OPINIÓN

Vigencia de Clint Eastwood

por Sergio Monsalve Sergio Monsalve
Siempre pensamos que se puede tratar de la última película de Clint Eastwood, pero con el autor más longevo de Hollywood nunca se sabe.
Lo interesante es que tiene despidiéndose y siendo revisionista de su arquetipo, de su cine, desde Los imperdonables, incluso antes.
A los 94 años, vuelve a la Savannah de Medianoche en el jardín del bien y el mal, para rodar un thriller judicial, aparentemente del promedio y el estándar de 12 Angry Men.
Dato curioso, el cineasta William Friedkin estrenó en el año su canto del cisne, El motín de Caine, bajo la inspiración del mismo género y con la interpretación secundaria de Kiefer Sutherland.
De modo que los autores de la modernidad norteamericana han decidido analizar los claroscuros del sistema de justicia en su país, con el fin de enviar mensajes en clave a la realidad de la posverdad y la sustitución de los hechos por interpretaciones sesgadas, parciales, polarizantes.
Juror #2 cuenta la historia clásica de un periodista consumido por la culpa, después de someterse a un tratamiento de alcohólicos anónimos.
Es un típico hombre de clase media de los suburbios, con una esposa modelo, una casa y una camioneta. Pero su vida se complica al ser designado como jurado en el caso del asesinato de una chica, a manos de su pareja abusiva.
A primera vista, el realizador confunde al espectador, al brindarle la imagen de conformarse con entregar el capítulo de un seriado convencional de abogados, como de L. A. Law, Better Call Saul o Perry Mason.
Los planos y los giros de una estética televisiva parecen indicar que los años no pasan en vano, afectando la movilidad y espontaneidad del director.
Pero nada más lejos de un tono académico. La evolución de los actos y de los argumentos del guion nos permiten conocer la realidad de la propuesta, en su dimensión humana y artística.
Audiovisualmente, Juror #2 adopta la agria mirada fordiana que ha tomado el mejor Eastwood, cuando replantea el libreto de Un tiro en la noche, para hablar de las diferentes entre las leyendas que se imprimen y los auténticos responsables de los problemas, que se ocultan detrás de una fachada de autoridad y bondad.
Por tanto, la negrura del realizador va permeándolo todo, con el propósito de clarificar los intereses y móviles de cada quien, en el tribunal del largometraje.
Se abre el espectro del juego de sospecha, de la duda razonable, llegando al fondo de una investigación que lucía como un trámite de un homicidio, de un crimen pasional.
Por ende, conviene esperar hasta el minuto de conclusión, para descifrar el misterio del caso.
Clint Eastwood despliega un mapa ético, en el que los espectadores consiguen verse reflejados, dentro de sus dilemas morales.
La idea subyacente es que prive la verdad, por encima de las teorías de un podcast de True Crimen, del ruido de las redes, de las selfies impolutas que venden las personas a través de sus poses de corrección política.
Por tal motivo, Juror #2 confirma la vigencia del intelectual, del sabio, del maestro que es Clint Eastwood, para aportar luz al eclipse del contexto.
De seguro es una alegoría sobre el estado del tiempo, acerca de su propio cine.
La película es uno de sus tantos alter egos, que nos demuestran los matices de un firmamento de estrellas, que no son lo que pintan los medios.
Un cine que antes, en los noventa, podíamos ver en una sala de Times Square, como Medianoche en el jardín del bien y el mal, y que hoy se lanza directamente al streaming, devaluando el impacto de los autores de otrora, que viven un crepúsculo en la industria.
Cuestiones arbitrarias de la edad, del choque generacional, que en nada responden a la calidad, porque las salas estrenan cualquier secuela mediocre, que no está a la altura de un Juror #2.
De cualquier modo, una de las películas de 2024.