OPINIÓN

Vitrina Venezuela: Concebir una economía orientada a las relaciones laborales armónicas

por Benjamín Tripier Benjamín Tripier

El trabajo es un derecho humano que no se puede “inventar”, por eso, los trabajos creados artificialmente (normalmente empleo público o subsidiado) no adicionan valor, mientras que se incrementan los costos y deteriora la calidad de los productos y servicios resultantes.

Para que haya trabajo (o que haya derecho a ese trabajo), tiene que haber inversión y producción, y los niveles, cantidad y calidad de esas producciones, serán los que empiecen a generar ese “derecho al trabajo”.

La discusión marxista sobre la apropiación de la renta por parte del capital, es sustituida por los principios de sustentabilidad emanados por la ONU, mediante los cuales cada factor debe recibir una retribución armónica con la formación de riquezas. Así como se espera que el factor ambiental y social sea compensado como parte de la asignación de ingresos, el capital y el trabajo también deberían recibir su retribución.

La tradicional conflictividad planteada como lucha de clases entre el capital y el trabajo, no es más que una disputa artificial que nunca ha dado como resultado un equilibrio estable, sino que siempre está a punto de romperse produciendo paros y huelgas por una parte y, aunque menos frecuente, lockouts patronales. Lo ideal es una asignación armónica y basada en la productividad comparativa de la intensidad factorial de cada uno de ellos.

En los sistemas esclavistas el dueño se lo llevaba todo y le pagaba muy poco al trabajador. En nuestra evolución, se ha ido aprendiendo a que el empresario no puede tomar la parte que le toca a los trabajadores como si fuera rendimiento del capital.

En contra partida, una retribución al trabajo superior a la productividad resultante, no solo no garantizará beneficios, sino que tenderá a tomar la parte que le toca al capital. El punto es que todo tiene su equilibrio. Lo que se busca es entender cuáles son los beneficios que le corresponden al trabajador según las condiciones de cada país.

Por ejemplo, un país que baje la semana laboral a 30 horas debe habérselo ganado como sociedad, con aumentos enormes en la productividad basados en formación y tecnología. Los beneficios, entonces, no vienen dados por una ley o decreto, sino que se ganan. En un extremo está el esclavismo y en el otro las 30 horas laborales.

Sin pretender que en Venezuela estemos en condiciones, en el corto plazo, de apuntar a las 30 horas de trabajo, hay que utilizar las referencias y estándares internacionales de 8 horas diarias y 40 semanales.

A partir de allí, la producción, el output que sale de un país, debe ser el equivalente a esa inversión de horas con una formación y una tecnología dadas, y en evolución. Esto significaría que, por ejemplo, darles más tiempo postnatal a las madres y padres, sin haber logrado las productividades asociadas, es contraproducente, pues la sociedad como un todo no se lo ha ganado.

Cuando se acostumbran a que igual tienen comida, así no trabajen, entonces la sociedad pierde como un todo.

Como una digresión, a este momento del 2023 y 2024, la jornada semanal debiera colocarse en 45 horas, con 5 horas de trabajo los días sábados, y desde allí comenzar a “ganarse” el derecho a las 40 horas. Entre las primeras decisiones de cambio profundo que necesita nuestro país, debiera estar la revisión y ajuste de las leyes laborales.

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