Después de 25 años de inestabilidad política, cuando el chavismo ha jugado sus mejores cartas para mantener el poder, pero la oposición ha hecho de todo para desalojar el chavismo, se impone la necesidad de pensar en el país. Es hora de sentar las bases de un acuerdo político que traiga equilibrio, coexistencia y gobernabilidad.
El chavismo ha tenido aciertos y desaciertos, aunque sería interesante valorar un escenario en el que los rojos hubiesen gobernado con todos los factores de la vida nacional en un ambiente de concertación y entendimiento político. Puedo equivocarme, pero presiento que otra sería la historia.
Un primer golpe dirigido a Hugo Chávez tiene por fecha 6 de diciembre de 1998, el mismo día que se convertiría en presidente, pues una conspiración de las Fuerzas Armadas tenía por plan secuestrar las urnas electorales y no reconocer el triunfo del comandante. Chávez sabía, desde el primer momento, que debía correr o se lo comerían, pero fue el golpe del año 2002 el que terminó de servir la mesa para su proceso de radicalización, momento en el cual decide cerrar cualquier vía de entendimiento con Estados Unidos para unirse, en un abrazo infinito, con la Cuba de Fidel. Sin hacer apología a ningún tipo de justificación sobre lo que ha sucedido en los últimos 25 años de gobierno chavista, toca decirlo: nunca el chavismo ha tenido tregua para gobernar.
Con un chavismo negado a compartir el poder y una oposición acusada de impedirle gobernar, unido a una reforma constitucional que impone la reelección indefinida, se cierra cualquier posibilidad de un gobierno de entendimiento, concertación, convivencia y alternancia política. El ejercicio del poder en Venezuela se convirtió en un todo o nada, en vida o muerte.
Así llegamos a lo que hoy defino como el “punto cero”. Con el fracaso del “plan Guaidó”, la oposición agotó cualquier posibilidad de forzar una entrega del poder por parte del chavismo, a su vez, el chavismo atraviesa por un proceso de desgaste acelerado por la presión y la asfixia de los últimos siete años. Frente a este panorama, ambos sectores necesitan volver al juego democrático e iniciar un proceso de reinvención.
Volver al juego democrático significa: 1) definir el camino; 2) construir un acuerdo político para que las elecciones de 2024 sean el inicio del fin de la crisis. Este acuerdo debe dibujar tres cosas: a) ¿qué ocurre si gana el chavismo y qué ocurre si gana la oposición?; b) ¿cómo se gobierna el día siguiente conforme a los dos escenarios?; c) ¿cómo convertir las elecciones de 2024 en una oportunidad para transitar hacia un nuevo modelo de gobierno compartido, de pluralidad y equilibrio?
El primer punto lo tenemos resuelto, pues la mayoría de la oposición venezolana (a excepción de unos que siguen apostando al radicalismo) coinciden en el camino electoral. La mala noticia es que volver a la ruta electoral es contrario a la estrategia de máxima presión promovida por la oposición del G4 junto a su principal aliado internacional, Estados Unidos, y es aquí donde comienza el problema y se tranca el dominó.
Cómo hablar de coexistencia o alternabilidad política, de entregar o seguir en el poder, si el gobierno, entiéndase el chavismo, está cercado por las sanciones y existen recompensas sobre la cabeza de sus principales líderes. Juguemos a un escenario donde el chavismo pierde y como buenos demócratas quieren entregar, ¿adónde van?
Se les fue la mano, tanto al G4 como a los países que los respaldaron en su plan de “máxima presión”. Lejos de abrir las compuertas a una solución pacífica, negociada, pusieron C4 en un bumerán que ahora se devuelve en contra.
El 26 de marzo de 2020 el Poder Judicial de Estados Unidos decide imputar cargos al presidente Nicolás Maduro y otras 14 figuras del chavismo, por narcotráfico, lavado de dinero y terrorismo, al tiempo que establece altas recompensas por sus capturas. “Tengo un mensaje para los altos cargos del chavismo: la fiesta se les está acabando», manifestó en una rueda de prensa la fiscal general del distrito sur de Florida, Ariana Fajardo Orshan.
Acto seguido, el 30 de marzo de 2020, pensando que con lo anterior ya tenían al chavismo contra las cuerdas, el Departamento de Estado propone el Marco para la Transición Democrática Pacífica en Venezuela, el cual, en resumidas palabras, buscaba la salida del gobierno de Nicolás Maduro, preservar las FANB como mediador institucional, dejar la justicia en manos internas a través de una comisión de la verdad y celebrar elecciones. Para ese entonces se mantenía la tesis de que la vía era electoral, pero sin Maduro en el poder.
Dos decisiones del gobierno norteamericano, con solo cuatro días de diferencia, son suficientes para demostrar la contradicción de su política hacia la crisis venezolana, ¿cómo sellas la puerta y después propones una salida? Esa misma contradicción se mantiene hasta hoy.
Estados Unidos debe entender que el chavismo no acepta ningún acuerdo bajo la premisa de claudicar, ellos han dicho que se irían sólo si pierden las elecciones, pero, con las condiciones actuales, ¿es factible esa entrega del poder?
Si Estados Unidos asume que, a diferencia de su planteamiento de 2020, habrá elecciones con Nicolás Maduro en el poder, la pregunta es ¿cómo hacemos para generar un marco no de transición, sino, un marco para el entendimiento democrático, la coexistencia y la vuelta al equilibrio político en Venezuela?
Mi propuesta sigue siendo un track two entre la Casa Blanca y Miraflores, ya que la solución real sólo puede derivarse de una conversación franca entre estos dos gobiernos, y luego, con acuerdos previos, invitar a la oposición y perfeccionar el acuerdo final, al revés no funciona.
Fue un error de la oposición venezolana involucrar a Estados Unidos no como un mediador, sino como el hermano mayor que viene a resolver la pelea. Ahora todos están entrampados, y la solución final sigue estando en el 1600 Pennsylvania Avenue NW y en la Av. Norte 10, Caracas 1012.
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