Las recientes sanciones impuestas por los Estados Unidos a la empresa petrolera Rosneft; la visita a Venezuela del canciller ruso Serguéi Lavrov, y su inaceptable presencia en “la mesa de negociación” entre el régimen madurista y sectores minoritarios de la oposición; las muy fuertes, aunque ya lejanas, declaraciones del presidente Trump: “Todas las opciones están sobre la mesa con respecto a Venezuela, ustedes saben lo que yo quiero decir”, pero ratificadas recientemente por su asesor Elliott Abrams al afirmar: “Como hemos visto en el Medio Oriente, cualquier presidente de Estados Unidos, si quiere usar la fuerza para defender nuestros intereses nacionales, va a utilizar la fuerza. Francamente no depende de Juan Guaidó, depende del presidente Donald Trump”; y las permanentes alusiones sobre Venezuela del presidente Vladimir Putin, indican claramente que la situación venezolana dejó de ser un problema nacional y se ha transformado en un delicado asunto internacional que influye gravemente en los aspectos políticos, económicos y militares del continente americano y del mundo.
La primera pregunta que se debe responder es si en Venezuela existen condiciones para lograr alguna solución negociada entre gobierno y oposición que permita desactivar la grave crisis nacional que padecemos. Mi opinión es que no. Las negociaciones siempre han fracasado como consecuencia de la persistente negativa por parte del sector gubernamental a alcanzar una solución que no sea la de su permanencia arbitraria en el poder. En este momento, como nunca antes, las posibilidades de un acuerdo se pueden calificar de inexistentes. La forma de actuar de la dictadura madurista al tratar de impedir la elección de Juan Guaidó, como presidente de la Asamblea Nacional, y organizar la artera maniobra para elegir al diputado Luis Parra, así lo confirma. La única alternativa posible podría ser que Nicolás Maduro reconociera la directiva de la Asamblea Nacional, presidida por Juan Guaidó, para que en su seno se eligiera, cumpliendo cabalmente las normas constitucionales, un nuevo Consejo Nacional Electoral con el fin de realizar las elecciones parlamentarias, con la participación de todos los partidos políticos, con amplia observación internacional y convocar, de inmediato, a un referéndum consultivo para preguntarle a los venezolanos si quieren que se realicen unas nuevas elecciones presidenciales. Según parece, esa posible solución de la crisis nacional nunca será aceptada por Nicolás Maduro.
Cerrada la opción nacional, las decisiones empezarán a tomarse, nos guste o no, en Estados Unidos y en Rusia, de acuerdo con sus intereses nacionales. En ese caso, se pueden prever dos posibles escenarios: una negociación pacífica y una guerra convencional de carácter limitado. En el primer escenario existen numerosos factores que permiten una negociación. Las dos superpotencias tienen intereses nacionales contrapuestos en varias regiones del mundo: el Medio Oriente, Asia y Europa. Una negociación bien conducida podría equilibrarlos. Veamos sucintamente el caso de Ucrania. Desde que Rusia tomó posesión de la península de Crimea, Estados Unidos se dedicó a fortalecer militarmente a Ucrania. El interés ruso se orienta a garantizar sus fronteras, preservar la península de Crimea y lograr la suspensión de las sanciones internacionales. Venezuela es apenas un elemento de negociación de relativa importancia para Rusia. Al contrario, para Estados Unidos el establecimiento de una democracia prooccidental en Venezuela es vital para su seguridad. Entre Crimea y Venezuela podría estar el equilibrio para una negociación exitosa.
Al no tener Venezuela suficiente valor estratégico para Rusia, las posibilidades de una guerra convencional serían muy limitadas. Un enfrentamiento nuclear estaría descartado por sus consecuencias. Además, las limitaciones militares rusas serían inmanejables al no poder establecerse líneas logísticas eficientes y confiables. Tampoco existiría un seguro sistema de reabastecimiento aéreo. En este sentido, es importante comparar los potenciales militares de las dos superpotencias. Estados Unidos-Rusia: Presupuesto: 647.000.000.000 de dólares–48.000.000.000 de dólares; efectivos: 1.281.900-1.013.628; Ojivas nucleares 6.800–7.700; Ejército: tanques 8.848–15.398; vehículos blindados 41.062-31.298; lanzacohetes múltiples 1.197–3.816; Artillería autopropulsada 1.934–5.972; Artillería remolcada 1.299-4.665; Aviación: aviones de combate 13.892-3.547; cazabombarderos 2.941-1.438; aviones de entrenamiento 2.809-370; helicópteros 6.196-1.237. Marina: portaaviones 20-1; fragatas 10-04; destructores 62-15; corbetas 0-81; submarinos 72-60; patrulleros 13-14; lanzaminas 11-45.
Esta comparación del arsenal de guerra en manos de estas dos potencias militares puede producir cierta confusión, tal como hizo el analista internacional Vladimir Adrianza en el programa Primera Página. Solo con observar que Estados Unidos invierte anualmente en defensa 10 veces más que Rusia, se tiene que concluir que su mayor avance tecnológico militar, en caso de un conflicto convencional, es inmenso y que esa circunstancia definiría el triunfo o la derrota. Obsérvese el número de aviones de combate de Estados Unidos y helicópteros, 13.892 y 6.196 en relación con los 3.547 y 1.237 de Rusia. Esta circunstancia definiría el control del espacio aéreo por Estados Unidos. En el caso del poderío marítimo destacan 10 portaaviones de Estados Unidos ante 1 de Rusia; 62 destructores norteamericanos en relación con 15 rusos. Esta notoria diferencia en poderío militar nos conduce a una ineludible conclusión: si en Venezuela no surge una solución nacional, durante el año 2020, con certeza la decisión de lo que pueda ocurrir la definirán los intereses nacionales de Estados Unidos y la voluntad del presidente Trump.
Si Estados Unidos decide intervenir en Venezuela lo hará de una manera totalmente diferente a lo que fueron las tradicionales invasiones de Santo Domingo y Panamá. El avance tecnológico militar así lo indica. Esos ejercicios militares de 48 horas, los cuales engañosamente llamaron maniobras, no son la solución. El problema es político. Su causa: la absurda ambición de Nicolás Maduro. Ante esta situación, la Fuerza Armada Nacional es un decisivo factor de poder. Utilícenlo patrióticamente. Supongamos que Donald Trump decide no intervenir militarmente a Venezuela sino mantener las sanciones económicas. ¿Se puede justificar que, por la ambición de un solo hombre, nuestro pueblo continúe sufriendo las penurias a las cuales está siendo sometido? Creo que no. Presionen, institucionalmente, para que Nicolás Maduro reconozca a Juan Guaidó como legítimo presidente de la Asamblea Nacional y permita que dicha institución escoja, cumpliendo cabalmente con la Constitución Nacional, un nuevo Consejo Nacional Electoral que convoque a elecciones parlamentarias y a un referéndum consultivo, para que nuestro pueblo decida libremente, si se debe realizar o no una nueva elección presidencial. Ese es el reto histórico que deben asumir quienes tienen la responsabilidad de conducir a la Fuerza Armada Nacional.