Vitrina Venezuela: El ambiente como nuevo centro económico

Las políticas públicas ambientales deben aplicarse también a los procesos administrativos, cuyo mayor exponente suele ser la organización burocrática del Estado que contribuye a la contaminación a través de dos efectos principales:

La desmaterialización proviene de la digitalización, que convierte todo lo tangible, como una hoja de papel impresa por tinta, a un medio digital. Además de la seguridad y veracidad que conlleva este proceso, también genera un ahorro de costos y previene la contaminación ambiental. La desmaterialización surge con la digitalización y apoyado con Internet, que es uno de los inventos más disruptivos en la vida de las personas, sobre todo de las instituciones.

Hay dos dimensiones: la física y la virtual. El comercio digital, como todo lo que se deriva de este, es muy importante, por ejemplo, las compras en Amazon y Mercad Libre o las transacciones en criptomonedas. Todo aquello que se convierta en algo físico, automáticamente dispara los costos a la estratósfera, por lo tanto, se necesitará mejorar el ancho de banda para tener más comercios digitales.

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De lo contrario, estaríamos navegando en una mala tabla de surf. A lo largo del libro veremos como el Internet es uno de los inventos más disruptivos, es decir, que cambiaron la vida de muchas personas.

Por otra parte, la disposición final de la basura es la punta de lanza de cualquier estrategia ambiental del país. Se da en los rellenos sanitarios, en capas ordenadas para procesar los desechos orgánicos, separándolos de los desechos sólidos, como el metal, el plástico y el vidrio. Deben ser procesados por empresas profesionales de reciclaje y procesamiento.

En el otro extremo está la producción de basura (residencial, comercial e industrial), que debería organizarse según el tipo de utilización en los procesos de reciclaje. Podría llegarse a la paradoja de que las empresas de basura le paguen a las residencias, comercios e industrias, para que les “vendan” sus desechos.

Todo dependerá de la estrategia que la nueva etapa de Venezuela decida para el manejo de su basura, la cual ha ido degradándose en cantidad y en calidad de su composición; ha ido aumentando el componente orgánico (de uso limitado en reciclaje) en detrimento de lo sólido. Con el relanzamiento y expansión de la economía venezolana, esto último debería cambiar y convertirse en una oportunidad más de desarrollo económico.

Cuando se vive en un lugar alto de Caracas, o se tiene la oportunidad de volar sobre la ciudad en la mañana, se observa una capa negra sobre el valle, que es como un residuo del día anterior y al día siguiente la corriente de vientos la arrastra hacia el oeste, haciendo que nuestro pulmón vegetal, el Ávila, no nos funcione verdaderamente como tal.

Habría que pensar en el tema de la contaminación y terminar de sacar las plantas industriales de Caracas. Podemos pensar en impuestos ambientales, crear una institución que los cobre y alimente un fondo con propósito especializado ambiental. Tendría que existir toda una estrategia ambiental que termine aterrizando en lo económico.

La conciencia se crea como resultado del proceso castigo-incentivo. Y que el castigo pueda terminar siendo de prisión o económico. Los que no cumplen, no tienen un incentivo. Hasta que la educación los alcance, tiene que existir castigo incluso para los presidentes de las empresas. Es un tema mucho más importante de lo que parece, es con lo que tenemos que convivir todos los días, en un ambiente de confianza y civilización.

Uno de los argumentos que se esgrimen para evitar la generación hidroeléctrica es el posible daño ambiental que pudiera causar. La experiencia indica que no solo no es así, sino que, en los casos selváticos, con posibilidades de minería de oro, se convierte en un regulador del río y de sus riveras, las cuales suelen ser las víctimas de la devastación producida por la minería ilegal.

El caso más concreto se encuentra en los tramos medio y alto del río Caroní, el cual, si bien es un área protegida, al envenenarse el río por el cianuro y por el mercurio, va cortando la selva hasta alejarla del cauce, rompiendo por completo el ciclo ambiental -esto puede observarse con claridad a través de Google Earth, donde se ven grandes playas y descampadas-. Una solución de protección sería la construcción de, al menos, dos plantas en el medio y alto Caroní.

La experiencia ha demostrado que estos tipos de construcción ordenan el ambiente y, automáticamente, dejan de lado la minería ilegal. Los trabajos ambientales bien hechos rescatan ríos, por lo que lo hidráulico terminará siendo un generador de energía limpia y no contaminante; además, transformará el ambiente local en un porcentaje muy bajo.

El plan del futuro debe equilibrar el ambiente con el desarrollo social. La construcción de esas plantas no solo incrementaría la producción de electricidad, sino que llevaría progreso a zonas apartadas y poco pobladas, y ayudaría a los pueblos originarios a preservar su flora y fauna. Restablecería el equilibrio socio-ambiental, ya que, junto con los trabajadores de las represas, llegarían soluciones sanitarias, educativas y tecnológicas.

En el caso de los pueblos indígenas, habrá que darles la oportunidad y la responsabilidad de incorporarse al progreso y a la civilización. Es utópico pensar que seguirán manteniéndose aislados cuando, hasta el aire que respiran ya es diferente. Tienen derecho a la salud y a la educación de calidad, por lo que queda de su parte seguir manteniendo sus tradiciones.

En momentos de necesidad, los gobiernos pueden ser capaces de sacrificar el ambiente por el flujo de caja -y Sudamérica tiene experiencia en eso-, pero a medida que nuevas generaciones se hacen cargo, con criterio de sustentabilidad, comienzan a privilegiar el ambiente.

El concepto de sustentabilidad se ha ido enriqueciendo, incorporándole a la sustentabilidad económica, los conceptos de la sustentabilidad ambiental y, posteriormente, la sustentabilidad social.

Para que un emprendimiento pueda ser llevado adelante, debe tener rentabilidad económica, o sea, de su propia operación debe salir el repago de la inversión. A partir de allí, la viabilidad se confirma con los conceptos ambientales, los cuales podrían hacer que un emprendimiento económicamente rentable, resulte ambientalmente desaconsejable.

Esto puede entenderse mejor si al impacto ambiental se lo midiera en unidades económicas que pudieran incorporarse al cálculo de rentabilidad, revaluando su viabilidad. Al incorporarle, posteriormente, el impacto social, recién entonces se llegaría a la percepción de si el proyecto es sustentable o no.

El hecho de que una empresa no asuma formalmente los costos ambientales, representaría una pérdida potencial a largo plazo. En Venezuela, no hay manejo general de este tipo de temas, sobre todo en cuanto a los efluentes, desechos sólidos y emisiones de gas.

Una de las piedras de tranca del desarrollo ambiental es la corrupción, porque solamente las empresas ambientalmente responsables están tomando cuidado de manejar sus afluentes. Normalmente no lo hacen; lo lanzan a ríos o quebradas cercanas y compran el silencio de las autoridades.

Hay que crear esa cultura ambiental, que saldrá de parte de los empresarios responsables, no con un criterio punitivo sino con un sistema de traslado de conciencia a través de la generación de incentivos. No se puede perder de vista que tanto lo ambiental como lo social saldrá de las ganancias de la empresa, no como un costo sino como inversión del accionista.

Lo ideal es que se le sea retribuido al ambiente todo lo que le ofreció el accionista para obtener ganancias. Por lo que hay que hacer un balance ambiental donde se incluyan los dividendos para el ambiente y el entorno con balances contables y retribución de capital, desarrollado por los auditores externos.

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