China ha sido el principal socio comercial del Perú en los pasados siete años. De la misma manera, es el principal inversor minero en el país andino. Las relaciones entre ambos países se enmarcan dentro de un Tratado de Libre Comercio que entró en vigor en el año 2010 y no es errado decir que es el instrumento que ha garantizado a Perú un crecimiento exponencial de sus exportaciones con destino a Asia , pero más allá de ello, ha dotado de tal confiabilidad y seguridad sus relaciones bilaterales que ha permitido que se consolide entre ambos países una muy beneficiosa interacción que ha redundado en un importante flujo de capitales hacia Perú. La activación de estos sectores ha atraído inversiones locales en pequeñas y medianas empresas generadoras de mano de obra y de comercio extra regional. Las exportaciones peruanas a China se acercaron en los últimos diez años a los 10.000 millones de dólares.
Importa mucho para la economía del país latinoamericano la presencia que los chinos han logrado consolidar particularmente en el sector minero que es uno de los que más aporta al PIB peruano y uno con los más altos índices de crecimiento. El primer ministro del saliente gobierno peruano aseguró hace menos de una año que el crecimiento de la economía del Perú tiene su principal asidero en la relación estratégica que mantienen con Pekín. Hay que hacer notar que, por ejemplo, un tercio del total de las importaciones chinas de cobre –China consume 50% de los concentrados de cobre producidos en planeta– proviene de los yacimientos peruanos. Lo mismo ocurre con el zinc: China demanda una quinta parte del zinc que se produce en el mundo y 20% de su demanda la cubre el Perú. Tal relación, consolidada a lo largo de la última década, se le atribuye a las importantes inversiones que Pekín ha orientado hacia la nación latinoamericana.
25% de la producción cuprífera nacional y 100% de la de hierro proviene de minas operadas por empresas chinas y en la actualidad están en pleno desarrollo 5 proyectos impulsados por mineras de ese país, lo que alcanzaría a una nueva inversión de 10.155 millones de dólares.
Lo anterior pinta una situación de dependencia capaz de generar importantes altibajos en la economía del país peruano, la que en 2020 debió enfrentar los estragos de la pandemia, pero por encima de ello tuvo que atender la fuerte caída de los precios mundiales de materias primas y la abrupta desaceleración de su principal socio comercial y la afectación de sus cadenas de suministro.
Ello es un arma de doble filo y es bajo ese prisma que el gobierno por estrenarse de Pedro Castillo debe entender la relación con quienes han sido sus benefactores históricos. Si el coloso de Asia consigue, como todos los analistas anticipan, mantener una tasa de expansión económica del orden de la alcanzada en los años precovid, Perú, como socio preferido podrá conseguir para si una tasa de expansión envidiable en el continente. Sin embargo, la orientación de Perú Libre, partido que respalda al nuevo gobierno, no es la de favorecer la inversión extranjera sino la de controlarla, hasta el extremo de la intervención y la expropiación, dentro del más puro estilo chavista. Una simple lectura a su programa electoral, deja en evidencia sus dos temas más recurrentes: el nacionalismo económico y el estatismo.
Un viraje de esta naturaleza sería una guillotina para los sectores más beneficiados de los capitales externos: minería, el petróleo o el gas natural en donde China tiene ubicados potentes alfiles.