OPINIÓN

Vitrina Venezuela: Alinear al país para la declinación del negocio petrolero

por Benjamín Tripier Benjamín Tripier

En algún momento, 20 años atrás, la empresa estadounidense de investigación Bernstein Research decía que “El petróleo morirá después del 2030, debido al declive del crudo en los actuales tiempos”. Yo estiraría ese plazo un poco más, porque entre las diferentes crisis económicas, políticas y militares, además de la pandemia, un nuevo límite estaría en el 2050… pero no más lejos de ahí.

Pero no vayan a creer que será un corte de un día para otro. Por ejemplo, el consumo de combustibles fósiles para el transporte, es posible que se agote antes del 2030. Pero el uso industrial, con plantas ya instaladas basadas en estos combustibles, posiblemente vayan a un proceso de reconversión primero y sustitución después.

Hay que seguir la historia del carbón, que llegó a un piso sustentable y allí se quedó. Posiblemente algo así ocurra con el petróleo primero y con el gas después… todos sustituibles por combustibles como el hidrógeno, cuya tecnología va evolucionando todos los días

Asumiendo la declinación del uso del combustible fósil que mencionábamos antes, así como una estabilización del sistema de precios alrededor de la inflación mundial, hay que preguntarse cuál es el umbral de costos que hará que las empresas petroleras menos eficientes, con costos de producción muy altos, tengan que abandonar el negocio y cerrar sus pozos.

Más pronto que tarde, nuestro país deberá entrar en una etapa post-petrolera que permita dejar de ser un país pobre y, cuando lo logremos, se administrará la propia riqueza más allá de los vaivenes del mercado de commodities. Es diferente ir abandonando la etapa petrolera por decisión propia y dentro de una estrategia, que hacerlo reactivamente y por impulso del mercado.

Este es el momento ideal para comenzar a desplazar la actividad petrolera como la principal, y buscar otra fuente de ventajas y diferenciaciones competitivas. Ya el mercado está dando señales institucionales tales como Arabia Saudita vendiendo acciones de su empresa petrolera, Aramco; al igual que lo está haciendo Noruega con su compañía Statoil.

Las grandes compañías de servicios petroleros como Schlumberger  y Halliburton también están revisando sus modelos de negocios.

Esto quiere decir que el desarrollo y la inversión de nuestro país no deberían venir del petróleo, sino de la producción tecnológica y agroalimentaria. Aunque aún no nos hemos dado cuenta, con la mala situación de PDVSA y de Venezuela, de alguna manera ya hemos empezado a salir del negocio petrolero.

Mientras dura la transición a un desarrollo económico sin petróleo, el negocio petrolero de Venezuela todavía tiene oportunidades de revertir su proceso de caída y volver a crecer a unos niveles de producción que tripliquen la cuota de 3 millones de barriles diarios, lo cual, en la actualidad, parece difícil de lograr, puesto que a partir del piso de 700 mil de barriles diarios para el año 2023 y una supuesta restricción técnica de recuperación de 100 a 150 mil barriles diarios por año, tomaría no menos de ocho años (¿2032?) llegar a los 3 millones de barriles diarios y diez años más para aproximarse a los 5 o 6 millones de barriles.

El pasado y el presente son referencias y puntos de partidas, respectivamente, pero nunca inhibientes de la estrategia. Por ejemplo, las cuotas OPEP, que podría significar un freno a la expansión de la producción, tal vez podrían llevar a que Venezuela revise su participación en el cartel, pues al no tener control (ni Venezuela ni la OPEP) sobre el precio que fija el mercado, la única variable sería la producción a la cual no debería renunciar.

El concepto de reservas tiene mayor o menor peso en la medida que exista la posibilidad de extraerlas. Si ritmo de producción se estabilizara, a modo referencial, en 1 millón 500 mil barriles diarios, tomaría 548 años extraer los 300 mil millones de barriles de reserva. Y si lleváramos la producción a 6 millones de barriles diarios, aún tendríamos 137 años de petróleo.

Todo hace pensar que, si no extraemos rápidamente el máximo de producción posible, sin importar demasiado el precio, no estaríamos siendo responsables con el aprovechamiento de ese recurso como palanca estratégica de la transición a una economía no petrolera. Nuestros hijos y nietos nos reclamarían no haber extraído ni invertido esas reservas, porque para ellos solo será un líquido combustible de, relativamente, bajo valor de mercado.

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