En estos días de confinamiento, en los que seguramente estamos todos reflexionando sobre el devenir de nuestras vidas, nuestro país y la humanidad en general, recordar a quienes nos precedieron y entregaron sus vidas al ideal de construir un mundo solidario y profundamente cristiano en su modo de actuar y de ser tiene mucho sentido.
Para las nuevas generaciones seguramente será desconocida la figura de Víctor Giménez Landínez, quien hubiera cumplido ayer, 1 de abril, 100 años de nacido, si no hubiera fallecido hace 20, el 19 de enero de 2000, a punto de cumplir los 80. Son muchos los aspectos de su vida que serán destacados en este año centenario: la Academia de Ciencias Políticas acordó por unanimidad hacerle un homenaje. Igualmente lo dispuso así la Fundación Polar, de la cual formó parte como asesor y director por muchos años.
Llamado, hasta por sus adversarios políticos, el padre de la Reforma Agraria, quizás sea esta la faceta más relevante de su trayectoria. A lo largo de una vida consagrada al servicio del país, el doctor Giménez Landínez dio preponderancia al desarrollo integral del agro, considerándolo en todos sus aspectos, desde la propiedad y tenencia de la tierra hasta el acceso al crédito, los mercados y la asistencia técnica, y el suministro de servicios (agua potable y servidas, electricidad, vivienda, salud y educación) para el crecimiento de una clase media dedicada a la producción agrícola y pecuaria: una Venezuela autoabastecida en alimentos con un importante porcentaje de su población viviendo de la producción agropecuaria y con buena calidad de vida: “Los graves y profundos problemas que involucra la Reforma Agraria, que no se puede limitar a un simple aspecto legal ni técnico (…) ha de tener como mira la redención de ese humilde hombre de nuestros campos (…) el triunfo habrá de ser de aquellos que sepan desarrollar sistemas que conduzcan a una mayor productividad técnica y económica (…) es ampliamente satisfactorio ver cómo se amplían y proyectan cada vez con mayor entusiasmo los servicios de enseñanza, entrenamiento, investigación, sistemas de financiamiento y mercadeo, planificación económica y política agraria (…) lejos de concebir a la Reforma Agraria y el desarrollo agrícola como dos términos antagónicos o aislados, entendemos que están llamados a unirse para el triunfo definitivo” (Discurso en México, en el Palacio de Bellas Artes, 9 de agosto de 1960).
Con todas las críticas que se hagan, la opinión coincide en que la Reforma Agraria abatió el latifundismo ocioso en Venezuela y evitó que el campesinado venezolano sucumbiera al llamado de la guerrilla insurreccional, poniéndolo al lado de la naciente democracia.
De ser el ministro de Agricultura y Cría que impulsó la novedosa Ley de Reforma Agraria, firmada el 5 de marzo de 1960 por el presidente Rómulo Betancourt en el Campo de Carabobo, el doctor Giménez Landínez dirigió después el Instituto Agrario Nacional en el primer gobierno de Rafael Caldera; presidió el Fondo de Crédito Agropecuario en el gobierno de Luis Herrera Campíns; y presidió -ad honorem- la Comisión Presidencial para la evaluación del proceso de Reforma Agraria en el segundo gobierno de Caldera -actividad ésta que fue la última en su vida, antes de ser abatido por la enfermedad-, y cuyas recomendaciones y conclusiones fueron dejadas de lado por quienes asumieron el gobierno a partir de 1999.
Víctor Giménez Landínez ejerció como abogado-socio en el Escritorio Liscano en Caracas, presidió la Corte Superior del estado Yaracuy y fue profesor titular-fundador de la cátedra de Derecho Agrario en la UCV y en la UCAB; profesor también en las universidades de Roma, Florencia, Varsovia; y contratado por la FAO, la OEA (director del programa de desarrollo agrícola y reforma agraria para las Américas) además de colaborar con el Instituto Weizmman de Israel. Fue embajador en Roma (1963) y ante la OEA (1983) y participó en las negociaciones de paz en Centroamérica.
Nacido en Urachiche, yaracuyano de pura cepa, fue enviado como interno, junto con sus hermanos Joaquín y Oscar, al Colegio San José de Mérida, a la muerte de su padre, con apenas 11 años. Desde allí, a los 16 años, enviaría un telegrama a Rafael Caldera, a quien consideró siempre como un hermano mayor, adhiriéndose a la creación de la Unión Nacional de Estudiantes (UNE):“La UNE era un pequeño grupo inexperto en política, que se enfrentó a un mundo muy fuerte y experimentado dominado por los marxistas. Fue un momento en que incluso era hasta peligroso llamarse católico. Fue ciertamente hermosa esa etapa en la cual tuvimos que enfrentarnos a un mundo completamente hostil, en donde a nosotros se nos tiró prácticamente todo el mundo encima, en donde mucha gente no nos entendía, e incluso se nos llegó a criticar desde el punto de vista católico, y hasta de muchos sacerdotes, porque nosotros nunca quisimos ser confesionales”, dice en una conferencia en el año 1982. https://www.rafaelcaldera.com/wp-content/uploads/2018/05/Los-Copeyanos-1982.pdf .
Formado, entonces, por los jesuitas -figura futbolística del Loyola, campeones en primera categoría-, estudia Derecho en la UCV, donde se gradúa con la mención summa cum laude, y, mientras estudia, da clases de historia y geografía de Venezuela en el Colegio San Ignacio y en el San José de Tarbes, participa en la elaboración del Semanario UNE, y es director-fundador del Liceo UNE, en el que los estudiantes universitarios impartían clases gratuitamente a jóvenes de escasos recursos económicos. En esa etapa nació otra faceta importante de su vida: su preocupación permanente por la presencia de los socialcristianos en los medios de comunicación social. Participó en proyectos como El Gráfico, Copei Dice, Al Cierre y Editorial Dimensiones. Fue el presidente fundador y hasta su muerte de la Fundación Tomás Liscano, responsabilidad en la que tuve el honor de sustituirlo. Como dato curioso de su vida, fundó Copei en Yaracuy, el mismo día 13 de enero de 1946, al mismo tiempo que lo hiciera en Caracas la dirigencia socialcristiana.
Víctor Giménez Landínez fue un servidor público intachable, brillante, honesto, desprendido, humilde, respetado y querido por todos, comprometido hasta los tuétanos con el ideal de su vida. Convenció a sus hermanos a “dar el ejemplo” y ser los primeros en entregar las tierras de su propiedad que conformaban la finca El Diamante a la Reforma Agraria: “En todo ello estuvo un sincero sentido cristiano de la vida (…) así como el ideal de una Venezuela mejor, de un venezolanismo integral, y de una convicción democrática sincera, real, no traicionada nunca, en la cual no hubo jamás decaimiento. Quiera Dios que hasta el final de nuestras vidas podamos sentirnos orgullosos de eso” (conferencia antes citada).
A sus hijos, nietos, bisnietos y a toda la gran familia Giménez, ampliada a los agraristas, a los yaracuyanos y a los socialcristianos, un abrazo fraterno en este su año centenario, propicio para que hagamos presente el extraordinario y ejemplar testimonio de su vida.
@andrescalderap