OPINIÓN

Ventajas político-ideológica y comerciales de China & Rusia en Latinoamérica

por Daniel Arias Alfonzo Daniel Arias Alfonzo

Después de leer varios artículos tratando de explicar el porqué del apoyo latinoamericano a Vladimir Putin y a las políticas del gobierno de China contra las potencias occidentales, sin importar las raíces y vínculos históricos y culturales de nuestra región con Europa y Estados Unidos, se hace necesario escribir un artículo sumamente incómodo para la inmensa mayoría de las clases políticas de nuestros países y demás está decir, a generar la indignación de un grupo de «intelectuales» que están atrapados o son cómplices de mitos y paradigmas políticos-ideológico de nuestra tragedia política de siglos de historia, contada de forma  muy manipulada y maquillada por razones políticas.

Para entender esto,  hay que entender que la izquierda latinoamericana durante 70 años, vendió a la desaparecida Unión Soviética como el paraíso terrenal, donde no existían los problemas sociales del resto del mundo y que a través de los planes quinquenal, donde el gobierno central tenía el control total de la sociedad y economía, para disponer cualquier cosa, sin importar el coste humano o financiero de sus decisiones, ya que sus errores y crímenes eran ocultados o negados como producto de la propaganda «imperialista» . Sus militantes y simpatizantes, jamás escuchaban de los millones de ucranianos que murieron de hambre, por mandato de Stalin, como tampoco escucharían de los millones de chinos muertos de inanición durante «el gran salto adelante» o la destrucción patrimonial y humana de la «Revolución Cultural», por lo cual se generó una profunda admiración por dichas instituciones y sus políticas.

De esta forma, muchos partidos políticos latinoamericanos son vulgares copias, del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), siendo las instituciones más antidemocráticas que se puedan imaginar, negando totalmente la democracia interna, convirtiendo a sus secretarios generales en «semidioses» que no podían ser cuestionados ni desobedecidos en forma alguna.

En este punto,  es fácil ver lo conveniente de este esquema político a la tradicional conducta del caudillo político, tan propio de nuestra historia, lo cual fue reforzado de manera muy notable por el liderazgo político de Fidel Castro en Cuba, quien logró encarnar todo el idealismo político de los libertadores del siglo XIX y los revolucionarios del siglo XX, para terminar de crear el cuadro ideológico e histórico, donde el romanticismo y el mito crearon una serie de ideas muy implantadas en estos países, que son el tema del presente escrito.

En primer lugar, la idea del imperialismo, como único responsable de nuestra condición económica y social, en una demostración perpetua de unos países (centro) que explotan y jamás dejarán desarrollar a Latinoamérica (periferia), lo cual permite evadir por completo la responsabilidad propia de muchos gobernantes, que hicieron del Estado su hacienda particular, desatando la corrupción que nos acompaña desde hace siglos.  Sobran casos históricos de presidentes que trasladaron inmensas fortunas desde sus países de origen hacia Europa y Estados Unidos, de la forma más descarada y cínica posible, sin la menor intención de ocultar sus riquezas mal habidas.

Es importante señalar que la historia de la región está llena de negaciones evidentes y acomodaticias, que van desde México hasta Argentina, en cuanto a su política exterior, como se pudo apreciar en las celebraciones de la independencia, donde ninguno de los gobiernos de la región tiene la disposición de decir la importancia del suministro de armas, municiones y soldados del Imperio Británico en la guerra de Independencia, como se evidenció en la denominada Legión Británica, de papel relevante en importantes batallas de la época.

Esta relación político ideológica llevó a que buena parte de las clases políticas regionales no entendieran la caída del Muro de Berlín y el colapso soviético de 1991 y siguieran considerando a la Federación Rusa, como un país digno de ser imitado, política y económicamente, como si la revolución de Lenin, no hubiese acabado, como piensan los revolucionarios regionales que ven en la Cuba socialista la confirmación de una epopeya que lleva doscientos años, según su narrativa, desde Simón Bolívar a Los socialistas del siglo XXI,  por lo cual se hace tan difícil y costoso apoyar en términos políticos cualquier situación donde Europa y Estados Unidos, estén aliados por la razón que sea, como bien lo ha descubierto el presidente ucraniano Zelenski, que ha logrado dar su mensaje en todos los foros internacionales,  excepto en Latinoamérica, donde buscan cualquier excusa para no escuchar sus argumentos ni muchísimo menos, condenar a Rusia por invadir otro país, puesto que para estos gobernantes el imperialismo ruso es de la época de los zares y todos los pueblos que se separaron de la Unión Soviética,  son «áreas de influencia», por lo cual Putin, según ellos,  puede hacer y deshacer, en los países donde hoy residen más de 20 millones de personas de origen étnico ruso.

Estas ventajas político e ideológicas son a su vez asumidas en sus relaciones políticas e ideológicas con China, donde a la negaciones de los motivos «imperialistas» de las guerras de China con India y Vietnam, se suma la negación total tanto de China como de los políticos aliados de la existencia de una revolución capitalista, que de manera interesada transformó la economía, pero no la política de dicho país, convirtiéndose en el modelo ideal para muchos presidentes,  en otros lugares del mundo, puesto que genera enormes riquezas, mientras que una élite conserva el poder para hacer lo que quiera con  sus ciudadanos.

A este respecto, que ofrece la prosperidad que no dio el modelo soviético, se une una característica única de la República Popular China, como es su capacidad de utilizar su sistema para ofrecer apoyo financiero, comercial, industrial y de construcción de infraestructuras, dándole a decenas de países en todo el mundo y mucho más en nuestra región, la oportunidad de realizar magníficos negocios para la clase política local, en términos que serían inaceptables para la banca de los países occidentales, que exigen indudables garantías financieras, auditoría de control y planes muy concretos de pago.

Por ello, casos como el «Fondo Chino» en Venezuela es una herramienta común de las relaciones diplomáticas del gobierno chino hacia los países que le apoyen, percepción que es incrementada por el nombramiento de Dilma Rousseff (Brasil) como presidente del Banco del BRICS, lo cual parece apuntar a una fuente de financiación, que Occidente no puede ofrecer, no por falta de dinero, sino por la existencia de criterios financieros, que son escrupulosamente seguidos por las instituciones financieras multilaterales, que están bajo control de sus gobiernos y parlamentos, que no pueden escapar del control de las sociedades democráticas, a diferencia del gobierno de China, que puede aceptar pérdidas económicas de cierto nivel, en aras de objetivos específicos que permitan garantizar la Seguridad Nacional de la República Popular China.

Tener que sacrificar 20 o 50 millardos de dólares, en gobiernos irresponsables y corruptos hasta el tuétano, es una inversión a largo plazo, que al igual que en el caso de África va a terminar en capitalización política,  en forma de bases militares, complejos industriales, grandes extensiones de tierra agrícola, puertos y aeropuertos exclusivos o tal vez hasta ciudades privadas como el famoso proyecto Forest City (construido para inversionistas chinos), resaltando el hecho de que en todas esas situaciones, los políticos locales obtuvieron enormes beneficios, que muchas veces no fueron completamente compartidas con el resto de la sociedad.

Cómo entenderá el lector,  es muy delicado para los países occidentales competir contra el dinero fácil de China y la manipulación histórica interesada que una vez, denunció Carlos Rangel en su obra Del buen salvaje al buen revolucionario, por lo cual las salas situacionales, centros de pensamiento estratégicos y cancillería de estos países desarrollados, tienen una tarea colosal para reconstruir sus relaciones con Latinoamérica.