Es cada día más evidente que el conflicto fundamental en Venezuela no es entre el régimen y la oposición. Lo que se ve y palpa es una guerra intestina dentro del chavismo, dentro de esa mafia multiforme que se atrinchera en el poder por el miedo que tiene de perder la impunidad.
Todos los jerarcas civiles y militares del régimen, dizque bolivariano, saben perfectamente los crímenes que han cometido; todos saben las consecuencias de esos crímenes; todos entienden que el poder retrasa o pospone la justicia; todos tienen pánico por ellos y por sus familiares.
El robo descarado de la elección del 28J ha aumentado los riesgos, el miedo y las diferencias entre ellos. Las sanciones personales sí los asustan y la extensión de estas a sus familiares los aterra. Saben que haberse robado la elección y desatar la represión garantiza que pronto habrá órdenes de detención de la Corte Penal Internacional y que el gobierno de Estados Unidos develará acusaciones penales hoy selladas por narcotráfico y corrupción masiva.
Se burlaron de un «ingenuo» (muy mal asesorado) Joe Biden, ahora la respuesta será pendular e implacable.
El costo de mantenerse en el poder vía un fraude masivo será mucho más alto de lo que calcularon. Saben que desde el 28J no han sumado un solo apoyo interno o externo, todo lo contrario. El país y el mundo no tienen dudas sobre la naturaleza criminal del régimen, y tampoco tienen más paciencia. Los apólogos y «enchufados» han quedado en ridículo y muchos en silencio absoluto.
Aún compartiendo fechorías y temores, la pelea entre los capos está desatada.
Diosdado Cabello, quien fue presidente por horas del 13 al 14 de abril de 2002, y que se quedó sin poder invocar el artículo 233 al no presentarse Chávez a su toma de posesión en enero de 2013 (la verdadera razón: llevaba días muerto), opta hoy día por aprovecharse de los errores de los hermanos Rodríguez, de los generales Padrino López, Hernández Lárez y Hernández Dala, y del mismo Nicolás Maduro para asumir el control efectivo del día a día del muy abollado barco de Estado.
Él solo sabe amenazar y reprimir. Pero para consolidarse tiene que deshacerse de Padrino y de los hermanos siniestros. En eso está, y eso explica el nerviosismo de Delcy y Jorge Rodríguez.
Hernández Dala, capo de la DGCIM, es el último bastión de protección para Maduro y Cilia Flores y tiene los días contados.
El talante y discurso de Maduro es suicida. Todos los días confirma que está solo y muy mal asesorado. Sus diatribas no se traducen bien al francés, al inglés, al alemán. ¡Carajo, no se traducen bien al castellano! Como si no tuviera millones de enemigos, ha optado por ser su peor enemigo. Ha reducido la gobernabilidad a cero y es obvio que improvisa día a día, apoyándose en los Rodríguez Gómez, quienes sin duda lo abandonarán si con ello ganan algo de oxígeno. Cuentan con que Zapatero los seguirá vendiendo al mundo como «genios» y «menos malos» que los Cabello Rondón, cuando son los más malos y perversos de esta película de malos y perversos.
La FANB está desarticulada. Hay oficiales de todos los grados presos, perseguidos y marginados. Los cambios que Maduro quiso hacer en las ZODI y las REDI se le trancaron. Todos son sospechosos, nadie tiene mando efectivo. La Fuerza Armada es parte medular del caos y es difícil imaginar que pueda ser parte de la solución.
Al tragarse el Plan República las actas de la elección, los militares se volvieron tan responsables del fraude como el CNE, el TSJ y la Fiscalía. En efecto, los militares dieron un golpe de Estado, no a favor de Maduro, sino para proteger a su cúpula hipercorrupta.
Este no es un buen panorama para el país, pero no es la oposición mayoritaria la que está en problemas. Es la minoría chavista y criminal —valga la redundancia— la que no duerme bien, la que desconfía de todo y de todos, y la que seguramente llevará a la implosión del régimen, con o sin violencia, según sea el detonante final.
El 28J el país decidió salir de estas mafias, y lo hizo de forma valiente y abrumadora. Es cuestión de tiempo para que estos se saquen los trapos, las sillas y los ojos. Así terminan siempre las aventuras mafiosas y Venezuela no será la excepción.
Cordura, paciencia, valor y suerte.
@pburelli
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