En los últimos años, Venezuela se ha gobernado a través de laboratorios de violencia que han experimentado con mecanismos de racionalización para generar en el país un desorden perfecto, que mantiene al “socialismo” en el poder.
Max Weber introdujo el concepto de racionalización como un proceso a través del cual las sociedades modernas tienden a estructurarse de manera más organizada, predecible y controlada; sin embargo, Weber también advirtió que la racionalización podría tener consecuencias inesperadas, como la «jaula de hierro», donde las instituciones racionales podrían generar alienación (pérdida de la razón o los sentidos) y burocratización excesiva.
Escuchar declaraciones públicas de “líderes y gobernantes” que incitan a la violencia contra los políticos de oposición, especialmente contra la mujer, sin que ninguna autoridad pública repudie el hecho, es suficiente para denunciar la instrumentalización de la violencia dentro del Estado para alcanzar objetivos políticos; si a esto se suma el encarcelamiento y condena de líderes sindicales, la represión gubernamental de protestas en años anteriores, la creación de milicias y la incursión de grupos paramilitares en nuestro territorio, puedo afirmar que la situación actual de Venezuela es sombría y desafiante.
¿Qué sucede al interior de una sociedad que tolera expresiones escandalosamente puntuales de violencia y amenazas hacia la mujer? ¿Cómo se incentiva desde el gobierno la violencia contra el pensamiento disidente?
Veintitrés años de permanencia de un mismo grupo en el poder son más que suficientes para racionalizar mecanismos enfermizos, sin que la población los perciba como una amenaza existencial. La polarización política y la erosión paulatina de los mecanismos institucionales tradicionales que garantizan la justicia y libertad han sido aprovechados por el gobierno para gestionar políticas de Estado, que dosifican diversos niveles de violencia, basándose en una lógica que va más allá de la mera agresión física; la violencia y el sectarismo político en Venezuela se usan para establecer un sentido de propósito y legitimidad en el logro de objetivos políticos.
La generación de una violencia sistémica y burocratizada como un medio aceptable o tolerable para la resolución de conflictos va expandiendo la brutalidad en medio de la sociedad y la lleva a una tácita aceptación de su constante presencia.
Otro factor importante es el sectarismo político, un fenómeno que divide a la sociedad en grupos fanáticamente leales a líderes y partidos políticos específicos, el cual ha sido una característica destacada de esta dinámica. El psiquiatra Franzel Delgado Sénior, hijo de influyentes figuras políticas venezolanas, señala que el sectarismo político en Venezuela se ha caracterizado por la adhesión fanática a líderes y partidos, la manipulación a través de incentivos financieros, la explotación de la esperanza, a la cual yo añadiría la revelación de una personalidad psicopática de varios gobernantes y líderes de facción, revelada sin inhibición, a través de los medios y redes sociales.
Es importante comprender que la violencia y el sectarismo político en Venezuela están vinculados a la rentabilidad. El uso estratégico del dinero como reforzador ha sido una táctica efectiva para mantener el apoyo al régimen. La distribución de recursos económicos se ha convertido en una herramienta de control, incentivando a la lealtad mediante la entrega de beneficios económicos. Delgado Sénior destaca que “el dinero es un reforzador universal, y su papel en la manipulación de la conducta humana no puede menospreciarse”, podemos tener presente que, en épocas electorales, estos mecanismos son más difundidos y eficaces.
Para explicar la dinámica en su conjunto, no puedo dejar de mencionar que el sectarismo político en Venezuela no solo ha caracterizado al oficialismo, sino que también ha permeado el comportamiento de la mayoría de los partidos políticos de oposición. La polarización extrema los ha llevado a la fragmentación porque se han centrado más en sus diferencias e intereses particulares, que en la formulación de soluciones colectivas para los desafíos del país.
Evidentemente, un artículo no es suficiente para abordar dos fenómenos que son tan influyentes en la lucha por el poder, como el empobrecimiento, la injusticia y la desigualdad; pero sí puede alertar sobre las complejas fuerzas que están en juego y son determinantes en los resultados electorales. La racionalización de la violencia y el sectarismo político son fenómenos que se entrelazan con la erosión de las instituciones democráticas y la polarización social. Comprender este influjo es crucial para abordar los desafíos y consecuencias que enfrentaremos en los meses que están por venir.
Lidis Méndez es politóloga y secretaria de organización de Unidad Visión Venezuela
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