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Venezuela, una crisis política sin solución 

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En los procesos históricos de cualquier sociedad ocurren conflictos políticos, económicos y sociales, cuya solución, de no ocurrir oportunamente, comprometen su destino y bienestar. Las crisis de los sistemas políticos sólo encuentran alternativas de solución mediante el empleo de medios pacíficos o violentos. Los medios pacíficos se materializan a través del diálogo y la negociación, entre los distintos actores sociales y políticos, para conducir a acuerdos que permitan resolver dichas crisis mediante un equilibrio en el logro de los objetivos trazados por las partes. Así mismo, determinar quién va a dirigir el sistema político, lo cual puede ser un aspecto fundamental para la solución de cualquier crisis, sólo es posible, para que sea aceptado pacíficamente, que se realice a través de una elección democrática, justa y equitativa. Es decir, que cumpla con los estándares internacionales, para que su resultado sea reconocido nacional e internacionalmente. Los medios violentos, generalmente, surgen ante la imposibilidad o el fracaso del diálogo y la negociación. Estos se materializan de manera institucional mediante las intervenciones políticas de las Fuerzas Armadas; o a través de las acciones insurreccionales civiles armadas. Un sistema político capaz de resolver, a través de acuerdos, los conflictos surgidos entre los diferentes sectores sociales tiene una amplia posibilidad de aceptación y permanencia en el tiempo.

Venezuela ha padecido durante más de veinte años una terrible crisis en todos los aspectos de la vida nacional. Un grupo político, el chavismo, fracasó al tratar de tomar el poder, el 4 de febrero de 1992 y el 27 de noviembre del mismo año, por medios violentos; pero, logró controlarlo por vía pacífica, de manera hegemónica,  en las elecciones de 1998 y 1999, después de convencer a los venezolanos de la necesidad de reemplazar el sistema democrático bipartidista, instaurado en la década de los sesenta y mantenido por cuarenta años por los partidos Acción Democrática y Copei, el cual incurrió en errores, fundamentalmente en el campo económico,  pero cuyo balance, en definitiva, fue positivo para el país al permitir la alternancia republicana entre dichos partidos, sin negar oportunidades a las demás organizaciones políticas. Sin embargo, ante las dificultades para que esas organizaciones pudieran obtener el poder, se implementó una agresiva campaña de propaganda contra el sistema imperante, la cual, reforzada por nuestra cultura militarista y los fatales errores cometidos por la dirigencia en las elecciones de 1998, dieron origen a este nuevo sistema que ha resultado ser extremadamente excluyente con la pretensión de establecer un Partido-Estado, de tendencia totalitaria, que irrespeta los valores fundamentales de la democracia representativa. Desafortunadamente, estas características del régimen chavista hacen muy difícil el diálogo y la consolidación de acuerdos políticos y sociales.

El talante hegemónico y totalitario del chavismo impide lograr, y mucho menos respetar, cualquier acuerdo. Su propensión hacia el empleo de la coerción genera siempre el riesgo de una reacción violenta. El más reciente ejemplo que ilustra en toda su dimensión ese carácter autoritario del régimen chavista es su respuesta a los resultados de las recientes elecciones de alcaldes y gobernadores. La presencia de la Comisión de Observación de la Comunidad Europea era una gran oportunidad para darle un respiro a la maltrecha credibilidad y legitimidad del Consejo Nacional Electoral, del Tribunal Supremo de Justicia y en general del propio gobierno de Nicolás Maduro. De manera inexplicable, apenas se conoció el informe preliminar de la Comisión de Observación, en el cual se establecían fallas importantes en el sistema electoral y en el desarrollo de las elecciones, sus integrantes fueron acusados de espías por Nicolás Maduro y se les exigió abandonar el país. Como si eso fuera poco, los inaceptables hechos de Barinas debilitaron aún más la posibilidad del surgimiento de cualquier opinión favorable con miras a futuros eventos electorales. Nicolás Maduro no lo entendió así y comprometió la credibilidad futura de cualquier proceso electoral en Venezuela, en el ámbito internacional, con las delicadas consecuencias que tan absurda posición podrían llegar a tener.

No quiero concluir este artículo sin referirme al contenido de uno anterior mío que publiqué el pasado 14 de noviembre, una semana antes de las elecciones, relacionado con el dilema de votar o abstenerse, exponiendo los argumentos esgrimidos por los pertenecientes a cada una de dichas tendencias. El principal argumento de los partidarios del primer grupo, entre los cuales me cuento, era: si se sale a votar masivamente, será imposible que nos quiten el triunfo. El argumento fundamental  de los abstencionistas era: aunque ganes el gobierno te puede arrebatar el triunfo o nombrarte un “protector”. Pues bien, creo que el resultado fue un empate, porque se evidenció la pertinencia del argumento de los votantes; pero más claramente, con el caso Barinas, quedó demostrado el de los abstencionistas. Por otra parte, lo más lamentable es la absurda posición de algunos dirigentes opositores de tratar de descalificar a otros, específicamente a Juan Guaidó, sin entender y apreciar el valor que tiene su representatividad internacional. Se puede criticar, pero no descalificar a un dirigente de oposición. En ese sentido, aplaudo la posición de Andrés Velásquez, cuyo audio pude escuchar recientemente, en la cual reconocía la legitimidad de Guaidó y convocaba a la unidad de la dirigencia de mayor ascendiente y credibilidad de  la Oposición para su fortalecimiento y de esta manera poder enfrentar, con mayores posibilidades de éxito, al régimen madurista. Al respecto, creo no equivocarme al afirmar: es posible que con la unidad no logremos nada, pero sin ella, no hay duda, Venezuela continuará en una crisis política sin solución.

 

 

 

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