OPINIÓN

Viernes de Ramos

por Jesús Peñalver Jesús Peñalver

 

“Cuando hago sonar esta campanilla,

 tiene la palabra Venezuela”

Andrés Eloy Blanco

En el epígrafe la célebre frase del grande poeta cumanés, cuando presidía la Asamblea Nacional Constituyente del 47 del siglo pasado, cuyo desempeño admirable y conciliador sirvió para apaciguar el ambiente de hostilidad y de continuas diatribas, mereciéndole no pocos elogios y reconocimientos a tan encomiable labor republicana.

Andrés Eloy Blanco fue “el amortiguador de la Constituyente”, afirmaba el doctor Rafael Caldera.

Pues bien, creer que los seguidores de un milico golpista, resentido y delirante, adoptarían una conducta democrática  durante la instalación de la nueva Asamblea Nacional en Venezuela, legítimamente electa, resultaba, por decir lo menos, soñador, iluso quijotesco.

Recordemos que el primer período de la actual Asamblea Nacional lo presidió el diputado Henry Ramos Allup, quien de nuevo hoy es blanco –por adeco– y de ataques de afiebrados componentes de las oposiciones de la oposición, seguramente tarifados, cuyas ideas explosivas y planes diabólicos deambulan en sus cabezas.

No son pocos los montajes, las mentiras y trastadas para desacreditarlo, y atrás no se quedan los llamados fakes. Trastocan, manipulan y descontextualizan sus declaraciones, con el franco –de suyo detestable- propósito de debilitar a la oposición política venezolana y democrática, y al propio tiempo –que es lo peor- desmoralizar al país nacional deseoso de cambiar este estado trágico de cosas en que nos encontramos.

Así las cosas, los que abandonaron el Hemiciclo el 5 de enero de 2016, son los mismos sumisos que aún acompañan a los golpistas que insurgieron en dos intentonas militares sangrientas –por dicha fracasadas– contra un gobierno legítimamente constituido en Venezuela. Como muchachos malcriados, no se sienten a gusto con la democracia que vuelve al Parlamento venezolano. Entre pataletas y bravuconadas, dejaron el recinto en cuyo seno creíamos que las cosas habían cambiado. Pero no.

La peste chavista no ha cesado en su afán de atacarla, torpedearla, al punto de querer hacerla desaparecer. La declaró en desacato, montó una prostituyente, y con ayuda de unos ganapanes y taparrabos tramó el fraude o sainete del pasado 20 de mayo de 2018. Y para más INRI, con ayuda de aquellos mismos serviles, “instaló” una asamblea nacional paralela.

Se fueron, abandonaron la Casa de las Leyes, no asumieron con dignidad su rol de fracción minoritaria. Solo les faltó llevarse la cúpula.

Con el diputado Ramos Allup de presidente, se había instalado el 5 de enero de 2016 el nuevo Parlamento, es decir, se instaló Venezuela, su voz recorrería todo el territorio nacional y su eco sería esperanzador y de sueños posibles. Supo y pudo el nuevo presidente de la cámara, dar una muestra de democracia en discurso acoplado con los intereses más altos de la República.

Su experiencia –la de Ramos Allup– de más de veinticinco años como parlamentario, su condición de abogado que aprendió bien las lecciones, el dominio del idioma y valentía, quedaron entonces en evidencia.

Expresó con acierto y coraje el drama que nos mantiene en suplicio, para hacer algo en favor de su difusión para posibles soluciones. Y es precisamente el Parlamento el lugar propicio para el debate sobre los gravísimos problemas que la barbarie chavista ha creado, fomentado y contribuido a empeorar durante su trágica existencia.

Pero esto último no lo entiende la peste aposentada en el poder. No olvidemos que provienen de dos intentonas golpistas, cobardes y sangrientas.

Se propuso el doctor Ramos Allup desde la Asamblea Nacional, su directiva, con el dominio del lenguaje hacer posible una mayor eficacia del mensaje a los electores, y la ciudadanía toda que aún está esperando de aquella una gestión –dentro de sus competencias y atribuciones– que contribuya a resolver la situación dramática que hoy vivimos, sufrimos, padecemos. Evidentemente, la mandonería lo ha impedido.

El drama político y social del país se trasciende a sí mismo para convertirse, gracias al poder del lenguaje, en tragedia universal.

Luego de tantos años años de pesadilla chavista, por primera vez la oposición democrática venezolana se hacía por la vía electoral, de un poder público tan importante como el Legislativo, que no solo hace leyes, sino también tiene la competencia de controlar a los otros poderes. No es «burguesa», es una asamblea democrática, legítimamente electa.

Tampoco es “adeca ni oligarca», es un Parlamento variopinto, mayoritariamente democrático. Son –o fueron– 112 diputados electos y proclamados, a pesar de las tretas de esa cosa que hemos llamado Sala “ecleptoral”.

Dijo entonces Elías Pino Iturrieta: “Se acabó aquella Asamblea Nacional de ayer, lo más parecido a un cuartel bajo las órdenes de un oficial de ínfima graduación, lo más semejante a una porción de gente en las manos de ignaro caporal”.

Hoy expreso mi solidaridad absoluta e incólume vertical con el diputado Henry Ramos Allup, en el entendido de que la garrulería y la incontinencia verbal de poco aporte han sido a la hora de la solución de algún problema, cuando más han servido para condenar a quienes las practican.

Como saben y lo grito a menudo, mi estado civil es irreversiblemente civil. Quizá no gané nada el pasado martes, a juicio de la oposición de la oposición, pero en mi conciencia limpia me siento ganador y puedo seguir viendo de frente a los ojos de mis hijos.