De la medicina saltó a la política, y a diversos ámbitos, la noción de «falsos positivos». Una «prueba o constancia» que refleja una supuesta realidad que no expresa la verdad de los hechos. A veces por meros errores y a veces por manipulaciones nada casuales. En estos días mucho de eso ha sucedido en la tragedia de la vida nacional, con el asunto de las pretendidas invasiones con peñeros teledirigidos desde Miami, Washington y Bogotá… Solo una cosa me limito a decir: toda improvisación inocua que sirva a los intereses y a la retórica «victimista» de la hegemonía, es, obviamente, sospechosa.
No cabe decir más al respecto, por el cúmulo de contradicciones, distorsiones, acusaciones enmarañadas, y falseamientos que oscurecen el tema. Un tema sangriento que lo puede ser más, al utilizarse como justificación de nuevas andanadas represivas. Ahora bien, lo que sí es necesario y conveniente es referirse a lo opuesto de la noción de «falsos positivos», cual es la de «verdaderos negativos»: comprobantes de una realidad perjudicial que, en el caso venezolano, es destructiva.
Es un «verdadero negativo» que la república, la democracia —con todos sus bemoles—, el Estado, el poder público y todas sus instituciones, hayan sido desmantelados, poco a poco, al tiempo que se haya montado un proyecto de dominación de corte férreamente despótico y arbitrario, al amparo de patronos cubanos, y con una habilidad innegable para cuidar algunas fachadas de democracia formal, hasta el punto de que hoy, después de todos los después, todavía hay voceros que se identifican como opositores, y que a la par le dan el beneficio de la duda a la hegemonía roja, en cuanto a su cacareada legitimidad democrática, tanto de origen como de desempeño.
Tal desmantelamiento institucional fue aplaudido y coreado por no pocos sectores de la denominada «vanguardia dinámica» del país, en medio de un vendaval de petrodólares de la megabonanza de los precios petroleros internacionales. Aquello sí fue un «falso positivo» que sirvió para enmascarar a un «verdadero negativo». Otro «falso positivo» fue la sensación de bienestar que suscitó lo que la hegemonía decidió repartir a una parte importante de la población, por un período estimable. Todo ese reparto social, una fracción de lo recibido y despachado por la bonanza petrolera, se acabó. Pero lo que no se acabó fue la depredación masiva de los recursos venezolanos por parte de los mandoneros y sus tribus, clanes, carteles, pranatos o colectivos.
Para esos mandoneros del poder, la «patria» son ellos… Y, así, todos los que en serio ansían un cambio, son «enemigos de la patria». Una lógica perversa, que se fue diseminando y que en sí misma significa un ataque implacable en contra de los valores que fundamentan una cultura democrática, pluralista, participativa de verdad, y no de tramoya discursiva. Todo esto hay que repetirlo y machacarlo, a costa de parecer faltos de originalidad o repetitivos, porque se trata de lo primordial, de la naturaleza específica del poder que sojuzga a Venezuela, de su propia raíz.
Todo lo demás, por muy importante que sea, es periférico a este centro: son como ramas de un tronco. Por eso si nos negamos a la consideración ponderada de los activos y pasivos de nuestro historial democrático y de la República Civil, en sus sucesivas etapas, si seguimos el juego de abolir la historia —como denunciaba Manuel Caballero— perdemos el futuro, porque no tendríamos base en dónde sustentarlo. Algunos plantearán que ese futuro ya se perdió: que lo queda es sobrevivir en una inercia o en una especie de necrosis indefinida. No estoy de acuerdo. Por motivos de principios y por razones que surgen del proceso histórico venezolano, sobre todo en el siglo XX.
Estas líneas han sido dedicadas a los «verdaderos negativos» en el campo de la destrucción política e institucional. Más adelante vendrán nuevas apreciaciones sobre la destrucción económica y social —en plena marcha—, así como de categorías más particulares. No se puede reconstruir a un país desde la mentira, desde los «falsos positivos». Pero sí se puede hacer con los pies sobre la tierra.
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