Menena Cottin no solo es reconocida diseñadora de altos vuelos e ilustradora aunque la ilustradora de su célebre libro negro de los colores sea nada menos que Rosana Faría , pero la obra de Menena es apasionante porque, además, es escritora de mucho talento y sensibilidad. Historias ajenas es un sorprendente grupo de relatos y La Nube, su primera novela, narra la caminata de varios amigos por los Andes venezolanos y es aquí donde aparece la Menena que tanto aprecio y admiro porque no es mujer de andar por lugares llanos y poblados sino por montañas que carecen de senderos y se cubren de nieve y asoman peligros a cada paso encaminado hacia alguna cumbre inalcanzable de los Himalayas.los míticos tepuyes de nuestra amazona o las montañas del Perú del antiguo Perú de los incas.
Menena Cottin busca la montaña porque ella misma es una de ellas. Toda montaña es sagrada, es una masa poderosa símbolo no solo de grandeza y generosidad sino de verticalidad, es decir, es eje del mundo, la manifestación del ascenso interior y de la elevación del espíritu. La cima no solo es el punto mas alto sino el lugar donde la tierra se une o se enlaza con el cielo y convierte a la montaña en iluminada presencia de la meditación y refugio de nuestras almas. Toda montaña en el mundo, incluida el Ávila que nos saluda diaria y permanentemente para recordarnos su carácter sagrado es un Himalaya y hay un Tibet secreto y venerado oculto en cada uno de nosotros y desde hace largo tiempo vive la montaña en el espíritu y en el adorable carácter de Menena y de Mano León su constante y amoroso compañero de vida.
Ambos son cima de la anhelada montaña que es meditación y prodigiosa altura del espíritu. Ellos son reiterados destellos de pureza porque al identificarse con la montaña han logrado vencer los límites, descubrir el misterio de la vida y encontrarse, descubrirse a sí mismos. Porque al enfrentarse a la poderosa cordillera del Himalaya y a la presunta desdicha de una mexicana invidente, Menena cumple el difícil viaje que nunca hacemos: ir hacia uno mismo, lo que explica por qué Menena nos pide que cerremos los ojos, porque justamente vamos a ver y encuentra en México a una mujer ciega de nacimiento llamada Lucero Márquez y le enseña a ver las montañas cerrando la mano izquierda y rozando con la derecha los nudillos para sentir cómo sobresalen dejando depresiones entre cada uno de ellos como si fuesen laderas y puede también Lucero enseñarnos a nosotros, acostumbrados a visualizar formas, montañas y colores, a ver al mundo, pero no con los ojos sino con la misma mano con la que ella aprende a ver las montañas.
Menena sostiene una deslumbrante correspondencia con la invidente mexicana mostrándole y haciéndole ver cómo son las altas, difíciles pero cautivadoras montañas del Himalaya que ella conoce por haberlas excursionado a pie desafiándolas con angustioso desempeño y valentía. Lucero se extasía con los relatos de Menena sobre la vida de los guerreros masai y las sabanas de Kenya o de Tanzania o la rara belleza de los tepuyes amazónicos y va descubriendo mundos ignorados y colores que creía ausentes al cesar la luz.
Los breves textos de la correspondencia se alternan con las espléndidas narraciones que con buen lenguaje escribe Menena para armar este libro fascinante y conmovedor titulado Cierra los ojos que vamos a ver, editado en Caracas en 2013. Pero lo admirable que también hay en él es el capítulo final en el que Lucero cuenta su vida, se enaltece como si fuese ella otra montaña que se eleva desde la desdicha de su discapacidad visual atenuada por la presencia y compañía de Ava su perra guía y nos enseña a ver no con los ojos sino con los sentidos en estado de alerta apoyados en los resplandores de una iluminada sensibilidad. Víctima al nacer de retinopatía prematura, también nos pide que cerremos los ojos porque vamos a ver y a deleitarnos con los colores y las montañas en que se han convertido nuestras propias vidas.
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