OPINIÓN

Vitrina Venezuela: Cuando creíste y te salió mal…

por Benjamín Tripier Benjamín Tripier

Cuando un cambio se percibe en forma positiva, la gente baja sus resistencias y asume una actitud expectante de apoyo y acompañamiento. Y esto es así porque se cumple la premisa de que el cambio será para mejorar.

Y de eso hablamos tanto en el cambio de estrategias de una empresa, como en los cambios que un nuevo gobierno le ofrece a un país, que es el énfasis de esta nota. Claro… eso es en campaña electoral, con todas las técnicas de mercadeo, que colocan a la población en modo abierto; y mucho más si la referencia es algo que en la actualidad no funciona, y, si lo hace, pues se ofrece mejorarlo.

Y los pueblos caen en esas trampas de arreglar lo que, después se dieron cuenta que, realmente no estaba dañado.

Pero ya al frente del gobierno, cuando las cosas no funcionan mejor, y lo que antes funcionaba, ahora tampoco funciona, entonces la gente comienza a perder el optimismo que los arrastró hasta ese momento, y comienza a cuestionarse cosas. Entonces se encuentran gobiernos y presidentes con popularidades del 64% que se convierten en 30%, y que luego bajan hasta 12%.

En ese momento, casi siempre es tarde, porque la caída no es abrupta, sino que es suavizada, o bien  por políticas contra cíclicas tendientes a correr la arruga, y/o bien por campañas comunicacionales y de resignificación, que les dan tiempo a esos gobiernos para ir radicalizando su relación con la población, profundizando el control social, siempre con la idea de contener o postergar cualquier señal de protesta o sublevación.

Ya para ese momento, la población llega a un pico de pesimismo y descontento que se manifiesta en ese número de 12% de aceptación popular; el cual puede ser un punto en el tiempo, o una meseta que dure meses o años; y puede ser una cantidad limitada de personas, o unas protestas masivas. Lo cierto es que, a partir de cierto momento, cuando el plato de la balanza de la aceptación popular se inclina en contra del gobierno, comienza una cuenta regresiva, que le hace más difícil al gobierno abandonar el poder, por todos los pasivos que fue acumulando para poder mantenerse. Haciendo que cada vez más, deba radicalizarse más, y corra más riesgos personales al abandonar el poder.

Porque al haberse perdido el optimismo, lo natural en toda sociedad, es recuperarlo, y naturalmente, buscará como lograrlo; por las vías institucionales primero, y si estas se cierran, por otros caminos, tal como hemos visto en diferentes casos alrededor del mundo.

Porque no hay nada peor que el desencanto por el fracaso de un proyecto en el que se creyó hasta la casi ceguera; y si el rechazo viene desde esa fuente, es más fuerte que el que tiene el que nunca lo creyó. Pero la suma algebraica de los dos casos, los que creyeron y los que no, le dan una fuerza casi irreversible, y, a partir de ese momento, se está viviendo “tiempo de descuento” … ya sea que dure meses o que dure años. Pero mientras más dure, más daño y más deterioro.

Ahora, cuando desde el principio no se creyó en el proyecto, el impacto es a la inversa. Mientras los seguidores apoyaban ciegamente, los otros no podían creer lo que estaba pasando y entraban en negación. Y mientras los seguidores se desencantaban y llegaban al pico del desencanto, los que se oponían entraban en un proceso de rabia y rechazo, el cual, sumado a los otros, generaba inestabilidad, protestas y hasta el caos.

Porque las negociaciones, en general, no son para evitar el caos o el colapso, sino que son para juntar las piezas del derrumbe y tratar de alinear a los que inicialmente apoyaban, con los que desde el principio se opusieron… porque para ellos “estaba de anteojito” que pasara lo que terminó pasando.

Y apenas luego de la negociación y de la propuesta de ajustes y correcciones (y castigo para los que violaron las leyes y los derechos humanos) es que se puede pensar en un proyecto de reconstrucción, con énfasis en la institucionalidad. Porque sin ese tema resuelto, difícilmente una elección tenga la credibilidad y la legitimidad requeridos para llevar a cabo la reconstrucción de unos escombros que necesitarán de mucho sacrificio y austeridad.

Reconstruir la institucionalidad primero, y, solo después, pensar en elecciones.

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