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Victoria para Recep Tayyip Erdogan

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El 28 de mayo, Recep Tayyip Erdogan, el líder turco «que nunca pierde las elecciones», ganó la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Turquía frente a su oponente, Kemal Kilicdaroglu. Su última victoria le otorga otro mandato presidencial de cinco años. Junto con la victoria en los comicios parlamentarios del 14 de mayo, que otorgaron a los partidos prooficialista en la asamblea legislativa del país, su victoria casi unge a Erdogan como sultán indiscutible de Turquía.

Desafiando las valoraciones de muchos observadores occidentales que habían pronosticado que el presidente turco tendría problemas para mantenerse en el poder, su reelección ha suscitado interrogantes de gran alcance sobre las fuentes de su poder. Ante la prolongada agitación económica, la desastrosa respuesta a un devastador terremoto y una oposición recientemente unificada. Sin embargo, Erdogan obtuvo una cómoda ventaja en la ronda preliminar de votaciones. Después, tras asegurarse una nueva mayoría para su coalición gobernante en el Parlamento y atacar sin piedad a Kilicdaroglu, Erdogan se hizo con la victoria. Además, la participación fue en general alta y las elecciones parecieron libres, si no justas, dada la capacidad del mandatario turco para determinar los parámetros generales en los que se desarrollaron las contiendas. Tras 20 años de gobierno cada vez más autocrático, Erdogan ha logrado no sólo aferrarse al cargo, sino también salir fortalecido.

En los últimos años, los analistas han comparado a menudo el enfoque de Erdogan hacia el poder con el de otros líderes antiliberales en Europa, como el primer ministro húngaro, Viktor Orban, que han utilizado una combinación de influencia institucional y populismo para mantener un amplio apoyo y amañar el sistema a su favor. Turquía no era una autocracia pura, sino una democracia que había caído en manos de un líder autoritario y que intentaba resurgir. Según este modelo, mientras el presidente turco pudiera proporcionar prosperidad a la clase media turca haciéndola sentir el centro del país, y mientras pudiera mantener fragmentada a la oposición y estrechar su control sobre el poder judicial y las otras ramas del gobierno, su control del poder estaría a salvo. Sin embargo, el presidente turco parece haber llegado a un punto de inflexión diferente. En el período previo a las elecciones de mayo del presente año, no podía contar ni con éxitos económicos ni con una oposición dividida. Sobre el papel, la ciudadanía tenía muchas razones para estar descontenta con su líder y para oponerse a su mano dura. Pero no fue así.

El resultado de las recientes elecciones sugiere que Turquía se ha acercado más a una autocracia euroasiática que a una democracia europea antiliberal. Una de las razones es que el enfoque de Erdogan hacia el poder electoral se parece cada vez más al de otro tipo de líder: el presidente ruso Vladimir Putin. Al igual que Putin ha hecho en Rusia, Erdogan fue capaz de establecer los parámetros de las elecciones mucho antes de que se emitieran los votos. Durante la campaña, detuvo a los principales líderes de la oposición y a activistas de la sociedad civil; demonizó a los partidos de la oposición como simpatizantes de Occidente y aliados del terrorismo, y jugó la carta de la homofobia. («La oposición son todos LGBTQ», dijo Erdogan en un momento dado, pareciéndose mucho al presidente ruso).

Con una crueldad sólo ligeramente inferior a la que Putin empleó para silenciar al líder opositor ruso Alexei Navalny, Erdogan también marginó a la única figura que podría haber sido capaz de derrotarle, el alcalde de Estambul Ekrem Imamoglu, que fue acusado de «insultar a los funcionarios electorales» y se enfrenta a un proceso judicial que amenaza con apartarle de la política. (En consecuencia, Imamoglu no tuvo más remedio que retirarse de la contienda para evitar una prohibición general que también lo expulsaría de la alcaldía). Erdogan, tachó a la oposición de «zorras» y atacó a su oponente Kilicdaroglu como «cobarde, inmoral e inútil, además de traidor».

De forma igualmente dramática, el presidente turco utilizó su control casi total de los medios de comunicación para cambiar el enfoque de las propias elecciones, prohibiendo cualquier debate sobre temas críticos como el terremoto, la economía y la corrupción gubernamental. En esencia, al igual que Putin, Erdogan fue capaz de utilizar sus ventajas como titular, su control sobre la información, y su capacidad para asociarse con la grandeza imperial nacional hasta tal punto que las consideraciones electorales ordinarias no importaban.

De hecho, el mandatario turco ha pasado gran parte de los últimos siete años cultivando con Rusia y emulando las estrategias de Putin para mantener el poder. Dado que Erdogan pasó sus primeros años en el cargo conocido como un moderado que controlaría a los generales turcos y acercaría el país a Europa, y dada la posición de Turquía en la OTAN, el alcance de su reciente inclinación hacia Rusia es aún más sorprendente. Por supuesto, Erdogan era un astuto estratega político mucho antes de las actuales elecciones, y su enfoque del poder también es resultados de otras fuentes. Pero su reelección, contra todo pronóstico, podría marcar un hito crucial: Erdogan podría permanecer en el poder durante muchos años más, y el creciente papel del presidente ruso como defensor y modelo de Erdogan sería determinante para el futuro de Turquía.

Cada vez asombra menos la relevancia de líderes autocráticos que se aferran al poder y pulverizan cualquier posibilidad de alternancia del mandato constitucional. Incluso, cada día es más evidente la similitud de los métodos puestos en acción. Así, resulta casi indudable el impacto de las acciones de estos líderes y de quienes los rodean. Lo que sí continúa siendo un enigma es la incapacidad de la sociedad en frenar el avance de esta ola autoritaria de corte populista. Sorprende la inexistente creatividad para sobrepasar el guion, ya casi global, de estos líderes y asegurar sistemas democráticos que garanticen protección a la ciudadanía.

 

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