Hace poco escribí lo que el gran periodista Luis Fernández llamó una nota de color sobre vivencias personales con el presidente Caldera en viajes por Venezuela.

Circuló entre amigos y allegados. Pero ahora quiero publicarla en su homenaje, con motivo de los 107 años de su nacimiento, el 24 de enero. Acá va.

Al presidente Caldera le gustaba mucho viajar. Más dentro de Venezuela que en el exterior. En los muchos años que estuve a su lado, antes y durante su segunda presidencia, así lo comprobé.

Perdí la cuenta de las «giras» en que lo acompañé. Pero creo que con él recorrí casi todos los rincones de Venezuela. Y muchas veces.

Desde visitar al mercado de Carúpano a desayunar morcillas, hasta la consagración de iglesias en medio país.

Estuve trabajando en tres campañas electorales: 1983, la interna de 1987 y la de 1993, que lo llevó a Miraflores por segunda vez.

Los viajes de las campañas eran agotadores. Para todo su equipo, pero no tanto para él, a pesar de su edad. Acopiaba fuerzas con el aprecio de la gente. ¿Cuántos barrios y zonas populares visitamos en esos años? Imposible de enumerar.

Le gustaba mucho ir al Zulia. Tenía predilección por la tierra de la Chinita. También a Margarita. Después de una larga jornada, jugaba dominó hasta que alguno de sus colaboradores, Fernando Febres, le decía: Ya presidente, mañana es un día apretado.

Guayana también era un lugar preferido. Para la actividad política y de Estado, y para el «descanso». En Kavanayen, centro de la Gran Sabana, solía ir con su familia en Semana Santa. Tres o cuatro veces también fui. Pero eso no era descanso de no hacer nada. Al contrario, visitaba localidades, comenzando por Santa Elena, y la familia Caldera llevaba cajas y cajas de regalos útiles, que les entregaban a las comunidades Pemones. No faltaba la visita al salto del Aponwao. Al regresar a mi casa, me tiraba en la cama, exhausto de la «vacación».

En los Andes se sentía feliz. Táchira, Mérida y Trujillo. Pero no se quedaba en las capitales, sino que viajaba por los pueblos, donde era muy apreciado. Una vez lo acompañé a los pueblos del sur, en las entrañas de Mérida. Varios días. Cuando llegamos a Chacanta había una aglomeración de paisanos vestidos de negro: había fallecido el jefe de AD. Directo fue el presidente Caldera a presentarle sus respetos en la capilla.

Yaracuy era su patria chica, y así mismo, el estado Lara. Su arraigo regional era impresionante. Una vez fuimos a un pueblito que se llama Jabón. De allí me traje una pancarta que decía: «Jabón con Caldera»… A Falcón le gustaba ir bastante, a Coro, Punto Fijo, a la Sierra, y las tierras calientes del occidente. En el camino a Churuguara, hay un lugar que se llama: La Cruz de Taratara. Amigos tenía Caldera allí.

Conocía Anzoátegui de punta a punta. A Barcelona y Puerto La Cruz, les decía Barcelacruz. Una conurbe, tenía razón.

En Tucupita tenía mucha gente y en Puerto Ayacucho también. El Delta y la confluencia majestuosa de los ríos Apure y Orinoco le daban entusiasmo. Ni hablar del Caroní y el Orinoco en Ciudad Guayana.

Lo acompañé muchas veces en los calores de Cojedes, Portuguesa y el Guárico, también en Apure. Andando por carreteras y visitando ciudades y pueblos, desde Valle de la Pascua hasta Ospino, desde San Carlos hasta Calabozo, desde Acarigua, que quería mucho, hasta San Juan de los Morros. Guanare era especial. Se empeñó en finalizar el gran Templo Votivo de la Virgen de Coromoto, patrona de Venezuela, para la visita de Juan Pablo II, en 1996.

Una cosa que lamento es que no pude ir con el presidente Caldera a Zaraza, de donde vienen los Egaña. Tampoco fui con él a Los Monjes y a la Piedra del Cocuy.

Tenía un esquema de giras o visitas a regiones cercanas a Caracas. Los martes a Maracay o a Valencia. Esta última una ciudad de querencia y admiración. En realidad, todo Carabobo. Maracay era querida y la visitaba mucho, al igual que La Victoria y el sur aragüeño. Ya en la presidencia, dedicaba gran parte de diciembre a los saludos de Guarnición, desde Maracaibo hasta Cumaná, desde San Cristóbal hasta Ciudad Bolívar. No concentraba el saludo en Fuerte Tiuna, como ha sido después, sino que volvía a recorrer el país por respeto a las Fuerzas Armadas.

Monagas era para él tierra de promision, al igual que Barinas en el piedemonte andino. Viajaba a Barlovento con frecuencia y a Los Teques, y otras zonas de Miranda. En la que luego sería la Casa del Gobernador, en Los Teques, conoció a la compañera de su vida, Alicia Pietri, hermosa dama; esposa, madre y abnegada luchadora por los niños venezolanos. Para ejemplo el Museo de los Niños de Venezuela.

Cuando iba con él en su automóvil por Caracas, sobre todo en el oeste, le encantaba contarme qué era esto y aquello. De niño vivió en la parroquia de San Juan, cerca de la iglesia, en una modesta pensión. Me lo refería con orgullo y gratitud.

El Litoral lo conocía al derecho y al revés. Le gustaba la playa, pero no puedo decir mucho al respecto; porque a mí no. Por Venezuela viajaba «ligero de equipaje». En la campaña de 1993 lo hacía en líneas comerciales. Al llegar a su habitación, en el caso de pernoctar, llamaba a la Sra. Caldera, y siempre le decía: «Vieja, llegué bien».

En sus viajes no faltaban los tres golpes. Buen diente. Y por supuesto la siesta. Breve pero fija. Una vez en un caserío de Paraguaná, y luego de un buen almuerzo de chivo, le tocó hacer la siesta en un ranchito. Las personas, muy humildes, rodearon al ranchito con asombro. Al salir el presidente Caldera le aplaudieron. Y tengo la ilusión que también votaron por él.

PD: Los viajes fuera de Venezuela los dejo para una próxima ocasión.


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