que debería arrancar un nuevo modelo de país, va a ser difícil de manejar y tendrá que estar presente a lo largo del manejo de la estrategia.

No olvidar que la reputación, buena o mala, es del país más allá de quien esté en el gobierno.

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