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Verdades amargas

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Si es verdad que la historia la hacemos los seres humanos y que nada acontece sin su intervención, entonces la conclusión no puede ser más que una verdad amarga: los venezolanos son los únicos y exclusivos responsables de la pesadilla que hoy sufrimos. Fueron los venezolanos –con algunas notables excepciones entre quienes mi familia tiene el honor de contarse– quienes toleraron la sistemática deconstrucción de nuestros cuarenta años de democracia, la obra más eximia y trascendente también producto del genio nacional. No solo toleraron, con las mismas notables excepciones, quienes aplaudieron la felonía del 4 de febrero, endiosaron a quien los estafara haciéndose pasar por su principal protagonista, lo encumbraran al poder, aun sabiendo que su gobierno sería un gobierno de delincuentes, malandros y asesinos, como lo dijera con todas sus letras y en uno de los principales bastiones del golpismo, el diario El Nacional, el recientemente fallecido almirante Radamés Muñoz, en pleno delirio chavista y a las puertas de las elecciones que terminaran por encumbrarlo al poder, el 6 de diciembre de 1998. El acto de mayor irresponsabilidad cometido tras cuarenta años de sensatez democrática. No es necesario subrayar que Radamés Muñoz y Miguel Rodríguez, dos claras conciencias en las antípodas políticas del golpismo, no alcanzaron el 1% de las preferencias electorales, mientras Chávez arrasaba con una mayoría absoluta. Enrique Salas Römer, la única opción real, quedó muy lejos de la Presidencia. Fue una automutilación con todas sus letras. Jamás olvidaré de ese nefando 6 de diciembre a dos sifrinitas de minifaldas escocesas, evidentes niñas bien de La Lagunita, que votaban por primera vez en sus acomodadas vidas, brincando de felicidad porque acababan de votar por quien las empujaría años después al destierro. No fueron los pobres los que tumbaron a CAP y llevaron al poder al golpista: fueron las clases acomodadas de una sociedad extraviada en su laberinto. Solo tú, estupidez, eres eterna.

Como frente a la ley el hecho de ignorarla no exime de la responsabilidad por el crimen de violarla, tampoco en la masiva seducción de los venezolanos de todas las clases, condiciones y edades que enloquecieron tras este peculiar y folklórico flautista de Hamelín sirve de justificación del inmenso, del monstruoso crimen cometido. Nadie puede protegerse ni justificarse en la ignorancia. Fuimos muchos los columnistas, periodistas y comentaristas políticos que advertimos del grave traspié que la sociedad venezolana, en el colmo de su irresponsabilidad, estaba a punto de materializar. Darle el poder a un militar mediocre, fracasado y analfabeta, gravemente comprometido con el castrocomunismo, demagogo, populista y dispuesto a hacer tabula rasa de nuestra institucionalidad democrática, así como de la fritura de cabeza de sus enemigos, era hacerse cómplice de la atroz destrucción de nuestro Estado de Derecho. Y de nuestra tradición republicana conquistada tras dos siglos con sangre, sudor y lágrimas.

Podría mencionar cientos, si no miles de destacados y furibundos chavistas de ayer, convertidos hoy en furibundos opositores en el exilio. Culpables de esta catástrofe no solo por haber hecho campaña y votado en muchas oportunidades por el principal responsable, sino por haber montado toda una compleja y sofisticada campaña de opinión para fracturar el Estado de Derecho, llevar a la ruina al viejo establecimiento, liquidar a uno de sus más importantes representantes luego de haberle impedido realizar su proyecto y convertirlo en la cabeza de turco de todas las miserias venezolanas, preparatorias, cierto, de esta tragedia, pero infinitamente menos y jamás tan devastadora como la que impulsaran llevando al poder a Hugo Rafael Chávez Frías.

No olvido las cartas de amor, los reportajes a página completa, el endiosamiento televisivo y la defensa a ultranza de quien, para algunos de nosotros, era un criminal contumaz. Un demagogo, un payaso. De quien solo se podía esperar otra desgracia más en la desgraciada historia de Venezuela. Su odio a nuestra democracia, su veneración a sus dictadores –inolvidable su intento de cooptar para su campaña al dictador Marcos Pérez Jiménez, entonces vivo y en Puerta de Hierro aún en plena lucidez como para cerrarle la puerta–, su alianza con el peronismo fascista de Norberto Ceresole, su servil y obsceno acercamiento al tirano cubano Fidel Castro. Desde el infame y ominoso manifiesto de “los abajo firmantes” hasta las declaraciones de amor de periodistas vociferantes, el país se volcó tras sus pasos. Quienes lo rechazamos y advertimos del grave paso que los venezolanos estaban a punto de dar fuimos una despreciada minoría.

Es de todas las amargas verdades la más amarga: solo los venezolanos, nada más que los venezolanos y únicamente los venezolanos fueron los culpables de entregarse de manos atadas al más devastador proceso de automutilación vivido por Venezuela desde la Guerra Federal. Con mucho peores consecuencias. Y a juzgar por la veleidad, la liviandad y la obsecuencia con los que hoy se endiosa a quien tras seis meses no ha demostrado con un sola acción encontrarse a la altura de la gravedad del momento histórico por el que atravesamos, no podemos menos que concluir con la otra gran verdad amarga: los venezolanos no han aprendido de sus errores y los siguen cometiendo con un entusiasmo y una inocencia suicida.

No quisiera concluir con la más amarga de todas las verdades: los venezolanos estamos condenados como un Sísifo idiota a desbaratar todo lo que logramos. Somos unos entusiastas y profesionales fracasados. Que Dios nos perdone.

 

@sangarccs

 

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