En la compleja relación de Venezuela con el hemisferio americano, especialmente con América Latina, algunos componentes del tango “Sur” de Homero Manzi, emergen con su carga simbólica: el Sur, la represión y el tiempo. Esto ocurrió tras el fracaso de la OEA, el 31 de julio, al intentar aprobar una resolución para que Venezuela muestre las actas electorales tras el robo cometido para reelegir a Nicolás Maduro.
El intento fallido hizo correr ríos de tinta sobre la inutilidad de la institución hemisférica creada en 1948. Así, se recordó la vieja idea del “ministerio de colonias” de Estados Unidos. Pero, sin la ausencia de México (y otras cuatro) y las abstenciones de Brasil y Colombia (y otras nueve) la resolución se hubiera aprobado. Entonces, los presidentes López Obrador, Lula y Petro intentaban cuadrar el círculo mediando entre el oficialismo y la oposición.
El 16 de agosto, por consenso y sin votación, se aprobó otra resolución exigiendo la entrega de la información desglosada por mesas de votación, aunque la idea de la incapacidad de la OEA para incidir en la crisis venezolana seguía en pie. Mientras, algunos gobiernos latinoamericanos se identifican con el llamado Sur global, el mismo Sur que en una proporción alarmante acepta el resultado del 28 de julio como si fuera una acción antiimperialista militante.
Lo que en otros casos se condena como anatema o como un golpe de estado palaciego o electoral, aquí se admite como normal. Un comportamiento que ha sido replicado por políticos e intelectuales latinoamericanos reivindicados como progresistas.
Mientras tanto, México, Colombia y Brasil iniciaban una mediación imposible. De ella se descolgó López Obrador, recordando la sacrosanta idea de la no injerencia y pensando que Lula y Petro habían comenzado a amenazar la estabilidad bolivariana.
Este intento a tres de nadar entre dos aguas sin molestar al incumbente no convenció a nadie. La propuesta de repetir las elecciones o integrar un gobierno de coalición, fervientemente defendida por Celso Amorim, fue rechazada por todos.
Pero, la intransigencia y la beligerancia chavistas impiden cualquier aproximación entre las partes, pese a que la búsqueda de una solución pacífica es siempre deseable, y más si la mediación parte de la comunidad internacional.
Para que cualquier iniciativa funcione debe ser aceptada por todos, sin priorizar a ninguno. Sin esta premisa cualquier acuerdo es imposible. Y si bien el último comunicado de Lula y Petro señala que “la credibilidad del proceso electoral sólo podrá restablecerse con la publicación transparente de datos desglosados y verificables” y que el diálogo es la única forma de evitar “actos de violencia y represión”, al equiparar al gobierno con la oposición terminan favoreciendo a Maduro
Por el contrario, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) denuncia “prácticas de terrorismo de estado” del gobierno venezolano contra grupos opositores, creando “un clima de temor e intimidación entre la población”.
Si bien, de momento, el paredón no es la práctica habitual del régimen, en su lugar funciona el linchamiento moral, incluso físico, de la oposición. Cualquiera que se oponga, aunque sea por opinar o no acatar un fallo judicial, puede ser acusado de terrorista o desprovisto de sus derechos políticos, por no decir desaparecido o privado de su libertad, en durísimas condiciones de detención. Diosdado Cabello, el nuevo ministro del Interior, garantiza un aumento de la represión gubernamental en lugar del inicio de la transición, una probable instauración del paredón propiamente dicho en vez de la apertura del régimen.
Petro y Lula, cada uno por sus motivos, se han distanciado de la mayoría de los gobiernos de América del Sur, que reconocen el triunfo opositor. Su objetivo es dejar una puerta abierta para mantener viva la mediación, lo que siempre es loable, aunque también debería ser factible. Llegados a este punto Lula comienza a tenerlo más difícil, ante una opinión pública, como la brasileña, que ha comenzado a perder la paciencia con la represión chavista.
Pese a sus declaraciones sobre la unidad continental, ambos han tomado distancia de buena parte de sus colegas, haciendo la guerra por su cuenta. Esto los llevó, de hecho, a distanciarse de Nicaragua. Los insultos de grueso calibre de Daniel Ortega contra Petro así lo atestiguan. Petro, por su parte, se apoya en el sueño unificador de Simón Bolívar, aunque su intento de construir la Patria Grande e incluso de convocar un gran congreso continental en Panamá también incluía a Estados Unidos.
La convocatoria al Congreso Anfictiónico fue el prólogo del largo camino panamericano durante los siglos XIX y XX, que tuvo en la creación de la OEA un momento estelar. Por eso, a la hora de interrogarse por sus éxitos y fracasos habría que contemplar todos los precedentes históricos.
En lugar de eso, encontramos a Nicolás Maduro recostado en la vidriera esperando un apoyo latinoamericano que ya no llega más, un apoyo que es cada vez más reticente y más exigente con la vulneración de las libertades y los ataques a la democracia.
Artículo publicado en el diario Clarín de Argentina
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