Toda vida tiene un punto de inflexión, una “caída del caballo”, un detalle, una imagen, una experiencia que pone del revés todo lo vivido y lo dota de un sentido nuevo. Esto ha sido para mí estos días en Caracas.
Venezuela lleva años copando noticias en los medios de comunicación. Las democracias occidentales, tan cómodamente instaladas en la libertad que otros nos lucharon, hemos decidido asumirla como algo debido, que no necesita defensa ni cuidado, y contemplamos su ausencia en otros países como una triste anécdota curiosa. Todos sabemos “lo que pasa” en Venezuela, pero es difícil saber “qué pasa”, cómo la tiranía ha vuelto heroicos gestos tan ordinarios como hablar en la que debería ser la casa de todos los venezolanos.
Y fue allí, desde la tribuna, viendo con mis ojos y oyendo con mis oídos lo que ellos vivían cada día, donde pude entender no solo el horror al que está sometido el pueblo venezolano sino la grandeza de la vocación política. Del fondo de mi corazón, como un espejo que aspiraba a reflejar el ejemplo de quienes me habían llenado de fuerza y de coraje con sus historias de resistencia, nacieron mis palabras.
Venezuela lleva 20 años viviendo un mal sueño, una terrible pesadilla que se agrava cada día. No ayudó el sentirse libres de pecado, “a nosotros no nos va a pasar”, “la democracia es fuerte y resiste”. Poco a poco, casi imperceptiblemente, la libertad se comenzó a deteriorar. En nombre de la revolución bolivariana se restituían agravios centenarios imposibles de saldar, se iban patrimonializando las instituciones que comenzaron a ser chavistas y bolivarianas, en lugar de venezolanas, se nacionalizaron propiedades a los más ricos para que todos fuesen igual de pobres y hoy nadie, absolutamente nadie, tiene ni lo más elemental: ni alimento diario, ni agua corriente, ni luz, ni libertad. Eso sí, Venezuela está cargada de dignidad. La dignidad de las fuerzas democráticas que predican con el ejemplo y no se han dejado llevar ni una sola vez por la trampa de la violencia, ni de la venganza. La dignidad de los que se resisten a buscar fuera lo que tenían dentro. La dignidad de los que saben distinguir el mal y eligen hacer el bien, a pesar de las consecuencias, sostenidos solo por su esperanza. La dignidad de representar a un pueblo engañado y menospreciado al que se ha querido maltratar. Un pueblo que se ha convertido en víctima de “los defensores de la patria” que, en realidad, solo se apropiaron de ella para destrozarla.
Caracas ha envejecido mal, fruto del maltrato y la falta de cuidado a la que los bárbaros la someten a diario. Los años no han hecho distinción y han ido destrozando a su paso avenidas, casas, coches…, y también la democracia. Los cascotes de esta última resisten orgullosos en el bello edificio de la asamblea. Es allí donde hombres gigantes tratan de mantener en pie la última institución, sosteniendo también así lo que queda de la voluntad del pueblo. El régimen en principio trató de ignorarlos y hoy hace de silenciarlos su máxima prioridad. Por suerte los héroes allí son aún mayoría y no dejan de alzar su voz cada día a pesar de las arbitrariedades, el amedrentamiento, la persecución y el abuso constante de un régimen que los maltrata para hundirlos sin saber que cada humillación es alimento del héroe. Allí, en la asamblea, les han negado todo, desde el suelo y el libre uso de las instalaciones hasta los ordenadores,el teléfono, Internet, la luz o el agua en sus baños.
Los países que hemos vivido en dictadura sabemos la importancia del apoyo internacional. Cuando parece que todo está perdido, que nada tiene sentido, que nunca llegará la libertad, resulta que parlamentarios de España, Costa Rica y Argentina y muchos otros de más de 80 países del mundo se ponen de acuerdo en torno a un manifiesto y lo aprueban por unanimidad. Los allí presentes subimos a la tribuna de la Asamblea de la República Bolivariana de Venezuela para pedir nada más y nada menos que lo que tenemos en nuestros países: libertad, respeto a los derechos humanos (y al que piensa diferente) y elecciones libres y con garantías. Un “kit básico” de democracia en el siglo XXI.
Pero la solidaridad le duele al régimen. Por eso el chavismo dio rienda suelta a sus instintos más básicos. Los “váyanse al carajo” se mezclaban con los “váyanse a la mierda”, salpicado de “viva Cataluña libre”, “fascistas” y “opresores”. Todo un ejemplo de quien ve la viga en el ojo ajeno y no la paja en el propio. El acto de repudio, con copyright de las dictaduras comunistas, no se contenta con acallar, quiere crear temor, superar el miedo de un régimen que sabe que su fin está cerca, provocando el pánico en los demás. Es el odio el instrumento con el que el régimen de Maduro trata de mantenerse en el poder. Trata de dominar a millones de personas a diario utilizando el engaño, la intimidación, la delación mentirosa, la violencia, la censura, la tortura y hasta la muerte. Mientras tanto, sobrevivir se ha convertido en la principal actividad del pueblo, y buscar alimentos para tus hijos, medicinas para tus padres o un poco de agua y jabón para poder lavarte, resultan retos extraordinarios. Esto, que es el día a día de miles de familias, no es exagerado ni fruto del azar, es lo que han provocado los que supieron vencer pero no convencer y mantienen un reino de hambre y terror.
Solo la verdad nos hará libres y la verdad es que Venezuela hace mucho que dejó de ser una democracia. Hoy es una terrible, angustiosa y temible dictadura. No hay respeto a las instituciones, por eso han ido muriendo una a una, ni educación, ni libertad, ni ambición de futuro, ni siquiera vergüenza. No hay respeto a los demás en los que han renunciado al respeto a sí mismos. La palabra se vuelve ruido, consignas coreadas en masa para que no se pueda escuchar nada más que a los que han dejado de pensar y han decidido obedecer. Sin embargo, en Venezuela hay dignidad, esa dignidad solo está al alcance de los héroes que son todos los demócratas venezolanos. Ellos son el ejemplo y la esperanza del mundo. Unidos en torno a Guaidó plantan cara al régimen y resisten violaciones y persecuciones constantes. El vicepresidente de la asamblea ha estado en la cárcel 5 meses, sin juicio justo, con su inmunidad violada y sometido a torturas. El diputado Juan Requesens lleva secuestrado más de 480 días a la espera de un juicio que comienza estos días, el jefe del Despacho de la Presidencia, Roberto Marrero, lleva 255 días detenido sin juicio, otros 33 diputados sobreviven en el exilio, expulsados de su patria por quienes la robaron, un diputado vive refugiado en una embajada y 25 con su inmunidad allanada.
Ante el horror no valen excusas ni equidistancias, no se puede mirar para otro lado. Pedimos que se celebren unas elecciones presidenciales libres y con garantías, pedimos sanciones para los que quieren sostener económicamente esta opresión, a los que tras dejar al país en la miseria lo han abandonado y pretenden disfrutar de lo robado. No es justo, no es moral y no podemos permitirlo.
Sabemos que nuestra presencia no pasa de testimonial, que poco puede añadir un gesto tan pequeño, al comportamiento de estos gigantes. No podemos dejar de mostrar nuestro asombro, de repetir a quien nos quiera escuchar que hay otras formas de vivir en sociedad, que hay otros caminos que llevan a la convivencia pacífica y la prosperidad, pero todos pasan por el restablecimiento de la libertad en Venezuela. Expresar con nuestra mirada asombrada que la resistencia diaria es un hecho extraordinario. Que el mundo hoy tiene en Caracas y en la oposición democrática la plaza donde se juega el futuro de la libertad. Que la lucha está siendo larga y no sabemos cuándo llegará al final, pero que no hay acto inútil y la sangre de los mártires de la democracia será el precio para construir sobre pilares sólidos una sociedad democrática capaz de valorar y defender su bien más preciado: la libertad. El resto del mundo tomamos nota. Son un ejemplo para el mundo.
Gracias por su ejemplo, su fuerza, su coraje y su valentía. Sigan con su lucha y cuenten con nosotros.