OPINIÓN

Vitrina Venezuela: Una estrategia para Venezuela

por Benjamín Tripier Benjamín Tripier

El propósito de Venezuela deberá ser moverse de una situación de pobreza inicial a un escenario de crecimiento productivo que conduzca a la riqueza. Deberá estar inscripto dentro de una gran estrategia de transformación que, desde el punto de vista metodológico y gerencial, maneje la transición entre un estado actual a uno futuro de forma sustentable.

Como los tres soportes de una mesa, el desarrollo sustentable es un proceso que exige a los actores compromisos y responsabilidades en la aplicación de un modelo que establezca estrechas vinculaciones entre lo económico, social y ambiental. Esto supone considerar simultáneamente estos tres ámbitos, sin que el fortalecimiento de uno signifique el debilitamiento del otro. Cuando se comete el error de superponer una sobre las restantes, se direcciona a la nación hacia un rumbo incierto.

La estrategia de transformación, entonces, deberá pensar en satisfacer las necesidades del presente sin comprometer las capacidades que tienen las futuras generaciones, por lo que deberá cumplir con tres condiciones:

Quien conduzca el país deberá mantener el equilibrio entre estos tres factores al tiempo que orienta los recursos mediante políticas públicas, tomando acciones enmarcadas en un concepto de Estado sustentable, en un planteamiento estratégico para el país, pero desde un punto de vista gerencial, que se desarrolle en el marco político –y no al revés– renovando la manera de hacer política.

Deberá saber cómo materializar la visualización (el “qué”), el objetivo de liberar a Venezuela de sus condiciones de pobreza y llevar a cabo el plan estratégico. El “cómo” precisamente ha demostrado ser la gran piedra de tranca, porque arrastra la gran brecha cultural de la corrupción, convertida en la base para tomar decisiones.

Para evitar desviaciones debemos pensar en la Venezuela productiva que queremos, una nación en movimiento y crecimiento para acercarnos al país soñado a largo plazo –uno que cada vez se va haciendo más corto– y, pese a que se ameritan dos o tres décadas para ejecutar la estrategia en su totalidad, estableceremos que el horizonte de planificación serán los primeros cinco años, en aras de seguir una consecución coherente y efectiva que solvente los problemas coyunturales e inmediatos en paralelo.

Como todos los cambios –sobre todo los paradigmáticos– no ocurren de un día para otro. El manejo del cambio se vuelve más importante cuanto más inestable es la situación inicial. En este caso, la estructura organizativa del Estado no puede ser muy rígida al momento de encarar esas transformaciones rápidas y frecuentes. Más aún, requiere de una alta participación del recurso humano, como el verdadero promotor y articulador del proceso de cambio.

Para mantener el rumbo de la estrategia, el camino tiene varios límites que no habría que traspasar. Se trata de aquellos elementos que sirven como referencia permanente al momento de ejecutar la transformación y que deben adaptarse a las circunstancias para evitar dispersión.

Los límites a la estrategia son el marco normativo, que incluye los hábitos y costumbres regulatorias, no necesariamente expuestas en leyes, pero sí practicadas con regularidad, y que agrega identificación y legitimación. La estrategia tomaría como frontera de acción la Constitución en su versión actual y una futura versión modificada. Así, la transformación se deslizaría entre un referente actual y uno futuro, tras la incorporación de nuevas modificaciones para convertir las regulaciones en algo ejecutable.

Para incrementar la productividad del país, por ejemplo, cabría hacer una revisión del marco laboral, el cual en la actualidad coloca una serie de condicionantes sin considerar los bajos niveles de rendimiento del país.

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