OPINIÓN

Villanas sin gracia

por Héctor Concari Héctor Concari

Cruella

Es una verdad de Perogrullo pero vale la pena repetirla: la eficacia de una trama, depende, en mucho mayor medida de la potencia, credibilidad y poder del villano, que en la estatura  del bueno de la partida. El axioma parece haber cobrado nuevos bríos en el cine (y en sus nuevas hermanas traviesas, las miniseries). Salvo opinión más autorizada, la tendencia empezó con el Batman de Tim Burton en 1989, que no solo nos ofrecía un Guasón como solo Jack Nicholson podía componerlo. Además, el libreto hurgaba en la historia del villano buscando explicar, a través de ella, el origen de sus facciones, su pulsión maligna y su torva psicología. La estrategia se repetiría, cada vez más cansinamente en toda la serie de Batman y proseguiría en su “reboot” con Christopher Nolan a cargo. Tan bueno resultó el recurso que a alguien se le ocurrió que el personaje secundario debía ser el héroe y el villano debía pasar a su lugar merecido. Ello explica al menos dos experimentos fascinantes.

En 2019, Joker, una película de Todd Phillips, sacudió la taquilla y la crítica, explorando una posible identidad del Guasón de Ciudad Gótica, en la cual Batman era apenas un telón de fondo, un superhéroe apenas embrionario en un final sobrecogedor. El merecido Oscar que se llevó Joaquin Phoenix era un premio no solo a una actuación mayúscula sino al éxito del experimento. Aún más audaz fue, un año más tarde la apuesta de Netflix, con una serie llamada Ratched. Si a buscar personajes perversos y hundidos en la arena de los tiempos se trata, la jugada era imprevisible. Tomar a la odiada enfermera Mildred Ratched, símbolo del poder represivo sobre unos inofensivos lunáticos de un manicomio perdido, rescatarla de su olvido, trocar a la gélida Louise Fletcher (otro merecido Oscar por ese papel en 1975) por Sarah Paulson y hacerla reaparecer en el sombrío 1947 para contarnos un pasado posible. Flashback a 1961. Algunos de nosotros recuerda aun con angustia el drama de los Dálmatas que para su desgracia eran secuestrados del hogar de Roger y Anita para caer en las garras de la perversísima Cruella de Vil y protagonizar una larguísima marcha en la nieve junto a sus padres, Pongo y Perdita (versión canina de sus amantes dueños). Cruella, dato importante, buscaba a los dálmatas para hacerse un traje con su piel.

Pero estamos en 2021 y los estudios buscan villanos. Cruella ya ha emergido en 1996 en una remake exitosa con el rostro de Glenn Close, y los dálmatas aun pueblan el imaginario infantil. La ocasión es propicia para que la dama ocupe el centro de la escena. Para ello es preciso reformular elementos, reubicar el tiempo, ubicar la historia en el “swinging London” y de paso ubicar el tema en el mundo de la moda. Ahora bien, un villano no genera empatía motivo por el cual (como en los ejemplos del comienzo) el libreto debe hacerlo transitar, primero hacia su pasado e imaginariamente a su rol de víctima. Así que hay que imaginar alguien más perverso todavía que Cruella, con lo cual la protagonista usa su fisonomía y sus armas no para atacar, sino para defenderse. El procedimiento, que ha funcionado con singular éxito en los dos ejemplos anteriores, falla sin embargo en este caso.

Probablemente porque la película no termina de definirse entre la comedia y el thriller, tal vez porque la dirección luce torpe y desencajada a pesar de la solvencia de las dos Emmas (Stone y Thompson). La película, sobrecargada, sobreactuada, apenas si puede exhibir, en su descargo, una irreprochable banda sonora que (de Nancy Sinatra a los Rolling Stones, pasando por Nina Simone) homenajea a la vez a la época y a los personajes. El resto son porrazos, algún golpe de ingenio que no termina de conectar y algunos hilos narrativos que recuerdan la maravillosa gesta de Pongo y Perdita de hace 60 años. Un filme decepcionante, pero una excusa inmejorable para volver a ver el original de 1961, tan ingenioso como lo recordábamos. Los perros, esos seres de indiscutible nobleza, son mejores protagonistas que estos villanos vacuos y bobos.

Cruella. Estados Unidos, 2021. Director Craig Gillespie. Con Emma Thomson, Emma Stone, Joel Fry.