Hubo un tiempo en que Caracas representó una atractiva plaza para la danza internacional. Celebradas figuras y prestigiosas compañías de diferentes géneros del arte del movimiento se hacían presentes de continuo, con el consiguiente flujo de información para bailarines, coreógrafos y maestros nacionales, así como formación y crecimiento de públicos.
A partir de los años sesenta del siglo pasado y con especial énfasis durante los setenta hasta los noventa, Venezuela recibió un contingente de artistas de la danza mundial representantes de diferentes géneros, estilos y tendencias: las danzas tradicionales soviéticas de Moisseiev y la expresión genuina del Ballet Nacional de España, junto con las manifestaciones de sólido academicismo de Rudolph Nureyev, Margot Fonteyn, Maya Plissetskaya, Mijaíl Baryshnikov, Ekaterina Maximova, Vladimir Vasiliev, Roland Petit, Maurice Béjart, Fernando Bujones, Alexander Gudonov, Julio Bocca, Nacho Duato y Carlos Acosta. También las renombradas instituciones del Bolshoi de Moscú, American Ballet Theatre de Nueva York, Estrellas de la Ópera de París, Sadler’s Wells Ballet de Londres, London Festival Ballet, Ballet de Stuttgart, Ballet del Teatro Colón de Buenos Aires, Ballet Nacional de Cuba; hasta las voces transformadoras de Merce Cunningham, José Limón, Alwin Nikolais, Paul Taylor, Alvin Ailey, Pina Bausch y Twyla Tharp.
Los antecedentes de este flujo incesante de afamados creadores durante 30 años son remotos. En la segunda y tercera décadas del siglo XX tres bailarinas aguerridas actuaron en Venezuela ante un público poco habituado, que se mostró entre agradado y sorprendido. Anna Pavlova, Antonia Mercé y Carmen Tórtola Valencia iniciaron anticipadamente la influencia de la danza internacional en el país, que a su vez tuvo su origen en la presencia de bailarines extranjeros pertenecientes a compañías de ópera, opereta, zarzuela y danza española, que arribaron a partir de la segunda mitad de la centuria anterior.
Anna Pavlova bailó en el Teatro Municipal de Caracas en noviembre y diciembre de 1917. La connotada bailarina rusa, procedente del Ballet del Teatro Mariisnky de San Petersburgo y los Ballets Rusos de Diaghilev, junto a su compañía, ofreció un repertorio inédito hasta ese momento en los escasos escenarios venezolanos, conformado por algunos títulos fundamentales del repertorio romántico-clásico universal, así como obras en ese momento de carácter experimental: Giselle, en versión integral, Coppelia, y El Cascanueces; además de Las sílfides, La muerte del cisne, Orfeo y La noche de Valpurgis. En el final de la temporada interpretó Gavota, con música de Pedro Elías Gutiérrez, que fusionaba el joropo con los códigos de la danza académica. Al final de la gira, Pavlova realizó una única función en el Teatro Municipal de Puerto Cabello.
No solo en la escena sino también el cine la célebre primera bailarina fue protagonista durante esos singulares días. El caraqueño común la vio en la gran pantalla a través de funciones programadas en el Gran Circo Metropolitano de “la bella película de actualidad” La bailarina, que reveló a la gran intérprete y entusiasmó a las mayorías.
Antes de Anna Pavlova, la afamada bailarina española Antonia Mercé, llamada La Argentina, actuó en Caracas durante los días 12 y 14 de febrero de 1917 en el Teatro Municipal. El empresario venezolano Eloy M. Pérez contrató a Antonia Mercé por la elevada cifra de 20.000 bolívares por solo 2 actuaciones.
La Argentina, que a los 10 años fue presentada en el Teatro Real de Madrid con motivo de la coronación de Alfonso XIII, había hecho una carrera triunfal. Era poseedora de las más altas distinciones, entre otras la Cruz de la Legión de Honor que le había concedido el gobierno francés, y la de Isabel la Católica, por los reyes de España. Sus actuaciones en Caracas tuvieron repercusión dado el rango de la artista visitante.
Otra reveladora presencia fue la de la bailarina hispana Carmen Tórtola Valencia, conocida como “la danzarina de los pies desnudos”, seguidora de los postulados renovadores de Isadora Duncan y Ruth St. Denis, quien ofreció su recital de danza libre a principios de noviembre de 1922 en el Teatro Nacional. El cronista Carlos Salas en el libro Historia del Teatro en Caracas, se refirió a esas actuaciones como un “suceso por lo originales de sus danzas”, aunque la intérprete fuera en buena medida incomprendida por la audiencia.
El programa que interpretó Tórtola Valencia estuvo conformado por obras inscritas dentro de una corriente que promulgaba la necesidad de una danza libre rigores y ataduras, entre ellas La muñeca de porcelana, con música de Ricardo Drigo, Recuerdos ibéricos de Detrós y Minuetto, de Paderewsky, La marcha fúnebre, de Chopin, Danza española, de Granados, La gavota, de Lincke, El ave negra, de Rubinstein y Salomé, de Strauss. Tórtola regresó a bailar al país en 1930.
A estas tres bailarinas fuera de serie les siguieron en el tiempo otros intérpretes que señalaban el camino de la danza escénica mundial. Entre ellos, los prestigiados primeros bailarines Alicia Markova y Anton Dolin, Alicia Alonso e Igor Youskevicht, Tamara Taumanova, y la bailadora Carmen Amaya, además del Ballet de Kurt Jooss, el Original Ballet Ruso del Coronel de Basil, los Ballets Rusos de Montecarlo, las Estrellas de Serge Lifar y el los Ballets de Marqués de Cuevas, dirigidos por Bronislava Nijinska.
En los tiempos actuales en los que resulta incierto saber cuándo el arte escénico volverá a ser una experiencia en vivo frente a un público expectante, es pertinente resaltar los momentos en que Venezuela fue centro de interés para la danza mundial.
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