OPINIÓN

Vicente, Isaac, Román (A los 20 años del fallecimiento de Vicente Nebreda)

por Carlos Paolillo Carlos Paolillo

Vicente Nebreda

Vicente Nebreda de niño nunca pensó en el teatro. Le interesaba particularmente el cine, que lo deslumbraba, pero desconocía por completo lo que era el ballet. Sin embargo, trascendió la anécdota que revela su interés desde siempre por el movimiento: apagaba las luces de su habitación, colocaba un disco de pasta de Tchaikovsky o Shostakovich y bailaba.

Su vocación hacia la escena se remonta desde sus años de estudiante de educación primera en la Escuela Experimental Venezuela, ubicada en el Conde, donde compartió aula con Isaac Chocrón y Román Chalbaud, sus  compañeros en ese entonces y, finalmente, especiales y definitivos amigos.

Resulta forzoso imaginarse cómo sería el referido centro de formación, que recibió como alumnos a estos niños que con el tiempo llegarían a ser tres personalidades trascendentes de las artes venezolanas. Isaac Chocrón, convertido luego en fundamental dramaturgo, pertenecía a una familia sefardí regida férreamente por la autoridad paterna. Durante la segunda mitad de los años treinta y los primeros cuarenta comenzaría a orientarse hacia el teatro y la literatura en la Experimental Venezuela y después en el bachillerato. Fue beneficiario de una educación de avanzada donde las manifestaciones artísticas tenían una importancia medular. Sus estudios primarios, junto a Vicente y Román, trazaron para él y dos amigos un camino sin desvíos que lo conduciría a elevadas dimensiones creativas profesionales. Recordaba las clases de música con Prudencio Esaá, las de gimnasia rítmica con Steffy Stahl, y a Vicente niño interpretando al cacique Guaicaipuro en un acto cultural. “Desde pequeño Vicente destacaba por sus habilidades corporales –rememoró cierta vez– mientras que Román y yo éramos unos niños gorditos, estábamos en teatro y, en verdad, no nos llamaba la atención la danza. Sin embargo, compartimos a plenitud las vivencias de la Experimental Venezuela, los tres teníamos el mismo sentido del humor y éramos muy compañeros. Juntos descubrimos nuestro amor por la creación”.

Vicente Nebreda

Román Chalbaud, quien devendría relevante dramaturgo y cineasta, recién llegaba de Mérida para establecerse en Caracas con su abuela, una empleada del correo de Carmelitas, y su madre, bibliotecaria del Ministerio de Sanidad, cuando ingresó con su hermana Nancy a la Experimental Venezuela, centro que evoca como un lugar maravilloso. Allí daba rienda suelta a su imaginación y en sus juegos infantiles concebía películas improbables en las que unía a Bette Davies con Arturo de Córdova. “Había maestros venezolanos y uruguayos  y el concepto de educación que manejaba era innovador y de vanguardia. Allí nos encontrábamos Vicente e Isaac y escuchábamos Tchaikovsky: El Lago de los Cisnes, La Danza de las Horas y la suite de Cascanueces. La cultura era muy importante allí y Vicente participaba activamente. En la escuela nos llevaban mucho al parque Los Caobos y allí cantábamos todos. Isaac se quedaba viendo las hojas de los árboles, pero Vicente se preocupaba mucho por el movimiento, por analizar cómo caían y las tonalidades que adquirían con los cambios de luz”.

Al finalizar la primaria, los tres tomaron distintos rumbos. Vicente fue a estudiar al liceo Andrés Bello, Román al Fermín Toro, e Isaac al colegio América y luego a Estados Unidos. Se reencontraron tiempo después en Nueva York, ciudad tan querida por los tres. De nuevo en Venezuela, se hicieron inseparables y se convirtieron en familia.