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Virus de la ingenuidad

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La vida política, al igual que en cualquier otra profesión, implica una importante acumulación de experiencias. Esto significa que un político posee un modo de hacer las cosas, una transmisión de destrezas, una progresión de ideas, un constante aprendizaje, como un médico que necesita llevar la teoría aprendida a la práctica. Precisamente, es  una tradición en el hacer y pensar las cosas. Sin embargo, en política, esa tradición decayó con las dictaduras convencionales que existieron durante los siglos XIX y XX, pero la resistencia al despotismo mantuvo en pie el ideario de la libertad y, en definitiva, esa tradición, excepto que estuvo a punto de perderse por los largos 27 años de Gómez y de allí que sus opositores chocaban siempre con la misma piedra: el fracaso de las invasiones caudillescas.

En consecuencia, puede decirse que mientras más se mantenga en el poder un régimen de fuerza, menores son los recursos materiales y simbólicos y las oportunidades para aguantarlo. Demasiado obvio que la tradición a la que aludimos va perdiéndose quizá galopantemente, porque se piensan y se ven cosas inexplicables que antes jamás se hubiesen planteado ni ocurrido, incluyendo a la propia sociedad civil. Es cierto, nos quejamos y mucho del proceder de los partidos de la oposición (por definición, partidos democráticos herederos directos e indirectos de la convincente y eficiente democracia del limpio puntofijismo que le dio calidad de vida, paz y libertad reales a Venezuela), a veces, con sobrada razón, pero olvidamos la conducta actualmente asumida por algunos empresarios privados de mayor peso en el país ante el gobierno, o, faltando poco, que el mismísimo presidente de la FCU de la UCV denuncio que las oficinas de la sede fueron objeto del presunto pillaje de la directiva anterior. Conducta y suceso impensables en el pasado, cuando los líderes empresariales debían responderle absoluta y públicamente a todos sus agremiados (nunca la torta ha alcanzado para todos), y el movimiento estudiantil le hubiese pasado factura a los supuestos ladrones. Sin embargo, hay un creciente, esparcido y eficaz virus de la ingenuidad tan terrible en el campo de la política que, perdonen la insistencia, es política si se hace democráticamente, con respeto, tolerancia, libertad en todo lo posible.

En efecto, hemos perdido la malicia política necesaria, la astucia indispensable, las destrezas heredadas de generación en generación. Malicia no equivale forzosamente a la maldad, al dirigente malévolo y a la política retorcida y maligna, como insisten – por cierto, malvadamente – los antipolíticos. Y es que la política propia y natural de los partidos y, no lo olvidemos, propia y natural de la sociedad civil organizada, no fue jamás ni nunca de y para pendejos, ingenuos, torpes y caídos de la mata, por una sencillísima y universalísima razón: el poder. La búsqueda y el mantenimiento del poder se hace demasiado exigente, sobre todo cuando empleamos medios democráticos: nadie puede simular la política, porque es lo que es, y mucho menos encubrir ciertas patologías personales como la megalomanía (atenuada o agravada), en nombre de la política misma.

La política es una obra en construcción y reconstrucción permanente que necesita de las ganas, de las mejores intenciones y del cálculo necesario para llegar a la cúspide, a la azotea de sus aspiraciones, con escaleras y ascensores donde quepan y asciendan todos, necesita de bases muy firmes, de destrezas convincentes, y de las prevenciones necesarias para soportar hasta un terremoto. Pero existe tan poca confianza en las propias ideas y tan poca solidez analítica que hemos llegado a un proceso de ingenuidad donde nos dejamos llevar por la emocionalidad y no por la racionalidad que nos marca el camino hacia una verdadera confrontación democrática, donde la caracterización y el conocimiento real en contra de quien nos estamos enfrentando.

Pasos agigantados se han dado desde el pasado año, retomamos nuestra conciencia democrática de cambio, pero no podemos dejarnos llevar por la ingenuidad, el dogmatismo y el ansia de poder. La racionalidad de esos anhelos de cambio y la consiguiente pérdida de la dimensión crítica por la podemos estar pasando, la esperanza de un proceso de cambio queda despojada de su misma base si la praxis de la liberación no dispone de una instancia correctiva impregnada de las libertades políticas y de la dimensión crítica y si los medios y el camino para tal liberación son considerados ya como logros definitivos y como los fines mismos que se querían alcanzar, con esta ingenuidad le daremos paso y estabilidad a los que hoy ostentan el poder sin el beneplácito de la ciudadanía.

@freddyamarcano

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