La clausura de la libertad por la corporación criminal ha aventado a más de 6 millones de coterráneos fuera de los límites de su patria. Es una diáspora desgraciada y forzada. Afortunadamente Colombia, Ecuador, Perú y Chile, por nombrar algunos países hermanos receptores, se han beneficiado de los dramáticos testimonios de vida de estos clarividentes “seres del futuro” que, como un aldabonazo a las conciencias de esas sociedades hermanas, los advierten del peligro de caer en las inútiles veleidades de un discurso miserable, mentiroso, precario y venenoso, que conducirían a sus pueblos a sufrir la peor de las pandemias que es la supresión de las libertades. La experiencia aleccionadora de los que llegan caminando con penurias promueve vívidamente la voz de la libertad.
La sanción más grande es la que se lleva Cuba todos los días, que acaba con nuestros recursos; ante esto jamás podremos permanecer adormecidos ni entregados.
El sistema productivo nacional requiere combustibles las 24 horas del día. La extracción nos deja sin gasolina, diésel, gas, a los hospitales sin medicinas y a las universidades sin educación. Principalmente, nos deja sin trabajo.
Los venezolanos privilegiamos la democracia que concilia libertad-igualdad, vigorizando la movilidad social mediante una oferta concomitante y variada que lleva al crecimiento económico, justo y redistributivo.
Nos negamos a la destrucción del alma, aun arriesgando lo físico. La esperanza nos mantiene firmes en tiempos de tribulaciones.
La usurpación decidió clausurarse y mantenerse en el poder. Desde hace rato sentimos asco por la mentira, corrupción y alcahuetería, por la tolerancia desmedida que contribuye a la cohabitación. Resistimos esta hecatombe causada en buena medida por esa forma de ser patológica de los enanos morales. No debemos tolerar cosas que impiden restituirle la dignidad a la vida política y para ello se plantea configurar la lucha desde la sociedad honesta. Hacer una síntesis de la provisional sabiduría humana y comprometernos en un esfuerzo por el bien común llenándolo de contenido, mientras vayamos desplegando una vida digna de ser vivida en torno a los valores permanentes.
Notamos una mediocridad profunda en la representación. El régimen juega solo con las piezas del otro. No hay ideas ni se consiguen los resultados. La sociedad no tiene representación, al ser expropiada del poder soberano no se puede defender de él. Las sociedades de masas necesitan tutelaje, no queremos tal destino y reclamamos una renovada representación de nuestro mandato que ha sido desvirtuado por quienes se lo vienen arrogando con tantas incoherencias.
Repudiamos que la política de conveniencias mutuas se imponga a la realidad, cuando debiera ser al revés. La realidad atropella diariamente la agenda política que está en otra cosa. No convence, no enamora ni apasiona.
El primer paso es que la usurpación abandone el poder y no unas elecciones que le concedan reconocimiento. La ruina material y espiritual configura un genocidio.
El momento exige comprensión, pensamiento y tener claras las ideas por las cuales luchamos. Frente a los principios tomamos la posición de aquel pensador que dijo: “Aquí me planto, no hay nada más que pueda hacer, que Dios me ayude”.
¡Libertad para el general Zedán. No más prisioneros políticos, torturados, asesinados, ni exiliados!
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