Admito estar enclavado en el país donde nací. Experimento ultrajes ante distintos organismos, sin excluir privados. Me identifican adversario público de la «devastación doctrinal», lo cual no es novedoso para mí. Durante poco más de medio siglo, cuando gobernaron los tenidos por demócratas, fui repudiado de forma ininterrumpida. Por ejemplo, en la Universidad de los Andes y ciertos organismos destinados al fomento de la cultura (siempre bajo dominación de quienes sienten placer por difundir que es maravilloso asumir, con dignidad, una existencia primitiva).

En mi vetusta casa de estudios superiores, muchos divulgaban, corrosivos, que yo me había transformado en un intelectual problemático para las relaciones interinstitucionales. La Universidad de los Andes debía prescindir de mi incomodísima presencia, era un reaccionario, enemigo de los supremos que eran vedettes favoritas en las pasarelas políticas del mundo.

Durante más de cuatro años intenté, sucesivas veces, salir de Venezuela con pasaporte para ver a mis hijas y esperar la muerte en el lugar preciso. Cada intento por obtener ese documento de identidad (que, según nuestras leyes, es de expedición gratuita) ha sido difícil. Mi portal estuvo bloqueado. Luego, cuando pude acceder y pagar lo solicitado para la cita ante la institución correspondiente, tengo buenas noticias. Tal vez en poco tiempo me libere del régimen penitenciario-sustitutivo de país por cárcel, para que no extinga mi ser físico sin reencontrarme con mis amadas.

Venezuela no es república, solo una mina de oro custodiada por individuos letalmente armados impidiéndonos el libre acceso a nuestras riquezas. La mayoría de los ciudadanos permanecemos en la periferia, sin pertrechos de guerra para emprender la recuperación de lo nuestro, quitarles a los forajidos el poder sobre tesoros e instituciones.

Algunos obtienen sus pasaportes pagándole a mafias que los controlan. En «próceres impresos imperiales norteamericanos», muchos, suficientes como para que una familia pueda subsistir varios meses en un lugar donde la hiperinflación forma parte de los actos de guerra que resistimos cada día.

Venezuela no es patria, ni siquiera de los saqueadores todavía intocables a causa de la complicidad de jerarcas de distintos partidos políticos. Hombres y mujeres sin sensibilidad social ni sesos, degenerados, ambiciosos y ególatras que, sistematizados, lavan las manos ensangrentadas de una malnacida casta dominante integrada por genocidas. Mi lucha es por retomarme emancipado en el cosmos, tener cerca a mis hijas fuera del Tercer Mundo donde exiguas personas entienden mi pensamiento, idioma y escritura.

@jurescritor

 


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