Reflexionando y buscando cómo entender lo que estamos viviendo hoy, vino a mi mente el término posverdad. En relación al término, quiero referirme al libro La revancha de los poderosos (Debate, 2022) de Moisés Naím. El autor habla de la posverdad como uno de los elementos esenciales de los nuevos autoritarismos junto a la globalización y la polarización. Para Naím, la posverdad va más allá de la simple mentira o las mentirijillas: «la posverdad es… un ataque frontal contra el sentido de la realidad que compartimos, ante el que estamos desprevenidos y, por tanto, nada preparados” (pág. 255). Además, menciona que es un “rechazo de la complejidad, del matiz y de la razón” (289); es sinónimo de la manipulación, el prejuicio, la falacia. Prosigue: “Los populistas de la posverdad no necesitan atenerse a los hechos objetivos. Son libres de prometer soluciones indoloras e instantáneas que resucitan la esperanza, refuerzan las expectativas y prometen venganza. De momento, los seguidores encuentran consuelo en ese relato envenenado. Y ese es su poder” (405). Por consiguiente, Naím condensa todo un proceso que hace del silogismo perfecto, un detonador de las emociones porque hay una estafa en la que la realidad es diferente a la que se plantea.
Se dirá, como se ha dicho hasta el cansancio, que la posverdad es inherente a la política, cuyo profesional es todo un “diplomático”. Recordemos que, entre los venezolanos, política y diplomacia es lo mismo, porque las puñaladas se dan con una sonrisa, entre nombre de grandes principios, siendo la víctima misma culpable de hecho. Sin embargo, no deseamos versar sobre la posverdad, sino en torno a la mentira misma, pura y simple. No es otra cosa que no decir la verdad, por acción u omisión. El Diccionario de la Real Academia Española, ofrece cinco acepciones: manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa; inducir a error; fingir, falsificar, faltar a un pacto; y define el término como «distorsión deliberada de la realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales».
Considero que Naím tiene razón al expandir el concepto. El régimen desde sus inicios creó y desarrolló una monumental maquinaria propagandística y publicitaria, por todos los medios convencionales y tecnológicos, igualando el modesto grafiti en una pared perdida de un caserío y la viralidad digital. Sin embargo, creo que el autor olvida que tamaña sofisticación nos conduce paradójicamente a las condiciones políticas más elementales, primarias y hasta grotescas en las que el gobierno y la oposición coinciden: mentir es algo que se ha hecho normal. El uno jura que está controlada la pandemia y el otro que no acepta negociaciones de ningún tipo con la usurpación. Todo el mundo se da cuenta de que al día siguiente hacen lo contrario y la vida sigue como si nada hubiese pasado. Tampoco hay periodista que pregunte ni dirigente que responda.
Se miente sobre la vida personal y la pública sin ningún costo. Volvemos a las falsas promesas populistas. Se habla de heroísmo, cuando hay cobardía, o de bienestar, cuando todo el mundo está mal. Hay quienes dicen las célebres mentiritas piadosas que en política se entienden, bien dosificadas, pero no es igual a la mentira brutal, descarada y obscena, siendo tan incapaz de ruborizarse el mentiroso en lo más mínimo. Lo peor es que la mentira simple, atrevida o arrojadiza, a la que estamos acostumbrados, expresa ese otro proceso: el de la descomposición política, quedando en manos de los fariseos del momento, quienes, tarde o temprano, serán destruidos por ella. Recordemos que quien miente, reiteradamente, llega al punto de autoengaño y afirma que la mentira es cierta.
Esto está pasando con los partidos y las individualidades más destacadas de la oposición que le aseguran al mundo representar muy bien a las grandes mayorías, ejercer con absoluta integridad el manejo de los activos de la República en el exterior y ponerle un plazo de vida al gobierno a costa del engaño o, como decimos muchas veces, medias verdades. Claro que el régimen miente por la vía de la posverdad o de primitivas mentiras, pero los servicios de seguridad, inteligencia y contrainteligencia aminoran esa tendencia natural al autoengaño, pisando tierra.
Ya para el venezolano ha sido tan repetitivo este hecho, que gran cantidad de las mentiras se han vuelto realidad; simplemente, pasaron a ser parte de nuestra cotidianidad, volviéndonos una sociedad con bases un poco distorsionadas. Esta realidad irreal más temprano que tarde tiene que desaparecer y darle paso a la realidad cotidiana que vive el venezolano de a pie. Solo con la verdad nos reencontraremos con esa sociedad que cada día se aleja más de la realidad y busca simplemente su supervivencia. Estoy convencido de que tanto el gobierno como la oposición saben que muchos ciudadanos comunes hemos resistido, insistido y persistido en el mundo real donde la posverdad no tiene cabida. La realidad actual nos indica que la búsqueda de la democracia y la libertad nos permitirán despertar en un futuro libre, más amable y lleno de verdad.
@freddyamarcano